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Carlos Barral - Memorias

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Carlos Barral Memorias

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Este volumen reúne toda la obra memorialística de Carlos Barral según el orden en que apareció publicada en vida de su autor: «Años de penitencia, Los años sin excusa» y «Cuando las horas veloces». Estas «Memorias», proyectadas, en principio, como un telón de fondo para retrasar el sórdido paisaje de la posguerra y de los años sucesivos, se han convertido en uno de los monumentos autobiográficos de mayor envergadura de las últimas décadas.

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Este volumen reúne toda la obra memorialística de Carlos Barral según el orden en que apareció publicada en vida de su autor: Años de penitencia, Los años sin excusa y Cuando las horas veloces. Estas Memorias, proyectadas, en principio, como un telón de fondo para retratar el sórdido paisaje de la posguerra y de los años sucesivos, se han convertido en uno de los monumentos autobiográficos de mayor envergadura de las últimas décadas.

Carlos Barral Memorias ePub r10 Titivillus 010517 Carlos Barral 2001 - photo 2

Carlos Barral

Memorias

ePub r1.0

Titivillus 01.05.17

Carlos Barral, 2001

Editor digital: Titivillus

ePub base r1.2

LA MEMORIA DE CARLOS BARRAL por JOSEP MARIA CASTELLET Me pide el editor de - photo 3

LA MEMORIA DE CARLOS BARRAL

por JOSEP MARIA CASTELLET

Me pide el editor de Ediciones Península una breve nota de justificación al presente volumen de las Memorias de Carlos Barral, dada mi antigua vinculación con la editorial, por una parte, y mi mucho más antigua amistad con el autor, por otra.

La aparición de Años de penitencia —primer tomo de lo que sería la trilogía memorialística de Barral—, en 1975, a los 47 años de su autor, supuso una revelación en el ya no mortecino, pero sí oscurecido, mundo cultural español, pendiente de la desaparición —que acaeció aquel año— de la más siniestra figura política del siglo, Francisco Franco. El grupo cronológico de escritores al que pertenecía Carlos barral —ya conocido como generación del «medio siglo» o de «los 50»— había dado brillantes muestras de su implicación en la historia contemporánea de la literatura española, con novelas, libros de poemas o ensayos de una notable madurez. Lo que no había dado todavía, seguramente por razones de edad, era la tentativa de una ambiciosa aventura: la prosa memorialística, con su compromiso individual e histórico, a través de una narrativa inscrita en un género de hondas raíces bibliográficas europeas, las memorias literarias.

La elaboración de la memoria personal como materia literaria, dada su escasa tradición española —a diferencia de lo que había sucedido en Inglaterra o Francia, por ejemplo—, produjo, en el momento de la aparición de Años de penitencia, un ligero desconcierto, no sólo en la crítica sino también entre los lectores: Barral no era escrupulosamente preciso en lo que se refería a la cronología; sus perfiles de algunos personajes más o menos conocidos no respondían a las características tópicas con las que eran admitidos; su actitud personal no se ajustaba siempre a lo que era «políticamente correcto» en los ambientes culturales de la progresía al uso en aquellos años; etc. En una palabra, Barral rompía moldes literarios y políticos en aquella época del tardofranquismo en la que la sociedad española vivía inquietamente, entre el temor y la esperanza.

Con el tiempo, y después de la aparición de los volúmenes sucesivos de sus memorias —Años sin excusa (1978) y ya, tardíamente, Cuando las horas veloces (1988)—, el punto de vista barraliano quedó admitido, es decir, la aceptación de la creación de una prosa eminentemente literaria que tuviera como inicio y fundamento la memoria personal. Quienes tuvimos la ocasión y el privilegio de leer y discutir con Barral Años de penitencia antes de su publicación quedamos en cierto modo comprometidos con el legado de transmitir la legitimidad de la preeminencia de lo literario personal sobre lo más o menos periodístico de la crónica histórica aferrada a la puntualidad de los hechos,

Convertidos en un «clásico» del memorialismo contemporáneo español, los tres volúmenes reunidos ahora en uno solo no precisan, pues, de lo que es una estricta justificación editorial. Si acaso, resituarnos en una época histórica ya cerrada en sí misma a la que podemos acercarnos libres de los prejuicios que los acompañaron en su singladura inicial. Y constatar la fertilidad de su propuesta a través de la publicación de otros libros de memorias de algunos de sus coetáneos.

Testimonio de su tiempo y protagonista de infinitas aventuras culturales, Carlos Barral sigue tan vivo en las páginas de sus libros como en el recuerdo de los pocos supervivientes de su grupo generacional, tan castigado por los azares de la vida, es decir, por las trágicas y prematuras desapariciones de buena parte de sus amigos.

J. M. C.

Enero de 2001

UN PERSONAJE SINGULAR

por ALBERTO OLIART

Las memorias son siempre la recreación de un pasado desde un presente en el que perviven, hilvanados en el tiempo de la vida de uno, aquellos hechos, encuentros y vivencias que, por razones varias y difíciles de explicar, se hacen presentes en el acto de recordar en detrimento de otros y, forzosamente, se interpretan, se modifican. A menudo, al evocarlos, los vemos bajo una luz distinta a la que iluminó el suceso recordado, y nos damos cuenta de matices y significados que nos pasaron desapercibidos cuando los vivimos.

Esto ocurre con los tres libros de memorias de Carlos Barral: Años de penitencia, Los años sin excusa y Cuando las horas veloces, y en el centenar de páginas de recuerdos de su primera infancia que dejó al morir. A éstos hay que añadir Penúltimos castigos, la única novela de Carlos Barral, especie de autobiografía moral, en la que el autor se recrea en el personaje que también es y se llama Carlos Barral.

En la nota introductoria a Años de penitencia, fechada en enero de 1973, escribe el autor:

Este libro no es congruente con el proyecto que me decidió a su redacción… Y así ha resultado otro libro, un libro distinto del previsto… y ahora no estoy tan seguro de que este texto […] no sea un capítulo —y ni siquiera el primero— de una especie de autobiografía o de algo tal vez más semejante a unas memorias […] El presente texto, de todos modos, conserva muchos de los caracteres que debieron configurar el proyecto que luego desertó en el curso de la escritura. El descuartizamiento del relato en piezas temáticas, que prevalecen sobre la continuidad cronológica, por ejemplo, o un desenfado rozando a menudo la impertinencia en el que vino a parar, al ser desbordada por la mitología personal, la voluntad de reflexión objetiva. Y, sobre todo, una metódica inexactitud. Puesto que se trataba de suscitar una visión general, gran angular, en la que la peripecia del personaje era sólo el punto de vista, no importaba que las dataciones fueran precisas, los recuerdos circunstanciados y exactos, si su ambigüedad no desequilibraba el cuadro general […] En un cierto aspecto […] el libro quisiera alcanzar la dignidad de obra de ficción, por cerca que quede de la crónica y de la reflexión sobre hechos de la historia menuda.

Esto es lo que dice Barral de sus memorias, un pasado evocado desde un presente en el que la mitología personal desborda la reflexión, quizás el recuerdo, objetivos.

EL PERSONAJE

Carlos Barral era un personaje singular, que se separaba por su físico, por sus gestos y por su manera de hablar y de andar, del común de los mortales. Así lo percibí cuando se me acercó, en una mañana del mes de octubre de 1945, en el patio de la Facultad de Derecho de la vieja Universidad de Barcelona para, con un pretexto cualquiera, presentarse y hablar conmigo, quizás porque yo vestía una insólita chaqueta de pana negra. Alto de estatura, para aquellos años, ancho de espaldas, exageradas éstas por las hombreras de su chaqueta, de facciones angulosas, boca muy recortada, ojos grandes, rasgados, de color cambiante con destellos dorados, el pelo casi rubio, con un mechón que caía terco sobre la frente algo huidiza, el porte rígido… y aquellas manos grandes, con los dedos índice y corazón de la mano derecha prematuramente teñidos de amarillo, que desanudaban despacio, seguras, los cordones de una bolsa de cuero —de guardar anzuelos me diría después— como yo no había visto antes otra igual, para ofrecerme la picadura de tabaco negro y el papel de fumar que guardaba en ella. Nos liamos el cigarro que encendimos con el chisquero de mecha que sacó de un bolsillo de su chaqueta; y luego bajamos al bar a tomar un café hablando de lecturas, de poesía, de nosotros. Aquella mañana empezó una amistad completa que duró mientras él vivió; que seguirá durando mientras yo viva.

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