Teresa Porzecanski - Amores y desamores: itinerarios afectivos

Teresa Porzecanski

Amores y desamores: itinerarios afectivos

Ensayos antropológicos

Copyright © 2011 Teresa Porzecanski

All rights reserved.

ISBN: 978-1468109443

ISBN-10:1468109448

Introducción.

En tiempos en que las Ciencias Sociales han entendido finalmente que las emociones en general, y en especial el amor, deben ser considerados fenómenos sociales, y no estrictamente individuales, ya que tienen implicancias importantes en la transformación de la sociedad, en su economía y en su organización---el pionero quizá haya sido E. Durkheim con investigaciones sobre el suicidio--- no deja de sorprender la abundancia de historias de amor y desamor que esperan allí nomás, en cualquier transeúnte que pasa por las calles, a ser escuchadas por alguien.

No solo terapeutas, peluqueras, lustradores de zapatos, taximetristas y ancianos sentados en los parques, son depositarios involuntarios de las historias de amor que la gente no suele contar a sus parientes o amigos próximos. Muchas veces, un simple desconocido que aguarda el ómnibus, puede servir de oreja atenta y receptiva a las emociones que dejan los amores vividos en nuestra subjetividad.

Antigua tarea de sacerdotes en el confesionario, y más tarde, de psicoanalistas en torno al diván, la escucha figura desde muy antiguo en las plegarias religiosas del primer monoteísmo, como si todo el conocimiento, el sentido común y la sabiduría pudieran provenir solamente de un acto que pocos saben practicar hoy en día: escuchar atentamente.

De allí que, las paradas de ómnibus, las salas de espera, y las colas en los cines o en los almacenes, se vuelvan de pronto lugares óptimos para recibir todo tipo de historias personales privadas, especialmente, aquellas secretas y resguardadas. Qué mejor que espetarle a un total desconocido—alguien que se marchará en un rato, desapareciendo de nuestra vida probablemente para siempre, alguien que rápidamente nos olvidará y a quien nosotros también olvidaremos----las anécdotas secretas que no le hemos contado jamás a nadie.

Los trayectos en ómnibus urbanos llenos de pasajeros que cruzan la ciudad en pocos minutos son espacios ideales para la interacción de esas subjetividades resguardadas. Tenemos la garantía de que ese otro, a quien le confiamos nuestras historias, descenderá en algún tramo y no volverá probablemente a cruzarse en nuestro camino. Llevará consigo la historia que le hemos contado, hasta que gradualmente la vaya olvidando, la vaya igualando a sus propias historias, y termine disolviéndola en el cúmulo inmenso de historias la vida misma. Allí, en el lugar donde empiezan a parecerse todas las vidas entre sí, las historias de amor y desamor configuran otra de las dimensiones donde los seres humanos tienden a igualarse, en lo distintivamente humano y básicamente universal de la experiencia amorosa.

Desde luego que, por el solo hecho de contar algo privado, ocurre una misteriosa transformación en la subjetividad del relator. La historia que le contamos a otro pasa a tener “existencia” en una realidad externa, fuera de nosotros, en ese intercambio donde se invita al otro a comprender lo que ha sido muchas veces incomprensible para uno mismo. En efecto, al contarle nuestras historias a un desconocido que aguarda en una parada de ómnibus, podríamos recién comenzar a comprenderla.

Si es cierto que la manera en que contamos nuestras historias va cambiando con el tiempo de nuestra vida, existiría entonces una actividad constante—aunque invisible--- de reinterpretación y acomodamiento de nuestras historias. Sumado a ello, hay maneras de contar que devienen terapéuticas; otras, que son necesarias para resolver interrogantes que han quedado colgadas; otras, en fin, que nos equilibran y reinstalan en el presente.

Comencé a escribir este libro para explorar si es posible que existan regularidades describibles en las experiencias emocionales vinculadas al amor y al desamor. De las varias entrevistas que realicé (en los parques, en las paradas de ómnibus, en las salas de espera), la primera conclusión es que cada persona suele guardar sus historias de amor dentro de varias envolturas debajo de la piel. (Es de hacer notar que no se trata de cualquier piel sino de “la piel del alma”, sobre la que ya he escrito antes una novela).

Segunda conclusión: no es fácil para nadie hablar de sus historias de amor. Muchos comienzan diciendo “Yo mismo no sé cómo ocurrió.” Otros se sorprenden y preguntan: “¿En serio? ¿Te interesa escucharla? Otros directamente afirman: “Me resulta imposible contarla porque todavía no la he terminado de entender”. Otros aún, vacilan: “S ólo podría contártela si me tomo un par de tragos”.

En todo caso, parece que el relato de las historias de amor siempre conlleva una dificultad o varias. Algo que tiene que ver con el recuerdo de un sufrimiento o una conmoción. Sumado a ello, ponerse en situación de contar es tener ya ordenados e interpretados los acontecimientos, cosa que no suele pasar con las historias de amor y desamor: permanecen siempre en estado latente, con un cierto grado de incomprensión por parte de sus protagonistas.

La idea de este libro era avanzar tímidamente en esa dirección reciente de las Ciencias Sociales: aplicar el andamiaje teórico de más de un siglo de pensamiento sobre lo social, a tratar de identificar y comprender ciertas regularidades colectivas en las experiencias emocionales individuales, algo que los antropólogos culturales han omitido o dejado de lado por considerarlo inaprensible, o bien, difícil de transformar en “objeto de estudio.” Y en lo cierto estaban; no es posible “entender” lo emocional de la misma manera que se entiende el funcionamiento de un artefacto mecánico que produce energía. Aunque el amor también la produce, sus engranajes permanecen diseminados en una trama mayor y más compleja, siempre irreductible y todavía inescrutable.

La historia de las sorpresas—si es que se escribiera una—incluiría seguramente, el impacto mayor que recibió Adam, el hombre del Principio, cuando despertó un buen día y vio que había a su lado un ser, a la vez tan parecido y tan distinto de él, que no atinaba a clasificar. Desde entonces, ese desconcierto ha ido en aumento, hasta desembocar en una búsqueda, una investigación obsesiva, destinada a saber quién era y ha sido esa mujer, gestora de toda la humanidad hoy viviente. Su nombre, Eva o Ava, deriva de la palabra que significa “vida”, “naturaleza”, y si bien los relatos cuentan que fue engendrada a partir de una costilla del primer hombre, no indican si ella sigue siendo todavía esa costilla fundamental y constitutiva que el hombre recupera cada vez que forma pareja.

“Varón y varona”.

Desde luego que todo comenzó en ese Edén descrito en Génesis, cuando Dios implantó al hombre en el Jardín “ para que lo labrase y cuidase ” .

En este texto, Rabí Abba explica que Dios creó al primer hombre como macho y hembra al mismo tiempo, o sea, formó al primer ser como unidad andrógina: “ ¿Cuándo se dice que un hombre es “uno”? Cuando es varón junto con hembra y es altamente santificado (…) pues sólo cuando el varón y la hembra están unidos forman en realidad un solo cuerpo...”

Por su parte, Rabí Simeón dijo “(...) Una vez que las tres letras hubieron venido hasta el mundo inferior, fue percibido en su forma, completo el nombre de Adán para comprender en un nombre al varón y a la hembra. “

Un ser con dos rostros.

En Génesis 1-27, se lee “ Y creó Dios el hombre a imagen suya: a imagen de Dios le creó; macho y hembra los creó”. Hay pensadores que atribuyen a las traducciones consecutivas, el agregado de la “s” en el artículo “ los ”, cuando en realidad el texto original habría dicho “ lo ” creó, por lo que el hombre primordial habría reunido ambos sexos en un mismo ser. Asimismo, la frase no se habría referido a la creación de la mujer primera, la que está relatada como ocurrida muy posteriormente en el tiempo (Génesis 2-22).