Akal / Cuestiones de antagonismo / 95
Juan Carlos Rodríguez
Teoría e historia de la producción ideológica
Las primeras literaturas burguesas (siglo XVI)
La literatura no ha existido siempre. Los discursos a los que hoy aplicamos el nombre de «literarios» constituyen una realidad histórica que sólo ha podido surgir a partir de una serie de condiciones –asimismo históricas– muy estrictas: las condiciones derivadas del nivel ideológico característico de las formaciones sociales «modernas» o «burguesas» en sentido general. En consecuencia, habrá que preguntarse: ¿qué caracterizaciones concretas otorga el horizonte teórico actual a los discursos literarios? ¿Qué sentido real puede poseer entonces toda esa amplia gama de discursos –usualmente considerados «literarios»– pertenecientes a los modos de producción no capitalistas, que seguimos utilizando continuamente para contraponer a los existentes en las sociedades posdieciochescas?
Juan Carlos Rodríguez (Granada, 1944-2016) ha sido una de las figuras más relevantes del pensamiento marxista español. Catedrático de Literatura Española en la Universidad de Granada, discípulo de Louis Althusser en París, su obra ensayística es capital para entender la construcción ideológica de la literatura; sobre sus teorías se fundamenta el ideario de «La Otra Sentimentalidad» en Granada, sobre la que luego se construye la llamada Poesía de la Experiencia. Entre su vasta obra teórica, desde la seminal Teoría e historia de la producción ideológica. Las primeras literaturas burguesas (Akal, 1990), cabe destacar Lorca y el sentido. Un inconsciente para una historia (Akal, 1994), La literatura del pobre (2001), De qué hablamos cuando hablamos de literatura (2002), El escritor que compró su propio libro (2003), Introducción al estudio de la literatura hispanoamericana (Akal, 2005, con Álvaro Salvador), Tras la muerte del aura: en contra y a favor de la Ilustración (2011), Para una lectura de Heidegger (2011) y De qué hablamos cuando hablamos de marxismo (Teoría, literatura y realidad histórica) (Akal, 2013).
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ISBN: 978-84-460-4520-5
Introducción
—Por favor, podría decirme qué camino debería seguir…?
—Eso depende mucho de hasta dónde quieras llegar.
Lewis Carroll
La Literatura no ha existido siempre.
Los discursos a los que hoy aplicamos el nombre de «literarios» constituyen una realidad histórica que sólo ha podido surgir a partir de una serie de condiciones –asimismo históricas– muy estrictas: las condiciones derivadas del nivel ideológico característico de las formaciones sociales «modernas» o «burguesas» en sentido general.
Como la afirmación es abrupta la justificaremos por partes.
I
En efecto: ¿a qué llamamos hoy «literatura»? Sencillamente: llamamos literatura a una serie de discursos caracterizados ante todo por:
a) Ser obras de un autor, esto es, ser un objeto construido por un sujeto. La ideología hoy hegemónica ( hoy: quiero decir, a partir del siglo XVIII) considera por supuesto que no sólo los discursos literarios, sino también cualquier otro tipo de discursos (los «teóricos» en general, los «científicos» en sentido estricto, los «políticos» en su amplísima gama: como también las «obras artísticas», etc.), son asimismo y ante todo objetos construidos por un sujeto. Lo que diferenciaría, pues, a los textos literarios de todos estos otros discursos paralelos sería precisamente el hecho de que en tales textos se expresaría mejor que en ninguna otra parte la propia verdad interior, la propia intimidad del «sujeto/autor de la obra». En consecuencia, el sujeto literario –y por lo mismo «su» texto– no nos aparecería así como un «sujeto» sin más, sino como aquel en estricto que «habla» o se «expresa» en nombre siempre de su propia verdad interna (y más allá, por tanto, en nombre de la verdad misma de todos los sujetos humanos. Ello independientemente por supuesto tanto de que el autor utilice un género «confesional» o «biográfico», como de que se considere como transmisor de una verdad social popular o nacional, etcétera).
b) Todas estas categorías son las que se han considerado esencialmente como las que justificarían la existencia de una literatura «eterna»: 1. o ) la supuesta existencia permanente de que ese sujeto/autor de «su» propia obra, expresando en ella su propia verdad autónoma e interior; y 2. o ) a la inversa: la creencia en que paralelamente ha tenido también una existencia «eterna» ese tipo de discurso que se constituye como mera expresión de la voz interior de un «autor» y que es colectivamente considerado como válido sólo por existir como expresión de tal «voz».
Este tipo de planteamientos «eternizantes» no revelan obviamente más que un profundo trasfondo a-histórico. Lo que nosotros pretendemos, al contrario, es proponer la tesis de la radical historicidad de la literatura.
II
1. Tomamos el término «historia» muy en serio, y en consecuencia no tratamos de poner parches. No se trata de añadir un contexto histórico (el tan socorrido «contexto») o sociológico a la obra literaria para explicarla desde «afuera» (mientras otros explicarían lo propiamente literario de la obra, lo de dentro, su «en sí»).
Por razones que veremos enseguida pretendemos situarnos al margen de tales planteamientos duales (la creencia en que la obra tiene un dentro y un fuera, un interior y un exterior, lo que justifica a la vez la creencia en esa dualidad paralela de métodos: el método propiamente literario –el que bucea en el «interior»– y el método externo o contextual). Entender la obra literaria desde su radical historicidad quiere decir, por el contrario, para nosotros, que tal historicidad constituye la base misma de la lógica productiva del texto: aquello sin lo cual el texto no puede existir (no puede funcionar ni «en sí» ni «fuera de sí»).
Retomando en este sentido nuestro planteamiento inicial: la posibilidad de la literatura (esto es: no sólo la aparición del concepto actual de lo que sea la literatura, sino a la par –y lo que es mucho más importante– la existencia real de ese tipo de discursos que llamamos literarios) sólo surge cuando surge la lógica del «sujeto».
Y en estricto: tal lógica (o sea: la imagen de un individuo «libre», «autónomo», origen y fin de sí mismo, poseyendo un «interior» –una mente, una razón, etc.– única fuente –y único responsable– de todas sus ideas, sus juicios, sus sensaciones, sus gustos, sus saberes y sus discursos, etc.) está directa –y únicamente– segregada desde la matriz ideológica burguesa. Ello por una razón doble y muy sencilla: en primer lugar; como oposición directa a la ideología feudal del «siervo» (o del servicio en sentido amplio); esto es: a partir de la lógica del siervo jamás hubieran podido establecerse relaciones «mercantiles» o «capitalistas» en ningún sentido. Si el siervo sigue adherido sustancialmente a una tierra y a un señor resulta imposible inscribirlo en un funcionamiento capitalista (aun en la fase manufacturera).
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