Marco Tulio Cicerón - Discursos Vol. 4
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Discursos Vol. 4: resumen, descripción y anotación
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Si bien es cierto que el discurso De haruspicum responso guarda una estrecha relación en cuanto a su contenido con De domo sua (en ambos se aborda, entre otros, el problema de la consagración de la casa de Cicerón en el Palatino), las circunstancias en que uno y otro fueron pronunciados son notablemente distintas a pesar del escaso tiempo transcurrido (30 de septiembre del 57 / primavera del 56) entre ambos; en una situación política tan convulsa e inestable como la romana no es de extrañar que las relaciones de poder variaran constantemente y, con ello, el papel de los protagonistas de la acción (Cicerón, Clodio, Pompeyo o César).
La resolución de los pontífices (30 de septiembre) y del senado (2 de octubre del 57) en favor de la restitución de las posesiones de Cicerón no frenaron la violencia de Clodio; sus bandas atacaron a los obreros encargados de la reconstrucción del pórtico de Cátulo y de la casa de Cicerón en el Palatino (3 de noviembre), a la escolta de Cicerón en la Vía Sacra (12 de noviembre) y asaltaron al día siguiente la casa de Milón.
En medio de esta situación, Clodio se había ganado el apoyo de un sector importante de los optimates: al impedir que Pompeyo interviniera en Egipto para restablecer en el trono a Ptolomeo XIII facilitaron la elección de Clodio como edil el 20 de enero del 56.
Ante estos acontecimientos Cicerón adoptó una actitud vacilante: preocupado ante todo por recobrar sus bienes, denuncia la violencia de Clodio y apoya las acusaciones de Milón; su amistad con Pompeyo, por una parte, y su defensa de los intereses de la aristocracia senatorial, por otra, le obligan a un difícil equilibrio en el asunto de Ptolomeo. De todos modos no puede evitar la denuncia de la extraña alianza de Clodio con algunos senadores, alianza en la que ve un peligro para la unión y concordia entre los “mejores ciudadanos”.
Por su parte Clodio, una vez elegido edil, no tardó en vengarse de Milón acusándolo de vi; Pompeyo se encargó de su defensa en un proceso (7 de febrero) en el que, ridiculizado por Clodio, apenas pudo tomar la palabra en un clima de violencia extrema; además, tuvo que soportar días después la hostilidad de gran parte del senado, que veía con buenos ojos el que Clodio minara el prestigio de Pompeyo.
Pese a todo, Cicerón vuelve a recuperar parte de su prestigio y autoridad al alcanzar tres victorias sucesivas sobre Clodio en los procesos en defensa de Bestia (11 de febrero), Sestio (14 de marzo) y Celio (4 de abril).
La situación política, entre tanto, sufrió un vuelco considerable. A la hostilidad creciente de parte de los optimates contra Pompeyo se había añadido el ataque del senado (incluido Cicerón) contra César quien, además de amenazado su proconsulado en las Galias, vio cómo se intentaba derogar la ley agraria que había presentado en el 59 relativa al reparto entre los veteranos del ager Campanus.
Ésta es, en apretada síntesis, la compleja situación política que precede al discurso que vamos a comentar.
Poco después de los acuerdos de Luca y ausente todavía Cicerón de Roma, la ciudad quedó conmocionada por el anuncio de diversos prodigios: «Se oyó en territorio latino un gran estrépito seguido de ruido de armas».
A los cinco sacrilegios denunciados por los arúspices (celebración poco escrupulosa de los juegos, profanación de lugares de culto, asesinato de embajadores, violación de juramentos y profanación de sacrificios).
No es difícil imaginar la lectura que se hizo de las respuestas y advertencias de los arúspices: los planes secretos y el riesgo de un poder personal podían entenderse dirigidos directamente a los triunviros —sobre todo tras los recientes acuerdos de Luca— y, en especial, a Pompeyo, cuyos poderes extraordinarios nunca fueron bien vistos por el senado; la referencia a las disensiones entre los optimates era, tal vez, una velada alusión a las extrañas alianzas de algunos senadores primero con Clodio y, tras los acuerdos de Luca, con César y Pompeyo; también Clodio y el propio Cicerón podían sentirse interpelados por unas respuestas cuya ambigüedad permitía —según quien hiciera la lectura— interpretaciones radicalmente opuestas.
Precisamente Clodio, con el apoyo de César, no tardó mucho en hacer su propia lectura. La insinuación de Clodio caló en el ánimo de muchos senadores que, envidiosos de las propiedades de Cicerón, pidieron a los cónsules que volvieran a tomar una resolución sobre el tema. Cicerón, que andaba fuera de Roma visitando sus diversas villae, regresó precipitadamente para dar cumplida respuesta a los ataques de Clodio.
Ante esta situación, el discurso De haruspicum responso o responsis (1-7); en la segunda (18-63), Cicerón, después de una profesión de fe en la religión romana (18-19), hace su propia intepretación de los prodigios comentando, uno por uno, los distintos sacrilegios denunciados por los arúspices (20-39) así como las advertencias de los dioses (40-63). El hilo conductor de toda su intervención va a ser, cómo no, una vez más, Publio Clodio, a quien Cicerón señala como responsable máximo de todos los desastres de la República y, en consecuencia, como destinatario principal de las respuestas de los arúspices.
Para ello el orador retoma, sobre todo en la primera parte, argumentos ya esgrimidos en los tres discuros precedentes: el ataque a los cónsules del 58, Gabinio y Pisón; el recuerdo del sacrilegio cometido por Clodio en los misterios de la Buena Diosa; el problema de la supuesta consagración de su casa del Palatino y la resolución de los pontífices y del senado al respecto, etc. Pero es a la hora de interpretar los sucesos más recientes donde Cicerón da muestras de una gran habilidad intentando mantener un difícil equilibrio entre sentimientos contrapuestos: el orador es consciente de su situación comprometida y de los recelos que provoca en muchos senadores; desea mantener su amistad con Pompeyo (a pesar de sus dobleces), pero desconfía de César; no puede evitar preocuparse por sus intereses materiales, pero también por el futuro incierto de la República y por las disensiones entre los optimates. Ante esta situación dirige sus armas dialécticas en dos direcciones: atacar directamente a Clodio (a quien hace responsable de la profanación de los recientes juegos Megalenses, del asesinato de embajadores, de la venta del santuario de Pesinunte, de la división de los senadores e, incluso, de esos «planes secretos» mencionados en la respuesta de los arúspices), pero, también, aconsejar, como solución a la crisis, la unión de «los mejores ciudadanos», una denominación en la que parece querer englobar tanto a la clase senatorial como a los triunviros.
Aunque, desde un punto de vista literario, no sea de los discursos más brillantes de Cicerón, su clara estructuración (mucho más conseguida, a nuestro juicio, que en discursos precedentes), su ya mencionada habilidad dialéctica, su maestría en el manejo de los recursos retóricos y en la utilización del tono apropiado a cada circunstancia (solemne en las constantes referencias a la esfera religiosa, mordaz en los ataques a Clodio, moderado en el análisis de la situación política, exaltado en la expresión de sus sentimientos patrióticos) son cualidades indudables que, unidas a su importancia como documento para conocer aspectos concretos de la religión romana, hacen del De haruspicum responso una pieza oratoria de indudable interés.
J. BAUTISTA CALVO, Obras completas de Marco Tulio Cicerón. Vida y discursos, Tomo V, Buenos Aires, 1946.
S. DESIDERI,
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