Hermann Heller - Teoría del Estado
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- Libro:Teoría del Estado
- Autor:
- Editor:Fondo de Cultura Económica
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- Año:2010
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HERMANN HELLER (Teschen, 1891-Madrid, 1933), jurista y politólogo alemán, precursor de las corrientes sociológicas en el derecho constitucional, fue profesor en Kiel, Leipzig y Berlín. Al triunfo del nazismo, se exilió en España, donde falleció.
SECCIÓN DE OBRAS DE POLÍTICA Y DERECHO
TEORÍA DEL ESTADO
Traducción de
LUIS TOBIO
Edición y prólogo de
GERHART NIEMEYER
Primera edición en alemán, 1934
Primera edición en español, 1942
Segunda edición, 1998
Séptima reimpresión, 2014
Primera edición electrónica, 2015
Diseño de portada: Laura Esponda Aguilar
© 1934, A. W. Sijthoff’s Uitgeversmaatschappij
N. M., Leyden
Título original: Staatslehre
© Aspen Publishers, Inc. New York, N. Y., USA
Esta es una traducción de Staatslehre de Hermann Heller,
publicada por acuerdo con ASPEN Publishers, Inc. New York, N. Y., USA,
propietaria de todos los derechos de edición y venta
D. R. © 1942, Fondo de Cultura Económica
Carretera Picacho-Ajusco, 227; 14738 México, D. F.
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ISBN 978-607-16-2985-2 (mobi)
Hecho en México - Made in Mexico
PRÓLOGO
La amargura que me invade al tener que prologar, en lugar del autor, su Teoría del Estado, queda superada por la conciencia que tengo de que la muerte fue vencida, pues a la Gran Destructora no le fue dado estorbar la formidable labor de aquel poderoso espíritu. Hermann Heller compuso la obra de su vida, la Teoría del Estado, luchando con sobrehumana energía contra la muerte. Aquejado de una dolencia cardiaca que, con los sinsabores de los últimos años, se convirtió en enfermedad mortal, no dejó, sin embargo, de trabajar intensamente, día tras día, en el edificio de esta obra, con una acuciadora impaciencia que era ya el anuncio del próximo fin. “Anhelando vivir el más hermoso momento de su vida”, la terminación de la Teoría del Estado, y lleno su espíritu, en total madurez, de planes para el futuro, de ideas y energías, la muerte le perseguía con la celeridad que le era precisa para alcanzar a aquel hombre tan lleno de vida.
La circunstancia de que no haya podido terminar nuestro autor, hasta su último detalle, la presente Teoría del Estado, no puede sustraer a sus últimos días el tono del triunfo, ni reducir la importancia de este libro. Lo que Heller quería decir sobre el mundo del Estado se halla contenido, si no con todo el desarrollo que él hubiese querido, sí en lo principal, en la forma en que lo dejó. El pensamiento de Heller revela, ya en sus primeras producciones, los gérmenes de sus frutos últimos, aunque a menudo en forma menos precisa. Del mismo modo, en esta Teoría del Estado se halla también la clave para conocer su pensamiento sobre los problemas que no llegó a tratar en particular. Si, por ejemplo, no dejó redactado el importante capítulo referente a la soberanía, se encuentra en los demás un tan gran número de consideraciones sobre este tema y, por otra parte, las tesis sociológicas y metodológicas de la obra conducen tan necesariamente a una precisa concepción de la soberanía, que ningún lector atento puede tener dudas sobre cuál era el pensamiento de Heller en ese particular. Para facilitar tal labor de complemento de la obra se incluyen en un apéndice todos aquellos datos que figuran en los papeles que de él quedaron, concernientes a los capítulos que no pudo llegar a escribir. Aparte de eso, presenta el manuscrito tantas adiciones y correcciones de su propia mano, que puede fundadamente conjeturarse que sólo faltaba una última elaboración para su forma definitiva. Lo poco que ella habría de añadir se deduce de lo meditado de la redacción de esta obra en la que, como en todos los escritos de Heller, cada palabra mantiene su esencial imprescindibilidad. Con frecuencia la formulación de una sola frase era, para nuestro autor, el resultado de todo un día de trabajo concentrado. La conciencia de la responsabilidad sobre lo que decía a sus oyentes o lectores no conocía límites, ni en la autocrítica ni en la intensidad de la labor.
La honradez intelectual a que se sentía obligado, como investigador respecto al objeto de su trabajo, su rigor en el análisis científico, que no se veía afectado ni por ansias de originalidad, ni por resentimientos, ni por la estética del sistema, han sido los que dieron a Heller su crédito como científico. Los problemas de su especialidad no eran para Heller sólo interesantes temas intelectuales, ni el objeto de su investigación significaba un hecho más o menos casual. Lo que investigaba y enseñaba nacía en él, como hombre y como líder político, de ineludibles necesidades de su vivir; los problemas que se planteaba eran resultado de la totalidad de su conciencia social y moral. Por tal razón, la problemática de la teoría del Estado brotaba de las cuestiones que presentaba objetivamente la realidad social, que él sentía con la pasión del político. Este enlace vital de los temas científicos explica lo inconciliable de su actitud con la de los tratadistas que intentan soluciones formalistas para la problemática social. Según Heller, la decadencia presente de las ciencias políticas, y también, en parte, la crisis política actual, se deben a la falta de relación de las teorías políticas con la realidad y al carácter relativo de sus afirmaciones causado por su manera subjetiva de plantear los problemas. La falta de responsabilidad o, mejor, de conexión con lo real, de que adolece la investigación positivista la descubre ya nuestro autor, en germen, en un escritor de la talla de Georg Jellinek. El mayor peligro de esta science pour la science adviene cuando, prescindiendo olímpicamente de los datos de la realidad, eleva a lo absoluto un factor social parcial, con lo cual puede, ciertamente, construir un sistema sin Ambos son ejecutores testamentarios del positivismo científico, en cuanto consideran, en un caso al orden normativo y en otro al centro de poder, de un modo aislado y prescindiendo de su correlación entre sí y de su referencia a un sentido, con lo cual elevan un fenómeno parcial a la categoría de punto medular de una sistemática del Estado puramente abstracta.
Prescindiendo de la línea científica concreta que no lleva a Heller a aproximarse a Kelsen ni a seguir a Schmitt, sino más bien a adoptar una posición intermedia entre las de ambos, su actitud de conocimiento, que es radicalmente distinta de la de aquéllos, se caracteriza por la cuestión, para él fundamental, del porqué y del para qué del Estado y del derecho, superando así el formalismo político, cuestión que, en nuestra época, sólo puede ser resuelta mediante la determinación de la función social del Estado. Por esta función social, y sólo por ella, hay que explicar causalmente todas las propiedades, instituciones y notas1 conceptuales del Estado y, asimismo, la referencia a la función es la única actitud fundamental posible para una comprensión esencial del Estado.
Mediante esta salida de la zona de aquellas posiciones políticas y jurídicas que, desde hace más de medio siglo, valieron como único dominio de la teoría del Estado y del derecho, se amplía, de nuevo, el campo de esta ciencia hasta convertirla en teoría de toda la política, tal como había sido hasta el romanticismo. Por esa razón, ha de referirse, de una parte, a la condicionalidad “utópica” de la realidad estatal, al influjo que sobre ésta ejercen las supremas fuerzas ideales y morales del hombre y a su dependencia respecto a la legitimación por ideas supratemporales; y, de otra parte, ha de tener en cuenta también la base social-material de la política por medio de una sociología del Estado ampliamente desarrollada. Los conocimientos obtenidos por medios sociológicos, en primer término de la realidad social y, luego, de las condiciones sociales de la actividad estatal, constituyen la clave para todas las posiciones particulares de la teoría de Heller. Con tales bases es imposible caer en la metafisización del Estado, como fue corriente desde los románticos y marxistas, la cual, con olvido de las condiciones sociales concretas de la organización estatal, refiere ésta a causas no demostrables científicamente, sino sólo creídas, como la raza, la clase, el automovimiento de la economía, la nación, el espíritu del pueblo o la vida orgánica propia de un Estado que se considera como persona. Heller ha demostrado, de modo inobjetable, que todas esas explicaciones seudometafísicas del Estado nacen de la oscuridad científica y, a la vez, del influjo de situaciones políticas de intereses, y, en contra de ellas, sostiene que el Estado hay que explicarlo partiendo de la conexión social total, en la cual, al realizarse todo nuestro ser, se realiza también su lado político. Sólo una investigación profunda de todos los factores particulares, tanto materiales como ideales, de la totalidad social puede echar abajo esas nocivas leyendas sobre el poder unificador, que se pretende exclusivo, de algunos de ellos. Tales errores, de funestas consecuencias políticas, hay que atribuirlos a un imperfecto esclarecimiento de las bases sociológicas por parte de la teoría del Estado y proceden de la ignorancia del hecho de que ninguno de los momentos culturales o naturales tiene carácter exclusivo ni decisivo para el mantenimiento de la conexión de los hombres. Por el contrario, la realidad social se constituye según una estructura dialéctica de todos los factores parciales, que sólo pueden aislarse en la mente y que nunca se dejan absolutizar.
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