Durante siglos, en los países de habla alemana, durante la Misa de Pascua, el sacerdote despertó la risa de los fieles diciendo y haciendo asco real desde el altar. Ante un fenómeno como éste, de gran interés para el análisis antropológico y teológico, la autora se pregunta: ¿es posible que el risus paschalis fuera un signo de una realidad sagrada? Un signo que permaneció en el nivel popular, cargado de condicionamientos culturales, pero que sigue siendo un signo de una verdadera realidad. Que, al no encontrar espacio dentro de la iglesia «culta», quedó casi bajo tierra en el pueblo de Dios y, como una raíz poderosa que rompe el manto de asfalto que la cubre, hizo germinar un brote vivo y vital. Sí, para Jacobelli esa realidad sagrada es el fundamento teológico del placer, y sobre todo del placer sexual.
Maria Caterina Jacobelli
Risus Paschalis
El fundamento teológico del placer sexual
ePub r1.0
Titivillus 19.11.2019
Título original: Il «risus paschalis» e il fondamento teologico del piacere sessuale
Maria Caterina Jacobelli, 1990
Traducción: Clara Cabarrocas
Ilustración de la cubierta: Dios une a Adán y Eva, miniatura de Jean Fouquet en «Antigüedades Judías» de Flavio Josefo (siglo XV). Biblioteca Nacional, París
Editor digital: Titivillus
ePub base r2.1
Índice de Abreviaturas
- ANT: Anthropos
- ARW: Arçhiv für Religionswissenschaft
- ASTP: Archivio per lo studio delle tradizioni popolari
- Con: Concilium
- CSEL: Corpus Scriptorum Ecclesiasticorum Latinorum
- DTAT: Dizionario Teológico dell’Antico Testamento
- EnR: Enciclopedia delle Religioni
- GLNT: Grande Lessico del Nuovo Testamento
- LV: Lumière et Vie
- PL: Patrologiae cursus completus, series latina
- RB: Revue Biblique
- RHR: Revue de l’Histoire des Religions
- RSPT: Revue des Sciences Philosophiques et Théologiques
- RsT: Rassegna di Teologia
- ScC: Scuola cattolica (La)
- SMSR: Studi e Materiali di Storia delle Religioni
- StMoR: Studia Moralia
- SuppVS: Supplément de La Vie Spirituelle
Presentación
Este ensayo, en su concisión y esencialidad, se configura como modelo de una metodología de investigación histórico-antropológica que, operando sobre un núcleo documental mínimo, logra transformar los indicios de aquel núcleo en estímulos hacia una problemática vasta y densa enterrada bajo las informaciones relativas a una aparente «curiosidad» erudita.
El «núcleo mínimo» está representado por el fenómeno del risus paschalis que Jacobelli ha investigado, con tensión filológica ejemplar, a partir de todos los documentos accesibles, un fenómeno que a la severidad censoria del hombre contemporáneo puede parecerle aberrante, desconcertante e inexplicable; la sensibilidad media —tal como se ha consolidado en una dilatada pedagogía o antipedagogía cristiana— siente inmediata repugnancia ante la incongruencia de la relación entre el acontecimiento central kerigmático, la resurrección, y comportamientos de risa-obscenidad. Resulta evidente, a partir de los análisis de la autora, que dentro del contexto histórico examinado se perfila una relación singular entre un operador sagrado (el sacerdote católico en su prédica y en el rito pascual) y un destinatario, el público de los fieles; y esta relación trastorna toda la normalidad pastoral relacional ya que el operador quebranta el clima del mysterium magnum con palabras, gestos, narraciones desvergonzadas y obscenas, y el público se sustrae de su psicología devocional y criatural, sustituyéndola por una participación distinta, la de la hilaridad complacida, tal vez con risotadas lascivas e impúdicas, que recuerda muchas páginas de Rabelais.
Era necesario, pues, individuar, en relación con estos hechos, una clave de lectura que consintiera superar la desnuda evidencia documental y plantear el caso «curioso» a un nivel de significado distinto, al que por nuestra mentalidad resulta difícil acceder. Por otra parte, las costumbres colectivas de este género, perturbadoras de un modelo legitimado por las intervenciones del poder, no son raras; pienso, por ejemplo, en la comunión administrada a los muertos e introducida en la boca del cadáver (Blaise Pascal, en ocasión de la muerte de su padre, lamentaba la prohibición en una carta dirigida a su hermana); o en el bautismo de los niños muertos que origina el vasto fenómeno europeo de los llamados sanctuaires à répit, en los cuales las parteras, con la connivencia de los sacerdotes, bautizaban a los niños cadáveres; o en los esperpentos que, a lo largo del siglo XVIII, acompañaban la fiesta del Corpus Domini en Francia, denunciados por J. B. Thiers. En todos los casos, para estos y demás episodios de la historia eclesiástica, el investigador ha individuado motivaciones espirituales, justificaciones devotas, tensiones éticas que parecen cancelar la dura condena canónica en nombre de una diversidad humana que, intolerante con el legalismo, es sustancia del pueblo de Dios.
En su añosa y contrastada investigación, Jacobelli, a quien he podido seguir en su arduo trabajo, ha logrado realmente rescatar de la trivialidad sólo aparente el cuadro costumbrista eclesiástico relativo al risus paschalis , y sondear todo lo que podría ocultarse bajo el velo de la extrañeza; y lo ha hecho en una perspectiva cristiana comprometida. Su testimonio pretende recobrar los valores fundamentales del sentido de la existencia, incluidos sus aspectos sexuales, en el goce y en el placer que se le aparecen —fiel a la tradición del Antiguo Testamento— como dones de Dios.
Sería simplista y superficial considerar que una vetusta tradición que acompaña la historia de las ceremonias eclesiásticas desde la edad media hasta la liturgia contrarreformística pueda quedar recluida en el destierro marginal de lo que viene en llamarse «superstición» o de los survivals del mundo de la antigüedad, cómoda forma de resolver los problemas muy apreciada por la cultura iluminística volteriana.
Los términos del problema se delinean de manera muy distinta. Antes que nada es necesario observar la variante cultural de la noción de «obscenidad», subrayando que los comportamientos y las palabras que estos sacerdotes del siglo XVI hasta fines del XVIII ofrecían a su público de oyentes estaban cargados de significados diferentes de los que actualmente damos a la así llamada «obscenidad». «Obsceno», como ya sabemos, es un término del léxico aruspical que significa en sustancia «lo que va en contra», «lo que pone en crisis al grupo» (de ahí la obscoena avis de los arúspices, que significaba el pájaro aparecido en una parte de mal augurio del cielo). Así pues, «obsceno» significa siempre lo que pone en crisis el modelo de una época determinada. Estos comportamientos del risus paschalis eran obscenos cuando la crítica beguina y moralística de las épocas tardías, después del siglo XVIII, o de la reformada y antirromana del siglo XVI, relegó la sexualidad y el goce al limbo de los comportamientos ofensivos del rigorismo cristiano. Era la consecuencia de un antiguo destino conflictivo de la predicación cristiana, oscilando perpetuamente entre la condena decidida de la sexualidad, según los cánones de un encratismo emergente —ya en los primeros siglos— entre los padres del desierto, y una visión tolerante de la condición humana que ya aparece en el anuncio evangélico, en el cual sólo se convierten en explícitamente negativas las elecciones que el hombre hace como tales: omnia munda mundis . La vida sexual, el goce instintivo, la fuerza del Eros se convirtieron en tristeza y contaminación, aunque en contraste con la matriz judaica de la que procedía Jesús hombre. Bastará únicamente recordar que, en la antigua tradición judaica, el coito matrimonial no sólo es función integrante de la condición humana, con todo su séquito de placeres y goces, sino que además se considera como momento de la fusión de la realidad de Dios en sus dos partes, separadas por el hundimiento de la condición inicial de perfección; cuando hombre y mujer se unen —se dice en muchos textos midrásicos—, las dos partes del nombre de Dios, separadas entre sí, se funden en una unidad sustancial que emana el flujo de las bendiciones ( berakhot ) sobre el universo. El Adán separado del tiempo histórico se hace uno en Dios y en su seno.