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PRÓLOGO
« Ciertamente, la verdad es norma de sí misma y de lo falso, al modo como la luz se revela a sí misma y revela las tinieblas ». Spinoza, Ética , pp. 152-153
El gran Juan Valera se quejaba, hace ya más de un siglo, de las palabras que, por lo que tenían de injuriosas, dirigían muchos escritores extranjeros hacia España. En este contexto llama la atención Valera sobre las «tremendas acusaciones» que había dejado escritas en su influyente obra el inglés, afincado en Norteamérica, John W. Draper. La situación al parecer calamitosa de la España de finales del XIX es prueba, llega a decir Draper, de la justicia y providencia divinas, pues España se ha dedicado, y en esto se cifra su trayectoria histórica, a destruir civilizaciones a diestro y siniestro, siendo así que sería injusto que no sufriera por ello un castigo providencial. De esta manera recuerda Valera, con indignación, las palabras de Draper:
«En prueba de que no exagero y de que no pueden ser más atroces las injurias que nos dirigen algunos escritores, cuyas obras se traducen al castellano, teniendo acaso nuestro público el mal gusto de estimarlas y la candidez de creer lo que dicen, citaré al célebre catedrático de la Universidad de Nueva York Juan Guillermo Draper, el cual, en su Historia del desenvolvimiento intelectual de Europa, asegura que España, en justo castigo de sus espantosos crímenes, está hoy convertida en un horrible esqueleto entre las naciones vivas, y añade Draper: ‘Si este justo castigo no hubiera caído sobre Es paña, los hombres hubieran ciertamente dicho: no hay retribución, no hay Dios’. Por donde se ve que es un bien y no un mal el que este pobre país esté muy perdido, porque, mientras peor estemos, mayores y más luminosas serán las pruebas de la existencia de Dios y de su justicia. Largo es, muy largo, el cap ítulo de culpas que Draper nos echa a cuestas; pero las dos culpas más enormes son las de haber destruido por completo, o casi por completo, dos civilizaciones: la oriental y la occidental» (Juan Valera, Sobre dos tremendas acusaciones sobre España del angloamericano Draper ).
Grandes y (re)conocidas figuras de la literatura española, desde Quevedo, pasando por Cadalso, por supuesto el propio Valera, hasta Unamuno entre otros, han venido advirtiendo de esta situación, incluso denunciándola, en la que España aparece juzgada por su acción en el mundo en términos tan escrupulosos y severos en contraste con otras sociedades políticas a las que se las mira, esto es lo indignante, con más simpatía e indulgencia en este sentido. Así se afirma, y se repite por muchos, sin temor a equivocarse, el non placet Hispaniae , mirando la trayectoria de España como sociedad histórica, y sin embargo, esto mismo no se aplica, haciendo la vista gorda, a otras sociedades, como puedan ser Inglaterra, Francia o Alemania, cuya trayectoria es semejante, cuando no peor que España, desde el punto de vista de su weltpolitik correspondiente. Una severidad y escrúpulo, además, con los que se juzga a España, que no parecen quedar suficientemente explicados apelando a la causa, general, de la normal animadversión que se genera entre distintas sociedades políticas cuando existe rivalidad entre ellas, pues la persistencia, secular, de esta animadversión hacia España, que resiste incluso a las quejas mostradas por parte de esos grandes escritores, tenidos en otros aspectos por eminentes, hace de ella un fenómeno muy singular, esto es, el fenómeno negrolegendario.
Y es que la idea de España que todavía permanece en buena parte de la historiografía, teniendo además gran influencia en otros ámbitos (políticos, periodísticos, literarios, cinematográficos, publicitarios), circula sin duda derivada directamente de lo que, ya hace casi un siglo, Julián Juderías denominó «leyenda negra antiespañola».
Así, y según ese juicio sumarísimo, es precisamente la identidad negra de España, tal como es reconocida desde esta leyenda, el único fundamento que justificaría su unidad, de tal manera que, sobre la base de la tiranía, la segregación, el expolio, la tortura y, en definitiva, la muerte, España termina por constituirse, en efecto, como sociedad política, pero una sociedad política en cuya base se encuentran, sin más, el odio y la violencia fanática.
En este sentido hay sobre todo dos hitos temáticos que, a modo de lugares comunes, alimentan recurrentemente esta idea negrolegendaria, echando el cerrojo ideológico sobre la misma, siendo así que, en cualquier discusión o controversia acerca de España y su historia, aparecen presentadas, de un modo o de otro, y al margen de cuál fuera el origen de la conversación, como «pruebas» terminantes en contra de España. Nos estamos refiriendo, naturalmente, al «sojuzgamiento» de América, y a la segregación de «Sefarad» (a través de su expulsión e inquisición). Pruebas infalibles, incontrovertibles, inapelables al parecer, hasta el punto de ser, y al margen de la interpretación que se haga de las mismas, arrojadas como acusación sobre aquel que ose cuestionar tales evidencias: es suficiente mencionar ambos «hechos» para condenar a España y, por supuesto, a aquellos que la «entiendan» o justifiquen en algún sentido.
Así la identidad negra de España se produce, y habla Blas, en cuanto que la constitución de su unidad, decimos, se lleva a cabo, bien por el sojuzgamiento sobre los pueblos que recubre (América), bien por la segregación de las «minorías» religiosas que no absorbe y expulsa (judíos y moriscos). Ambos hechos representan en la perspectiva negrolegendaria pruebas indiscutibles de ese «ser» odioso de España, de su identidad negra casi atávica, que evidencian, a modo de experimentum crucis , el carácter oscuro de su desarrollo histórico. Algunos incluso, dando un paso más, advierten de la ilegitimidad de España como poder político, en general, al basar ésta su desarrollo en ese ejercicio, no ya circunstancial sino estructural, de pura tiranía y exterminio. Es más, muchos, incluso, extienden su ilegitimidad también al origen, no sólo a su ejercicio, al representar España en este sentido la ruina de «Al Ándalus», víctima también, y a esto es a lo que sin duda se refería Draper con aquello de la destrucción de la «civilización oriental», de este auténtico energúmeno histórico que, en definitiva, es para muchos España.