Salvador Pániker - Diario del anciano averiado
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- Libro:Diario del anciano averiado
- Autor:
- Editor:Literatura Random House
- Genre:
- Año:2015
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Diario del anciano averiado: resumen, descripción y anotación
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Arranca el año 2000 dentro de un clima de optimismo económico considerable. La OCDE pronostica la llegada de una onda de crecimiento que habrá de durar hasta el 2020. Abundancia de prospectivas en los periódicos. Muchos se ocupan de asuntos que yo mismo vengo glosando desde hace años, así el movimiento simultáneo hacia lo planetario y lo local, el tema de la religión a la carta, el mestizaje, el desciframiento del genoma humano, la tecnología inteligente, los movimientos migratorios.
Tocante a eso último, la ONU advierte que Europa necesitará más de cien millones de inmigrantes de aquí al 2025; lo cual es una consecuencia de la disminución y envejecimiento de la población. España, que era un país de alta natalidad hace treinta años, se ha convertido en uno de los de menor fecundidad del mundo. España, con todo, tampoco tiene malas perspectivas económicas. La crisis de los años setenta comenzó a superarse a mitad de los ochenta. Las empresas se van pasando a tecnologías que ahorran trabajo, y habrá que ver qué ocurre con el problema del empleo. Por el momento, la paz social parece asegurada.
Hay mucha gripe, y yo sigo sin ánimo y sin estamina (traducción improvisada del inglés stamina). A pesar de lo cual decido asistir a la cena literaria a que me invita la editorial Planeta. Y lo mejor ha sido la llegada tardía de JX, sonriente y llena de naturalidad y despiste. La JX que a mí me gusta. Joven de aspecto. El resto de la velada, previsible. A mi lado, la escritora Carmen Riera, encerrada en sí misma, trata de ser simpática pero se le nota demasiado el esfuerzo. Probablemente sea una mujer voluntariosa y tímida. En contraste con Riera, la también escritora Isabel-Clara Simó y el lingüista Sebastià Serrano son simpáticos sin esfuerzo. Charlo con Magda Oliver, que dirige algo relacionado con la cultura de la Generalitat. Abrazo a Imelda Navajo, que hoy manda en Planeta, y que dice que me admira mucho. Bien jugado, Imelda, este es el protocolo: halagarnos los unos a los otros, mantener el equilibrio con buena cara. Cesáreo Rodríguez-Aguilera, en cambio, aparece muy deteriorado, tanto física como mentalmente. En fin, intercambio saludos y sonrisas con los sospechosos habituales, incluido el alcalde Clos.
Le dieron un premio a no recuerdo quién.
El anciano se levanta de la cama tambaleándose. El anciano ha dormido mal, le duelen los huesos, no se sabe si es por gripe o por artrosis. El anciano no se propone correr los cien metros lisos, sólo aspira a una cierta normalidad con margen de maniobra. El anciano, mientras se afeita con la portátil, pedalea en el ciclostátic. Luego, en algún momento, despacha por teléfono con su secretaria. Toma los medicamentos contra la hipertensión. Ojea los periódicos. Eso de leer los periódicos tiene un pedigrí incluso filosófico. Nada menos que Hegel consideraba «la lectura de los diarios matutinos como una especie de bendición», como una tarea indispensable para orientar la conducta humana. El anciano lee, pues, los periódicos y encuentra comentarios sobre la Europa que se prepara para saltar al euro. Shere Hite declara que «las mujeres serán las líderes del siglo XXI ». Las acciones de Microsoft siguen superando en valor a las de General Motors, comprobación de que hemos pasado de una era dominada por la industria a otra dominada por la información. Ha fallecido Friedrich Gulda, el pianista heterodoxo que mezclaba música clásica con jazz. También ha fallecido Hedy Lamarr, probablemente la actriz de cine más guapa que ha existido. El anciano se asombra, todavía, de ser anciano; es un anciano reciente; dentro de poco se habrá acostumbrado ya a ser anciano. O quizá no. El anciano destapa la máquina y escribe lo que antecede.
Jueves, día de la semana en que vienen mis hijos a comer. Llegan casi simultáneamente a casa Pablo, Agustín y Flo. Les invito a pasear un rato antes del ágape. Caminamos por mis habituales circuitos vecinales, rondando el monasterio de Pedralbes. El monasterio de Pedralbes (siglo XIV , gótico catalán, dicen que su claustro es el más grande de Europa) era el lugar cercano que más le gustaba a mi hija Mónica, su iglesia era la que a veces visitaba. Pablo endereza mi columna vertebral con sus manos, dice que tiendo a encorvarme al andar. Me gusta que lo haga. Ya de regreso a casa aparece Ana, que nos ha venido siguiendo el último trecho. «Parecíais un grupito mafioso, el clan de los sicilianos, o mejor, de los marselleses, el Chef era el Padrino.» (Algunos de mis hijos me llaman Chef, y a Nuria, Chefa.) Y yo pienso que este lugar, Pedralbes, fue su barrio de infancia, su monasterio de infancia, su colegio de infancia (Betania-Patmos). Una cierta raíz. Ellos, mis hijos, que tan necesitados están de raíz, dada su hipersensibilidad.
Leo la mítica biografía de Proust escrita por Painter. Me interesaba la explicación que pudiera dar el biógrafo de cómo, cuándo y por qué un autor relativamente anodino se convierte en un escritor extraordinario. Painter da muchos detalles, demasiados, y algo aclara del proceso creador. Su libro es bueno. Sin embargo, el personaje, Proust, queda como desposeído de su aura mítica. Este homosexual enfermizo y malcriado, amigo de príncipes y marquesas, resulta, en el retrato de Painter, más patético que genial. A pesar de la abundancia de datos, no se acaba de ver la relación entre el hombre y la obra.
Bien es verdad que hacia el final del libro de Painter uno se reconcilia con su biografiado. En su última etapa a Proust ya sólo le importa poder terminar su obra. Morir importa menos que escribir. Lo cuenta Painter y lo corrobora Céleste, su criada, que también publicó un libro sobre el novelista. Y nosotros pensamos que eso estuvo bien. Necesse est navigare, vivere non necesse.
Mi hermana va a cumplir ochenta años. Manda una carta estándar invitando a una pequeña celebración. La cifra, ochenta años, me impresiona un poco. Ninguno de nuestros padres alcanzó esa edad. Mi hermana, aquella chica lista que en los años cuarenta conducía su automóvil, cuando apenas había automóviles y casi ninguna mujer conducía, aquella muchacha espabilada y estudiosa que tenía bastante éxito con los hombres, ochenta años. Inaudito, normal.
Yo mismo, dentro de poco, setenta y tres.
Mi relación con mi hermana es nula. Pero claro está que iré a su fiesta.
No estará de más dejar constancia de que mi relación con JX sigue siendo buena y bella. Todavía, a veces, sorpresiva. La otra noche paseamos por la plaza de la Catedral y por Vía Layetana, después entramos en un restaurante cuyo nombre no recuerdo y cenamos (yo, jamón jabugo, pan con tomate y dorada a la plancha; JX verduras y tortilla de espinacas). Pues bien, fue una cena cómoda y agradable, soslayando las actitudes mecánicas. Ella me miraba como extrañada de mi presencia, el mantenimiento de aquel viejo asombro —¿quién es esta persona?, ¿qué hace aquí conmigo?— hoy potenciado por lo poco que nos vemos. Ello es que JX y yo llevamos ya siete años de aventura compartida. Nos seguimos queriendo. Por así decirlo.
Gentes muy antiguas, una discreta colección de sobrinos, mis hermanos. Era la fiesta de Mercedes, viuda de Pélach, que cumplía sus ya citados ochenta años, una misa en la iglesia de los capuchinos, una merienda en el Casal de Sarriá, todo un poco de estar por casa, también un punto patético. Mi pobre hermano José María recluido en su Parkinson. Mercedes y Raimundo vestidos a lo indio. La mujer de Raimundo, María, sola en un rincón. Allí también Pedro Nogués, el otorrino Ferrando, algún ex empleado de Pániker, S. A., viejas amistades que hacía cuarenta años que no veía. Me presentan al marido de María del Mar Pélach, que se parece un poco a mossèn Dalmau. La hija adoptiva de Raimundo es india, tiene veinte años de edad, pero parece que tenga doce. Agradable. La mujer de Miguel Siguán me pregunta si sigo siendo
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