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Germán Sánchez Otero - Hugo Chávez y la resurrección de un pueblo

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Germán Sánchez Otero Hugo Chávez y la resurrección de un pueblo
  • Libro:
    Hugo Chávez y la resurrección de un pueblo
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    Editorial de Ciencias Sociales
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Hugo Chávez y la resurrección de un pueblo: resumen, descripción y anotación

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Chávez sabía cuál era su papel en la historia y lo jugó
conscientemente
I

Hugo Chávez logró hacer lo que hizo, porque se formó en los valores de “la patria germinal”, según la definiera un intelectual venezolano: logró captarlos, interpretarlos y convertirlos en fuerza transformadora permanente.

Tenía una personalidad recia, de convicciones claras y elevada voluntad para buscar las cosas en las que creía. Es lo que uno descubre en los relatos de Adán, su hermano, y de quienes lo conocieron desde niño.

Su personalidad durante la infancia logra encauzarse correctamente por la formación que le inculca su abuela Rosa Inés, en la solidaridad, el trabajo, la humildad, y la sabiduría ancestral del pueblo humilde.

En Venezuela siempre existió una espiritualidad vinculada a las luchas continuas de resistencia, en los dos primeros siglos de la conquista y la colonización, que dieron paso a las luchas donde los criollos pobres, los blancos de orilla –conocidos así–, manifestaron su inconformidad con el reinado de España, y hubo una tradición cimarrona muy fuerte. A pesar de que la resistencia indígena aquí duró casi siglo y medio y fue totalmente derrotada, ellos se fueron reagrupando hacia la selva, y después hubo un proceso de rebeldía, de inconformidad, al igual que sucedió con los blancos de orilla.

Caracas era un espacio de conspiración permanente. Existía una larga tradición en lo que hoy es la Plaza Bolívar, como centro donde se encontraban mestizos, mulatos, los niños y jóvenes man tuanos y durante todo el siglo xviii , ahí convergieron las ideas de rebeldía. Por eso se explica el surgimiento de un Francisco de Miranda, un niño caraqueño que se formó en esa plaza, y luego un Simón Bolívar, un José Félix Ribas.

Todo esto te lo cito, porque la sabiduría de esa mujer humilde: Rosa Inés, la abuela del Comandante, viene de todo un cuerpo de sentimientos, de valores, de una forma de ser del pueblo venezolano, que fue muy marcado después por Bolívar, en el caso del llano por Zamora y por toda la tradición de lucha del pueblo durante varios siglos.

Su bisabuelo “Maisanta” es una figura legendaria que cala en todas sus fibras. “El último hombre a caballo” desempeña un papel esencial contra la dictadura gomecista, y se convierte en símbolo de la brega del pueblo venezolano contra la primera dictadura impuesta por las transnacionales petroleras y el imperio estadounidense, luego del golpe de Estado de diciembre de 1908 contra Cipriano Castro.

Chávez sobresale desde joven por su pasión hacia esas tradiciones de luchas y rebeldías, y de admiración a los héroes nacionales. Él logra expresar el orgullo y la sabiduría populares alrededor de nuestra historia y convertirla en energía transformadora, en grandes metas y causas que eran necesarias para cambiar de manera radical la nación postrada y desesperanzada. Postrada frente al saqueo realizado por la burguesía y desesperanzada, sobre todo después de las masacres de los años ochenta, en particular la gran masacre del 27 de febrero de 1989, que la deja llena de miedo colectivo a nuevas represalias por parte del Estado.

II

En aquel país sumido en la desesperanza y desmoralizado, Chávez surge en un punto especial de nuestra historia, que es el desgaste absoluto del régimen neocolonial –de falsa democracia–, que estaba pasando a una nueva fase de entrega a través del neoliberalismo; un régimen sin liderazgo, sin partidos, sin sustento real. Es un escenario donde se ha agotado el modelo económico del capitalismo populista y también el neoliberal, y ahí irrumpe, el 4 de Febrero de 1992, la esperanza de Chávez y del movimiento bolivariano.

A mí me tocaba trabajar en el metrobús el lunes 3 de febrero y terminé tarde en la noche. Recuerdo que fui al norte de la ciudad, a San José, dejé a un compañero de apellido Monje, y después fui a llevar a otro más, y cuando pasamos por la ave­nida Baralt, vi movimientos militares, camiones militares, había algo.

Vivía en la parroquia El Valle, en la calle 14, y llegué a mi pe queño apartamento como a la una de la madrugada del 4 de Febrero; me sentía muerto de cansancio, porque todo el día –desde la mañana– estuve trabajando en el metrobús y atendiendo asuntos sindicales, haciendo asambleas, en nexo con los traba­jadores. Al llegar, vi un rato la televisión y me acosté. Estaba bien dormido, y como a la una y treinta de la madrugada, sonó el teléfono de la casa. Y me paré borracho de sueño: era una hermana mía. Me dijo: “Nico, hay un golpe de Estado”… Enseguida abro los ojos, sorprendido: “¿Qué?”. Y ella: “Prende el televisor”. Eso hice, y de repente aparece Carlos Andrés con cara de loco, pálido, nervioso.

Yo dije: “¡Dios mío, qué es esto!”. Me preocupé mucho: “La derecha dio un golpe”. Pensé que no aguantaba más la crisis, y que venía una dictadura tipo Pinochet para masacrar e imponer el paquete económico neoliberal. Prendí la radio. Llamé a alguna gente, que me iban contando, y escuchaba por el teléfono la balacera: pa, pa, pa, pa, y comencé a seguir los acontecimientos. Amaneció y en el pequeño apartamento de El Valle yo no paraba de caminar para acá, para allá, pensando: “¡Ajá, vamos a ver qué pasa, si se impone una dictadura de derecha aquí! ¿Qué hacer? ¿Cómo proteger a la familia? ¿Hacia dónde movernos?”. Y toda esa preocupación…

Amanece el 4 de Febrero y empiezan a correr los rumores de que al jefe de la intentona –como decían los periodistas–, ya lo habían capturado y que lo iban a presentar en la televisión. Hasta que, como a las once de la mañana, informan que el jefe de la intentona está en el Ministerio de la Defensa, y que va a hablar… Y ocurre la famosa situación, que en buena parte cambia la historia de Venezuela, al canalizar la fuerza que había surgido en el pueblo y que estaba como represada. De súbito, todas las cámaras enfocan el suceso, el periodista hablando, abren una puerta y aparece un joven militar, y nada más al ver su imagen, la simple imagen, me dije: “¡Coño, esta es la gente! Este es el jefe militar bolivariano y admirador de Zamora de quien me habían hablado”. Fue lo que pensé, nada más de verlo.

Parecía que era él quien controlaba el poder allí, porque la cara de los militares que lo tenían preso era de desmoralización, de incertidumbre. Y al hablar Chávez –se lo decía a Cilia en estos días–, en mi apartamento había un mueble frente a un pequeño televisor, y pegué un brinco hasta el techo, caí al piso y dije: “¡Coño, era verdad!”. Me acordé de Ezequiel –un compañero que usaba ese seudónimo– quien me había hablado tres meses antes de un joven militar bolivariano y zamorano, que preparaba un golpe. Y no demoré en comprender que aquel a quien ahora veía en la televisión, por la coherencia de su discurso, su humildad, el coraje de asumir la responsabilidad frente al país y además por darle el carácter bolivariano a su movimiento, era la persona que me había descrito Ezequiel.

Para mí la marca fue cuando dijo: “Este movimiento militar bolivariano” y el “Por Ahora”, que resultó lo de mayor impacto en el pueblo: ¡La esperanza! O sea, Chávez en menos de un minuto abrió el tiempo a la esperanza del venezolano, que la había perdido. Y yo pegué un brinco que me trajo hasta aquí, hasta hoy, un solo brinco.

III

Después, en la cárcel, Chávez se niega a que lo conviertan en un mito, dice que es un hombre de carne y hueso y que va a ir al encuentro de la realidad, pero que si solo un núcleo de ese mito es verdad, él quiere demostrarlo en la calle. Y así comienza a surgir un poderoso liderazgo.

En Venezuela la izquierda nunca había tenido, ni sabíamos lo que era tener un líder, y el papel de él para la construcción de un movimiento revolucionario. No sabíamos qué era eso. Más bien, las tesis predominantes, después de la derrota de los años sesen ta del pasado siglo, fueron las tesis del antilíder y del antijefe: nadie es jefe y nadie es líder. Nadie enseña a nadie, nadie sabe más que nadie, nadie es líder, nadie es jefe, todo es colectivo. Predominaba el criterio en contra de cualquier cosa que significara ser líder, jefe, y se hablaba en forma peyorativa del caudillo. Chávez no fue una excepción para muchos de la izquierda. La izquierda en general no comprendió a Chávez en los primeros días después del 4 de Febrero. Y algunas organizaciones o dirigentes trataron de manipular esa fuerza para sus intereses, tipo Bandera Roja o parte de la dirigencia de Causa R.

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