Durante mucho tiempo, la obra de J. R. R. Tolkien ha sido considerada meramente como uno de los primeros exponentes de la literatura fantástica. Solo en tiempos recientes ha comenzado a ser entendida en toda su plenitud por los críticos y los académicos.
Eduardo Segura ha trabajado muchos años para acercarse a la esencia del legendarium que el genial autor inglés fue tejiendo con sus leyendas, sus cuentos, su poesía y sus relatos mitológicos. Mediante una larga contemplación de la luz refractada que Tolkien retrata en Mitopoeia —el poema que, pese a su brevedad, podríamos considerar la piedra angular de su obra, por ser la expresión más concentrada de la particular creatividad del autor—, ha encontrado una filosofía tan coherente como sugerente que cuestiona, tanto por la vía teórica como mediante la praxis artística, la validez de los preceptos empíricos como el único modelo posible para comprender el mundo que nos rodea.
La presente colección de ensayos explica, como ningún otro estudio escrito en lengua española lo haya hecho antes, las claves para entender la literatura de unos de los escritores más importantes y más incomprendidos del siglo XX.
Eduardo Segura
J. R. R. Tolkien. Mitopoeia y mitología, reflexiones bajo la luz refractada
ePub r1.0
Titivillus 21.06.16
Eduardo Segura, 2008
Editor digital: Titivillus
ePub base r1.2
PRÓLOGO
M I PRIMER ENCUENTRO con Eduardo Segura tuvo lugar al abrir su libro El viaje del Anillo, hace ahora casi cinco años. Lo recuerdo bien, porque mi impresión más inmediata —y también la más duradera— fue la de haber conocido por fin a una persona que comprendía a Tolkien desde muy cerca. Aquella impresión pronto se convirtió en una convicción, y no porque resultara evidente que había caminado durante mucho tiempo tras las huellas del profesor —de ésos hay muchos—, sino porque a medida que avanzaba en la lectura veía que el autor verdaderamente había alcanzado conclusiones fundamentales acerca de las motivaciones más profundas e importantes de la creación de uno de los legendarium literarios más fascinantes del siglo XX.
Aquel libro que tenía en mis manos no se parecía en nada a los estudios académicos habituales, pues revelaba un compromiso personal con la materia fuera de lo común. Sobre todo me llamó la atención el respeto con que el autor trataba la obra de Tolkien, pues antes que someterla a su análisis parecía querer que sucediese al revés, como si fuera la obra de Tolkien la que determinaría la validez de la metodología. En definitiva, el estudio se planteaba como una ocasión de descubrir qué podía aprender él de Tolkien, lo cual es una actitud tristemente rara en el mundo académico, donde los estudiosos e investigadores a menudo prefieren enseñar a la obra literaria —¡y a su autor!—, haciéndolos entrar en el rígido corsé que los críticos y teóricos de la vanguardia intelectual han ido fabricando para adecuar el análisis literario a la modernidad.
La actitud del profesor Segura me resultó muy reconfortante, algo así como un soplo de aire fresco. Por eso, nada más terminar de leer el libro, decidí marcar el número de teléfono de la universidad donde trabajaba por entonces, y averiguar quién era aquel comprometido escritor que con tanto desparpajo desafiaba las convenciones académicas. Ese primer acercamiento no sólo fue el principio de una amistad que ha llegado a traspasar las fronteras de una pasión literaria común, sino que también me brindó la posibilidad de aprender de sus vastos conocimientos tolkienianos en un contexto más formal, pues durante los dos años siguientes Eduardo dirigió mi tesis doctoral sobre El Señor de los Anillos. Desde entonces hemos trabajado juntos en varios proyectos relacionados con los Inklings, aparte de divagar y disfrutar conjuntamente, cuando las distancias nos lo han permitido, sobre cine, baloncesto, cerveza de malta y otros ingredientes cruciales para el bienestar del ser humano.
A través de este contacto directo y prolongado con Eduardo y con su trabajo, he tenido el privilegio de contemplar de primera mano cómo ha ido elaborando sus conclusiones acerca de la obra de Tolkien; y ésa, por otra parte, es la única razón legítima que se me ocurre para justificar que yo me atreva a prologar esta excelente colección de ensayos. En el proceso de aprendizaje pude comprobar que sus conclusiones, al igual que la obra del propio Tolkien, que se fraguó de forma tan laboriosa, sosegada y reflexiva, han sido destiladas a lo largo de muchos años de pensamientos y conversaciones, de lecturas y estudio, y son fruto de uno de los acercamientos más documentados, rigurosos, perspicaces e iniciados sobre el legendarium tolkieniano que se hayan hecho en España, Europa, o allende los mares.
Y esto tiene necesariamente que ser así, porque cualquier persona que se proponga conocer la obra de Tolkien en profundidad debe, antes que nada, leer muchísima Habrá de sumergirse sin prejuicios en el legado cultural del mundo occidental, viajando lejos en el tiempo y el espacio, a regiones donde las categorías del siglo XXI pierden su sentido y vigencia, por senderos sinuosos que llevan al viajero sobre troncos y rocas a lugares donde el paso del tiempo ha borrado la huella del hombre; a través de los campos de batalla y las ciudades de la Antigüedad, pasando por sus academias y bibliotecas, antes de seguir caminando con paso firme hacia el Gran Norte, donde los dioses mismos luchaban y sangraban y morían, y donde el valor de los mortales para afrontar la muerte y la oscuridad era el único consuelo posible…
El estudioso de la literatura de Tolkien debe también atravesar los bosques medievales con sus mil maravillas, perderse en ellos y exponerse a sus aventuras, hasta encontrar el camino de salida y continuar por anchas avenidas, jalonadas de palacios renacentistas, plazas barrocas y jardines neoclásicos, para después afrontar los paisajes azotados por las tormentas del Romanticismo; tramo necesario, claro está, para que luego pueda trotar plácidamente por los parajes pastoriles de la Inglaterra decimonónica, y de ahí lanzarse directamente, casi sin previo aviso, a los escenarios infernales de la Gran Guerra, donde sólo cantan las ametralladoras y los paseos nocturnos discurren en una tierra de nadie sembrada de cadáveres y alambre espinoso…
Y después hacia atrás de nuevo, o hacia delante, como la misma obra de Tolkien, cuya voz narrativa parece vagar sin rumbo fijo en un eterno vaivén entre todos estos lugares, pero siempre según una extraña y poderosa coherencia narrativa que baila al son de un sutil hechizo élfico, de esa magia capaz de llevar el relato a ser plenamente aquello para lo que fue pensado y querido. Esta dinámica resulta muy difícil de captar para cualquiera que no se haya aproximado a las particulares convicciones estéticas, filosóficas y teológicas del profesor Tolkien, con la sincera ambición de hallar la comprensión necesaria para poder adaptar sus criterios de interpretación al objeto de estudio, en vez de catalogar la plasmación artística de aquéllas según modelos predefinidos por la crítica literaria contemporánea.
Mediante una larga contemplación de la luz refractada que Tolkien retrata en Mitopoeia —el poema que, pese a su brevedad, podríamos considerar la piedra angular de la obra de Tolkien por ser la expresión más concentrada de su creatividad—, Eduardo Segura se ha acercado progresivamente a este