Este libro no podrá ser reproducido, ni total ni parcialmente, sin el previo permiso escrito del editor. Todos los derechos reservados.
© 2019, Cristián Arcos y Luz María Astudillo
Ilustración de portada: Ian Campbell
Diseño: Ian Campbell
Derechos exclusivos de edición
© 2019, Editorial Planeta Chilena S.A.
Avda. Andrés Bello 2115, 8º piso, Providencia, Santiago de Chile
1ª edición: abril de 2019
ISBN Edición Impresa : 978-956-360-577-8
ISBN Edición Digital : 978-956-360-578-5
Diagramación digital: ebooks Patagonia
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Anita Lizana,
volver a pasar por el corazón
Escribir sobre Anita Lizana, nacida el 19 de noviembre de 1915, inevitablemente supone revisar una historia del deporte chileno desconocida para las nuevas generaciones.
Cada cierto tiempo circula por redes sociales una fotografía en la que la chilena aparece desplomada en la cancha después de ganar el Abierto de Estados Unidos en 1937. Es difícil pensar en que alguien de 1,59 metros de estatura (por eso el apodo de la Ratita) fue capaz de soportar el ritmo de jugadoras de todos los continentes y salir victoriosa. Las altas temperaturas de ese 11 de septiembre, sumados al nerviosismo de enfrentarse a la polaca Jadwiga Jędrzejowska, favorita del torneo, le provocaron el desmayo que hasta el día de hoy da la vuelta al mundo. Con solo veintiún años, quizás Anita nunca imaginó que se estaba convirtiendo en la primera y única tenista chilena en ganar un Grand Slam.
Esa imagen representa la coronación de su carrera, que tuvo un difícil comienzo en Chile. Anita Lizana pasó la mayor parte de su infancia en el Club Tennis Riege des Deutschen Turvereins, club de tenis alemán ubicado en la comuna de Quinta Normal, donde Roberto, su padre, era profesor. Allí practicaba este deporte con él y con sus hermanos. Además, uno de sus tíos, Aurelio Lizana, fue un gran jugador que también le inculcó el amor por esta disciplina. A diferencia de Anita, Aurelio jamás logró salir del país para profesionalizar su pasión por el tenis.
Así, con el respaldo de una familia de tenistas, Anita comenzó a jugar a los seis años. A los once ganó su primer campeonato y a los quince ya era campeona chilena de la categoría adulta, título que mantuvo por cuatro años.
Desde 1930 hasta 1934 ganó todo en el terreno local. Incluso, a veces jugaba con hombres, pues había pocas tenistas mujeres y menos alguna que le hiciera frente. Cuando prácticamente ya no tenía a quién más ganarle en Chile, decidió ir a jugar al exterior. El problema, tal como en la actualidad, era la falta de recursos. Ni siquiera era posible imaginar que el Estado financiara su viaje y su familia era de clase media, por lo que tampoco tenía dinero para ayudarla.
La solución para pagar el viaje de Anita al extranjero fue una especie de colecta popular. La gente comenzó a donar dinero hasta que se lograron reunir aproximadamente 120.000 pesos de la época, monto suficiente para costear el pasaje en barco hacia Europa. Este gesto, según su hija mayor, Ruth Weston, siempre fue recordado y agradecido por Anita y “contribuyó, en el contexto chileno, a dar a las mujeres otro lugar. Antes de que mi madre ganara en Forest Hills, las mujeres nunca fueron consideradas como una opción para ser atletas profesionales”.
Esta decisión fue la mejor que Lizana pudo haber tomado a sus cortos diecinueve años: al llegar a Europa gan ó los campeonatos de Escocia e Irlanda, llegó dos veces a cuartos de final en Wimbledon y se situó en el noveno puesto mundial a inicios de 1937.
Fue precisamente ese año cuando la tenista protagoniz ó una hazaña que hasta hoy nadie ha superado: fue la primera sudamericana en ganar un Grand Slam y la primera tenista chilena y de la región en conquistar el puesto número uno del mundo. En los pocos videos disponibles de esa final, se puede ver que Anita Lizana, agotada y afectada por el calor, gana en sets seguidos por 6-4 y 6-2. Luego vienen la gloria y el regreso a Chile, en donde fue recibida en La Moneda por el presidente de ese entonces, Arturo Alessandri Palma. En Valparaíso fue elegida reina de los Juegos Florales y ovacionada por miles de personas que quisieron estar cerca de la número uno del mundo.
Pero eso no fue todo. Enrique Rodríguez y Roberto Flores le regalaron a Anita un homenaje musical. Así como hoy se escriben reguetones o cumbias para jugadores de fútbol, en ese tiempo el tributo fue una canción más cercana al género del foxtrot: “Arriba, Anita, muchacha sin igual / con tu raqueta eres de fama mundial” es una de las frases de “Anita Lizana”, que no hizo sino confirmar el fenómeno en que se había convertido. Lo más curioso es que ambos compositores eran argentinos, síntoma de la fama que había alcanzado la tenista.
Ruth Weston señala que, según los periodistas, Anita era la número uno en 1937 en un sistema de ranking que no era oficial, como lo es hoy. “Si no hubiese estallado la Segunda Guerra Mundial, probablemente habría ganado Roland Garros y Wimbledon. Después de ganar en Forest Hills, lo que hoy equivale al Abierto de Estados Unidos, su siguiente ambición era ganar Wimbledon, pero el año en que lo pudo haber jugado conoció al que sería su futuro esposo, el también tenista escocés Ronald Angus Taylor Ellis”.
Sin dudarlo, Anita regresó a Chile para preguntarles a sus padres si podía casarse con Ellis, que provenía de una familia adinerada de Invergowrie, cerca de Dundee. Le dieron su bendición, pero también le dijeron que ellos no podrían viajar a Reino Unido en ese momento. Además la intentaron convencer de que jugara otra vez Wimbledon. Varios jugadores de su época estaban seguros de que Anita Lizana podría haber ganado el tradicional torneo sobre césped en 1938, pero la preparación del inminente matrimonio se convirtió en su prioridad.
La senorita —como la llamaban los periodistas europeos por la dificultad para pronunciar su nombre— finalmente contrajo matrimonio ese año. Su vestido lo confeccionó un famoso diseñador y una serie de fotografías dejaron registro de una ceremonia digna de una celebridad. Ruth Weston asegura que hacían una pareja perfecta: Ronald también estaba muy interesado en el tenis y había alcanzado nivel de profesional jugando en Escocia. Aparte de esa afición, dirigía una compañía en el rubro del carbón llamada Taylor Bros, heredada de su padre.
Después del comienzo de la guerra y de su matrimonio, Anita dejó un poco de lado el tenis. Fue madre de tres hijas, Ruth, Carol y Carmen, y dedicó todo su tiempo a la familia que formó junto al escocés. De todas formas, el agradecimiento por el recuerdo de sus comienzos siempre estuvo presente: “Ella solía hablar de sus inicios en el tenis en Chile. Fue un deporte muy presente en nuestra familia. Todos jugábamos en el Games Club en Broughty Ferry. Mi padre hizo construir un muro de práctica en el jardín: en los meses de invierno regaba la base de cemento y eso significaba que podíamos patinar sobre ella al día siguiente, lo que era maravilloso. Mi madre siempre se mantuvo informada sobre qué pasaba en el tenis, pero nunca mencionó la opción de enseñarlo una vez que se retiró”.
En 1946 Lizana ganó cinco campeonatos en dobles mixtos junto a su esposo. Volvió a competir en Wimbledon, pero su eliminación en segunda ronda la frustró y terminó llevándola a retirarse definitivamente.