Contenido
Agradecimientos
Me gustaría comenzar reconociendo a las veinte autoras que ocupan un lugar en este libro. En el contexto actual, las reflexiones que han legado funcionan como pretextos y herramientas perfectas para repensar todo lo que tiene que ver con el género, el sexo, los hombres y las mujeres. Cada una de ellas es o fue una mujer de inteligencia y capacidad innegables.
Quisiera también mencionar, así sea solo de nombre, a aquellas autoras y mujeres destacadas que encajan excelentemente en el perfil de este libro, pero que terminaron por quedar fuera en la instancia final. Marthe Borely, Sylvia Ann Hewlett, Alison A. Armstrong, Danielle Crittenden, Claire Fox, Mona Charen, Ayaan Hirsi Ali, Alice D. Dreger, Ella Whelan, Helen Smith, Janet Bloomfield, Katherine K. Young y Helen Pluckrose son algunas de ellas. Para quien se interese en seguir el camino trasado por este trabajo, esas pensadoras son el camino natural.
Con mucho gusto reconozco también todo el legado de la literatura feminista y las pensadoras que lo han construido a lo largo de los siglos. A pesar de que este libro presenta cuestionamientos a muchas de sus ideas más dominantes, la
importancia de su quehacer histórico se comprueba a través del hecho de que los debates en torno a sus ideas sobreviven hasta el presente.
Joanna Williams y Heather E. Heying respondieron algunas preguntas que les planteé vía correo electrónico para ayudarme a completar sus capítulos y perfiles generales, acto que agradezco bastante.
Pasando a lo personal, Isis ha aguantado un año y medio de obsesión respecto al tema que aquí me concierne, reflexiones diarias y la constante solicitud de consejos y de guía para mejorar el libro. También fue la primera persona en saber de este proyecto y en apoyarme para que en un lejano o no tan lejano futuro llegara a concretarlo.
Por último, no puedo dejar de mencionar a mi mamá y mi hermana que han sido las personas más cercanas a mi desde que tengo uso de razón.
Introducción - ¿Hermano disidente?
Qué cree que hace un hombre escribiendo un libro sobre feminismo.
El feminismo y sus diferentes expresiones se pueden encontrar casi hacia donde uno mire en el mundo actual.
Muy probablemente, las mujeres que militan y se consideran feministas concuerdan con gusto sobre este punto; incluso si les parece que queda mucho por hacer, con certeza pueden observar en nuestra sociedad las muchas formas en las que el feminismo ha hecho mejor la vida de mujeres y/o hombre; o simplemente, la ha hecho diferente a como sería de no existir esta corriente de pensamiento.
Solo por dar algunos ejemplos, hace poco tiempo las redes sociales y los encabezados de los medios aún resonaban con los reclamos de celebridades (principalmente estadounidenses, pero también mexicanas, etc.) que denunciaban con el hashtag #MeToo los diferentes abusos e incomodidades sexuales a los que habían sido sometidas durante el transcurso de su carrera y su vida como mujeres. Se escuchan también con frecuencia protestas contra la diferencia de pago que existe entre las competidoras femeninas y masculinas en la mayoría de los deportes profesionales. Institucionalmente, se puede apreciar el paulatino incremento de los organismos nacionales e internacionales enfocados al avance de la mujer, la legislación para la igualdad de género o la acción afirmativa.
Ante este indudable fenómeno de esta era, no es poco el debate público que ha existido en torno al papel que el género masculino debe de jugar en todo ello. Aunque más adelante se describirá con mucho más detenimiento esta discusión, se puede comenzar diciendo que, en sus inicios, al buscar la mayor cantidad de apoyo público para lograr la igualdad legal de hombres y mujeres, el movimiento feminista por lo general veía con buenos ojos el apoyo directo y la militancia de los hombres para la causa. Casos ejemplares son el del británico John Stuart Mill o el de los muchos esposos de las sufragistas norteamericanas que apoyaban a las mujeres en dicha lucha por conseguir el voto femenino.
No obstante, a partir de lo que se conoce como la segunda ola del feminismo, sucedida durante los 60’s y 70’s (aunque la tendencia señalada se expresa también durante los 80’s y hasta nuestros días), en gran parte de la literatura feminista comenzó a cuestionarse la validez del envolvimiento de los hombres en el movimiento. Esta tendencia, representada en autoras como Luisa Muraro o Luce Irigaray, es la que ha sido conocida como feminismo separatista, según la cual los hombres podrían si acaso verse a sí mismos como aliados, o simplemente no deberían de tener nada que ver con la lucha feminista.
Sin duda, el debate no tiene una respuesta definitiva al día de hoy. Mientras una gran cantidad de feministas consideran que es simplemente incorrecto que un hombre se llame a sí mismo feminista, quiera militar para lograr las causas feministas o incluso que aborde y tenga una opinión sobre los diferentes temas de género, existen por el otro lado feministas como Christina Hoff Sommers que llaman a los hombres a formar parte de su propia versión del feminismo sin ningún cuestionamiento o traba.
Por supuesto, al ser un hombre escribiendo un libro cuya temática central de cierta forma es el feminismo, el autor no se siente ajeno a la posibilidad de que quienes apoyan la versión separatista de este movimiento objeten el trabajo aquí realizado simplemente con esas bases. Por lo mismo, es necesario responder, ¿qué cree que hace un hombre escribiendo un libro sobre feminismo?
En primera instancia, una de las respuestas más obvias es que evidentemente las consecuencias del feminismo no le atañen de forma exclusiva a las mujeres. Para bien o para mal, la sociedad sigue estando formada por una abrumadora mayoría de mujeres y hombres que interactúan entre sí de miles de formas diferentes y con distintos niveles de interdependencia. Esto es tanto en el ámbito laboral, sexual, romántico, familiar, educativo, etc. El cambio en el comportamiento de mujeres u hombres tiene un efecto, ya sea benéfico o perjudicial, en el otro, en especial si el debate incluye temas bilaterales como el divorcio, la custodia infantil, la política de contratación laboral o la regulación reproductiva y su respectiva legislación. En este sentido, sería muy dudoso, por ejemplo, que las mujeres no pudieran opinar respecto a cambios en el comportamiento generalizado de los hombres ocasionados por alguna ideología o sistema de pensamiento.
El pasado punto se relaciona con los diferentes objetivos o resultados del feminismo, pero en este segundo lo que interesa es su contenido. La postura que exige que los hombres se mantengan alejados del debate feminista sería más sólida si el tema de los hombres no fuera en sí mismo un tema central del feminismo, y ciertamente lo es. No es arriesgado afirmar que, desde de Beauvoir hasta Dworkin y aún muchísimo antes, el análisis psicológico, cultural y social de los hombres ha sido un tópico recurrente en la literatura feminista. Por supuesto, dicha tendencia es positiva, siempre y cuando se permita que ese interés por la subjetividad ajena se retroalimente de un intercambio bilateral, o incluso multilateral si se consideran todas las diferentes identidades de género que existen en el mundo contemporáneo o han existido históricamente.
Quizás sea difícil o imposible para un hombre entender la experiencia de la vida como mujer; así como lo contrario, para una mujer entender la experiencia de lo que es vivir la vida como hombre. Aun así, se sostiene que es más productivo el ejercicio de intentarlo y reflexionarlo que el de simplemente omitirlo y resignarse a un eterno desentendimiento entre hombres y mujeres.
Por último, debe mencionarse que el sentimiento de que “los hombres realmente nunca nos podrán entender”, o su contrario, “las mujeres realmente nunca nos podrán entender”, parece ser uno bastante arraigado en el mundo actual, que probablemente nunca en la historia se ha ido y que es difícil imaginar que vaya a terminar pronto. Por esa razón ha surgido el interés en lo que las mismas mujeres, desde su subjetividad, le han cuestionado al feminismo.
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