E l 19 de junio de 1867 Maximiliano, emperador de México, murió fusilado en el Cerro de las Campanas, junto con los generales Miguel Miramón y Tomás Mejía. Su muerte ocurrió después de la toma de Puebla y el sitio de Querétaro, y precedió la ocupación sin violencia de la ciudad de México, lo cual permitió a su vez la entrada a la capital del presidente Benito Juárez. Todo ello marcó, en 1867, el final del Imperio y el triunfo de la República. Hace ciento cincuenta años. Es el contexto en el que aparece este libro pequeño y modesto, Maximiliano. Emperador de México.
El libro está formado por veinticinco capítulos, todos breves, más o menos de la misma extensión, que retratan con empatía la vida de Maximiliano de Habsburgo desde su nacimiento en el palacio de Schönbrunn, en Austria, hasta su muerte en el Cerro de las Campanas, en el corazón de México. Fue escrito hace más de veinte años, con estas características, a solicitud de la editorial Clío, con la intención de acompañar una telenovela sobre Maximiliano y Carlota que, según recuerdo, tenía planeada Televisa. Yo mismo había trabajado ya con Enrique Krauze, director de Clío, en un proyecto de historia novelada para Televisa. La idea, ahora, era hacer un texto muy conciso que fuera acompañado por una abundancia de imágenes –fotografías y retratos, pero también objetos– con el fin de llegar a un público más amplio, como los que había ya publicado Clío sobre el Porfiriato y la Independencia. Pero fue cancelado al final el proyecto de telenovela del Imperio Mexicano, por lo que el libro ya no salió a la luz en Clío. Estuvo guardado en un cajón durante todos estos años, hasta ahora que aparece publicado con el sello de Debate. Pensé que podía ser leído con interés en un contexto propicio para la reflexión sobre Maximiliano: el ciento cincuenta aniversario de su muerte, que marcó también el final del Imperio Mexicano.
Palacio de Schönbrunn, Viena.
E l palacio de Schönbrunn era uno de los más bellos de Europa. También uno de los más grandes. Había sido construido en las afueras de Viena para los Habsburgo, soberanos de Austria desde el siglo XIII, cuya política de agrandamiento por medio del matrimonio los había hecho poseer —en adición a los de Austria— territorios en Hungría, España, Francia, Italia y los Países Bajos. Sus Algunos rumoraban, incluso, que con él había concebido al hijo que acababa de nacer en el palacio.
El archiduque Maximiliano en el Tegernsee. Detalle de óleo Joseph Karl Stieler ca. 1838.
Maximiliano se convirtió con los años en el niño consentido de la corte. Era muy hermoso, con la tez pálida, el cabello rubio, los ojos azules: “encantador, amable, fascinante”, escribió la princesa Radziwill. por sus padres para leer sus cuentos en los salones del Hofburgo.
En 1836, el conde Heinrich Bombelles, oficial del ejército de Austria, fue designado preceptor de Maximiliano y de su hermano mayor, Francisco José. Ambos eran muy distintos: el primero de disposición alegre, el segundo de talante austero. Bombelles les impuso a los dos un régimen sorprendente por su severidad. Sus pupilos tenían más de cuarenta y cinco horas de cursos a la semana. Estudiaban geografía, historia, dibujo y cálculo, así como derecho, matemáticas, estrategia y diplomacia. También alemán, inglés y francés, además de las lenguas del Imperio: italiano, húngaro y polaco. Bombelles no desdeñaba la importancia de los ejercicios —los hacía practicar danza, esgrima, equitación— ni tampoco, desde luego, el valor de los viajes. Organizó muchos. Así, a los trece años, Maximiliano salió con sus hermanos a Venecia, donde vio por primera vez el mar Adriático.
Conde Heinrich Bombelles, precoptor de Maximiliano.
E n 1848, la revolución sacudió a Europa. En el Imperio de los Austrias, las reivindicaciones nacionalistas —más que las sociales, como en otros países— fueron la causa de la revolución. Kossuth proclamó la autonomía de Hungría. Kollar, la unión de los eslavos en Bohemia. Cavour, la independencia de las provincias de Italia dominadas por Austria: la Lombardía y el Véneto. En Viena, En ese momento Maximiliano pasó a ser el heredero de la Casa de Austria.
La relación entre los dos hermanos Estaba muy impresionado con la represión. Tenía sólo dieciséis años.
Familia de Francisco José I. Foto propia, ca. 1860 Ludwig Angerer, © Wikimedia.
En 1850, Maximiliano salió en un viaje con su hermano Carlos Luis a bordo de la corbeta Vulcain. Navegaron primero con destino a Grecia, donde fueron atendidos por los reyes en Atenas. Luego zarparon hacía Turquía. “Ante nosotros se extiende el Oriente con sus riquezas, su vegetación, sus mil deslumbramientos”,
M aximiliano era alto y delgado, y tenía la mirada azul y soñadora. Habría sido guapo de no ser por el mentón —huidizo, sin carácter— que disimulaba bajo la barba. Era amable, elegante, ocurrente, de risa fácil, de voz aguda y sonora. Sus principios liberales, inculcados por uno de sus tutores, un italiano, chocaban a menudo con el sentimiento de superioridad que le daba su nombre. Era un hombre bueno, sin duda, aunque también algo banal. Así lo revelan por ejemplo sus reglas de conducta, reglas impresas en un cartón que fue localizado, luego de su muerte, en uno de sus bolsillos. Jamás quejarse, decía. Jamás mentir, ni siquiera por necesidad o vanidad. Pensar en las propias faltas al juzgar las del prójimo. Dominar al cuerpo, mantenerlo en la justa medida y en los límites de la moral.
En el otoño de 1851, mientras navegaba por el Mediterráneo, Maximiliano confesó sus ansias de volver a Viena. Le hacía falta, dijo, “una persona querida en casa”. con Maximiliano, Así, al término de la temporada, el ministro de Wurtemberg salió despachado con su hija hacia la embajada de Berlín. Fue el primer romance del archiduque, quien hasta entonces sólo había tenido relaciones con las bailarinas de Trieste.