ENRIQUE KRAUZE
SPINOZA EN EL PARQUE MÉXICO
Conversaciones con José María Lassalle
TusQuets Editores
Para León, Daniel, Mateo, Alejandro, Santiago, Inés y Elena:
de generación en generación.
Que los libros sean tus compañeros
Que tu biblioteca sea tu jardín
Judá ben Saúl ibn Tibbón, siglo XII
Prólogo
He vivido fascinado por la vida de los otros, por comprenderla y narrarla, sin sentir deseo alguno de contar la mía propia. Hay tantos mexicanos y latinoamericanos dignos de ser biografiados que me faltará vida para hacerlo. Pero en el verano de 2015 llegó a México mi amigo el escritor español José María Lassalle y me expresó su intención de escribir mi biografía intelectual. Sorprendido, agradecido, le expuse mis dudas sobre el interés que pudiera tener una empresa semejante. No se inmutó. Comenzamos simplemente a conversar una tarde en mi estudio de la calle de Ámsterdam de la Ciudad de México. A esa tarde siguieron otras muchas a lo largo de los años.
Aunque regido por un orden cronológico y temático, nuestro intercambio fue libre y heterogéneo, exploraba caminos, se permitía digresiones. Hablamos de mi formación y de los tiempos que me tocó vivir, de mis raíces judías y de mi pertenencia a la cultura mexicana. Evoqué con él las atmósferas políticas de los sesenta y setenta, mi paso del socialismo al liberalismo y de la ingeniería a la historia. Le conté cómo fue la escritura de mis primeros libros sobre los intelectuales de la generación de 1915 que construyeron instituciones que aún sostienen a México. Recordé las querellas con mi propia generación, la animación que me provocó la lectura de la revista Plural y el trabajo editorial junto a Octavio Paz en la revista Vuelta . Me emocionó recordar esa etapa. Hogar de la disidencia, Vuelta fue una solitaria trinchera de la libertad y la democracia frente a las dictaduras militares, los gobiernos totalitarios, los partidos de Estado, las guerrillas marxistas y las ideologías estatistas y dogmáticas que proliferaron —y proliferan aún— en nuestro continente.
Cuando a principios de 2020 nos sorprendió la pandemia, continuamos virtualmente nuestro diálogo sin dejar de escribirnos. Decidimos hablar de libros. ¿No había dicho Valery Larbaud que «lo esencial en la vida de un escritor consiste en la lista de los libros que leyó»? José María en su biblioteca madrileña y yo en mi biblioteca mexicana teníamos a la mano los libros que me habían marcado en los años setenta y cuyo interés en ellos, en varios casos, compartíamos. Libros leídos, releídos, subrayados. Libros vividos. Libros de testigos, intérpretes, profetas, cronistas, pensadores, sobrevivientes y víctimas del siglo XX . A través de las vidas y obras de esos autores, repensamos juntos los grandes temas del pasado —mesianismo, nazifascismo, totalitarismo— que reverberan en el presente. Aproveché el enclaustramiento para editar las conversaciones.
«Cultura es conversación», escribió Gabriel Zaid. Así he construido mi vida intelectual. Conversando con mis abuelos, mis maestros, mis mentores, mis colegas, mis compañeros de tantas batallas, mis autores admirados. Conversando en el café, la sobremesa y la oficina, más que en las aulas. Conversando en silencio, con los libros.
¿Por qué Spinoza? ¿Qué ocurrió en el Parque México? Ahí comenzó una conversación que no ha cesado desde entonces.
Primera parte
ORIGEN Y FORMACIÓN
I. Raíces
Estudio de la calle Ámsterdam, Ciudad de México
Ámsterdam
Enrique, yo te propuse escribir tu biografía intelectual, tú preferiste contármela como te contaban la suya los personajes que entrevistaste para tus libros. Y elegiste hacerlo aquí, en tu estudio en la calle de Ámsterdam, una peculiar avenida de la Ciudad de México que entiendo ha sido un lugar entrañable en tu vida. ¿Por dónde empezamos?
Por la significación que tiene para mí vivir acá, José María, tan cerca del Parque México. Hace unos años me mudé al escenario de mi infancia. La primera década de mi vida transcurrió aquí, en el perímetro de unas cuantas cuadras en cuyo centro está el Parque México. Abro la ventana, y veo el edificio frente al parque, donde vivían Dora y Abraham, mis bisabuelos maternos. A unos cien metros, en esta misma avenida Ámsterdam, está el modesto departamento que habitaron mis abuelos Eugenia y José Kleinbort. Poco más allá, en la calle Chilpancingo, se encuentra la casa de mis abuelos Clara y Saúl.
Un barrio judío...
Desde finales de los treinta hubo un éxodo de muchos judíos del Centro Histórico a esta colonia. Aquí construyeron sinagogas, centros sociales, escuelas religiosas y, no muy lejos, el cementerio. Yo nací y crecí aquí, con mis padres y mis hermanos. En los años cincuenta, cada domingo, toda la familia, incluidos tíos y primos, se congregaba en el Parque México.
Ahora esta zona es como un barrio hipster , con bares, restaurantes, cafés.
Y, sin embargo, el Parque México es todavía uno de los espacios tradicionales de asueto en la ciudad. Es mucho menos antiguo que la Alameda y otras plazas del Centro Histórico, que datan de tiempos virreinales. No se diga el prehispánico Bosque de Chapultepec. Nuestro parque es pequeño y no tiene tanta alcurnia, pero ya va a ser centenario y, como tantos sitios en México, está lleno de historia. En tiempos de Porfirio Díaz esta zona fue un hipódromo. Un «Auteuil mexicano», en el que paseaba la exigua aristocracia de entonces. El parque era el centro y esta calle de Ámsterdam era la pista de carreras que lo rodeaba, por eso es la única avenida elíptica de la ciudad. El hipódromo dejó de operar y, después de la Revolución, la zona comenzó a urbanizarse. En el parque se construyó un paraninfo que aún se conserva, con pinturas del muralista Roberto Montenegro. En los senderos de tierra se colocaron fuentes rocosas, bancas arboriformes, unos curiosos letreros de concreto con mensajes ecológicos y un gran estanque de patos. Cuando yo era niño este barrio era como un pequeño pueblo típico de México, con tiendas de abarrotes, papelerías, tintorerías, boticas, heladerías, peluquerías. Mi propia historia no se entiende sin este escenario. Te propongo que más tarde recorramos el parque. En esas bancas, mi abuelo Saúl Krauze predicaba a sus amigos el evangelio según Spinoza.
¿Por qué Spinoza?
Es una larga historia, José María. El spinozismo era para él una especie de religión. Tanto, que hasta pensaba yo en mi abuelo como «el Spinoza del Parque México».
Spinoza, el gran heterodoxo.
Heterodoxo de esa heterodoxia que es el judaísmo. Pero heterodoxo también porque no se entregó a ninguna ortodoxia. Quedó en los márgenes donde podía pensar en libertad, donde podía pensar la libertad.
¿Te sientes un heterodoxo?
La heterodoxia es una categoría histórica del ámbito religioso. En ese sentido no soy ni puedo ser ni me siento heterodoxo. Pero ser judío es ya una forma histórica de heterodoxia. Al menos desde hace dos milenios.
Publicaste hace décadas un libro de ensayos titulado Textos heréticos, con imágenes extraídas de una obra sobre la Inquisición en México. En la portada un reo con un sambenito escucha el sermón que lo exhorta al arrepentimiento. Y un epígrafe que no olvido: «Debe haber herejes». No siempre un heterodoxo es un hereje, pero a veces sí.
Estábamos en medio de una de las batallas de ideas que sostuvimos en la revista Vuelta donde defendíamos la libertad y la democracia contra la ideología hegemónica que era una mezcla de estatismo nacionalista y marxismo. Y como era yo un blanco de ataques, se me ocurrió el título. La cita en latín es oportet et haereses esse : es necesario que haya herejes. Mi amigo Fernando García Ramírez hizo el índice con la retórica del Santo Oficio. Y sugirió las imágenes que provienen de un famoso «Libro rojo» publicado en el siglo XIX sobre los procesos de la Inquisición.
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