Gustavo Vázquez Lozano nació en Aguascalientes, México, en 1969. Es escritor, traductor y maestro de escritura creativa. Parte de su obra ha sido traducida al inglés, portugués y ucraniano. Ha publicado más de treinta libros, especialmente de género histórico y biográfico. Destacan sus obras sobre Pancho Villa, Maximiliano de Habsburgo y el Escuadrón 201.
En México obtuvo el Premio Nacional de Cuento Beatriz Espejo y ganó el Certamen Internacional de Literatura Sor Juana Inés de la Cruz. Su novela La Estrella del Sur fue incluida como lectura para los estudiantes de español en la Universidad de Moscú. Actualmente trabaja en una novela sobre la historia del rock en México.
Sesenta años de soledad
La vida de Carlota después del imperio mexicano
(1867-1927)
Primera edición digital: julio, 2019
D. R. © 2019, Gustavo Vázquez Lozano
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Agradecimientos
C omencé a escribir este libro cuando se cumplieron 150 años de la caída del Segundo Imperio mexicano, en 2017. Al principio iba a ser una contraparte de mi pequeña biografía de Maximiliano publicada en Estados Unidos. En el proceso, este libro fue adquiriendo carácter y objetivos propios. Durante su redacción, muchas personas me ayudaron con sus comentarios, su aliento y sus críticas.
El historiador Adam Hochschild, autor del libro King Leopold’s Ghost, haciendo de lado sus innumerables compromisos, tuvo la paciencia para mantener conmigo una correspondencia de varios meses sobre el rey Leopoldo II y familia, además de señalarme nuevas fuentes, compartir información sobre la fortuna del monarca, y ponerme en contacto con otros historiadores especialistas en la Casa Real de Bélgica, a la que perteneció Carlota.
El historiador Daniel Vangroenweghe, experto en el periodo colonial de Bélgica en África, no sólo me ayudó en la localización de libros antiguos y valiosas fuentes documentales, también me compartió información inédita derivada de sus investigaciones y, lo más importante, me ofreció otro punto de vista para evaluar la conducta de Leopoldo II.
Estoy especialmente en deuda con Solomon Kibriye, comentarista en Etiopía y estudioso de las dinastías europeas, quien fue el primero en hacerme ver la relación entre el Segundo Imperio mexicano y el Congo. La investigadora Laurence Van Ypersele, quien encontró las cartas escritas por Carlota en 1869, durante su periodo de grafomanía, tuvo la amabilidad de comentarme sobre los pormenores del descubrimiento, así como brindarme consejos para el tratamiento de esa etapa en la vida de la exemperatriz.
Ana Luisa Vázquez Lozano me aclaró conceptos importantes sobre la esquizofrenia y las alucinaciones auditivas, y Marco Cecchini me ayudó en la traducción de pasajes difíciles en francés y alemán.
Agradezco sobre todo a Andrés Ramírez y a Juan Carlos Ortega, editores en Penguin Random House Grupo Editorial, quienes desde un inicio creyeron en esta obra.
Por último, pero no por ello menos importante, mi reconocimiento a todos los autores que han estudiado a Carlota. En sus investigaciones y diarios está apoyada esta biografía. Sin su trabajo este libro nunca hubiera sido posible.
México, 2019
Presentación
D e no haber existido el Segundo Imperio en México, Carlota de Bélgica sería, para el historiador, una princesa europea sin mayor interés más allá de su efímero paso por el virreinato de Lombardía-Venecia. Fueron sus dos breves años en México los que la convirtieron en una de las figuras más trágicas de la historia, una Ofelia moderna, personaje llamativo y, al mismo tiempo, enigmático, sobre el que los investigadores siguen hurgando sin mostrar síntomas de cansancio.
Son ya cientos de obras las dedicadas al Segundo Imperio, al que —como dice Luis Weckman— debemos considerar parte importante de la historia mexicana en tanto que actuó en el espacio histórico, se emitieron leyes, decretos, y hubo muchos connacionales implicados en su establecimiento y funcionamiento. De esas más de 500 obras, que van desde las historias generales hasta los diarios de expedicionarios belgas o franceses, hay que sumar decenas de biografías de la emperatriz Carlota, la figura central de este drama. Ya desde 1869 circulaban en México los “Calendarios históricos de la princesa Carlota”, recuentos de su vida que la gente consumía con avidez.
Pero todas esas investigaciones tienen algo en común: cambian de ritmo cuando tocan el año 1867, con el fusilamiento y traslado a Viena del cadáver de Maximiliano; la gran mayoría sólo dedica un par de páginas a hablar sobre el final de Carlota, si no es que una nota al pie. Su familia decidió mantenerla fuera de vista hasta el día de su muerte, y pareciera que los historiadores hacen lo mismo. No pocas veces el lector se pregunta qué pasó con la obcecada mujer que partió a Europa en busca de ayuda y dinero. Cuando mucho se menciona que se volvió loca, que estuvo encerrada en un castillo y que murió siendo ya muy vieja en su cama, con un rosario entre las manos, murmurando algo sobre el lejano imperio: seis décadas en un par de párrafos. Ahí es donde por lo general entra el novelista, trabajando en la oscuridad, sin sospechar que la realidad fue más agitada que estar balbuceando sobre el marido ejecutado en un cerro.