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Beatriz Gimeno - La lactancia materna [Feminismos]

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    La lactancia materna [Feminismos]
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    Cátedra
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    2018
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La lactancia materna [Feminismos]: resumen, descripción y anotación

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La lactancia materna no es una cuestió exclusivamente biológica, sino que es también una práctica política. En este trabajo se pone de manifiesto la presió que el sistema patriarcal ha ejercido casi siempre sobre las madres para que den de mamar y la resistencia frente a esta obligatoriedad. Desde la segunda mitad del siglo XX la práctica de la lactancia se hace más complicada y se sitúa en el centro tanto de las políticas neoliberales que buscan acabar con los servicios públicos como de un sector del feminismo que busca resignificarla positivamente. Coincidiendo con esto, la lactancia se convierte también en el centro de una nueva identidad femenina confrontada con la posició de otras madres que no desean dar de mamar. El ecologismo, los intereses de las multinacionales, el neoliberalismo, el feminismo, la religió, la ética, el racismo y las clases sociales son cuestiones que inciden en la lactancia materna construyendo una práctica personal y política muy compleja.

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Beatriz Gimeno

La lactancia materna

Política e identidad

Para Fur por el tiempo que nos queda Los humanos manipulan la lactancia - photo 1

Para Fur, por el tiempo que nos queda

Los humanos manipulan la lactancia porque pueden.

B. H AUSMAN , Mothers’s Milk , 2003.

Índice
Introducción

Como muchas de las mujeres que escriben sobre lactancia, también en mi caso este interés tiene su origen en mi propia experiencia. Hace 30 años parí a mí hijo en un hospital público, decidí no amamantar y a partir de ahí se desató el infierno. No solo las enfermeras comenzaron a calificarme de egoísta y mala madre, sino que se negaban a proporcionarme los biberones necesarios para que mi hijo se alimentara y le dejaban llorar de hambre todos los días un buen rato; el objetivo era presionarme o castigarme. Se negaron también a proporcionarme las pastillas para retirarme la leche y me dejaban dolorida, hinchada y rezumando líquido, obligada a pasar todos los días varias veces por el sacaleches. Así, los primeros días de una maternidad primeriza y muy deseada se convirtieron en una auténtica pesadilla. Entonces yo era muy joven, asocié aquella experiencia a todo lo malo del parto y lo olvidé rápidamente. Años después, ya inmersa en el feminismo, comencé a escuchar a amigas de mi edad contar historias muy parecidas, e incluso peores, vividas ahora por sus hijas. Algunas no querían dar de mamar y sufrían auténticas presiones por parte del personal sanitario; pero también se daba el caso opuesto, hijas que querían dar de mamar a toda costa a pesar de no poder por diversas razones y a las que esa imposibilidad les generaba un enorme trauma, complejo de culpa e infelicidad sin límites, tal como me contaban esas madres feministas, que no entendían absolutamente nada de lo que les estaba pasando a unas hijas a las que también consideraban feministas. Recordé entonces mi propia experiencia, quise informarme más y comencé a leer libros sobre feminismo y lactancia materna. Lo que descubrí fue todo un continente ignorado por muchas personas que no tienen relación con la cuestión pero que está condicionando muchas políticas, muchas creencias y el propio feminismo. Descubrí que en la actualidad existe un claro mandato de lactancia que sufren las madres cuando paren; que la lactancia materna es ahora el centro de un conglomerado ideológico llamado maternidad intensiva que ha tenido profundas consecuencias en la manera en que las mujeres piensan hoy la maternidad y a sí mismas, incluido su papel en el mundo. Me di cuenta de que el camino desde el rechazo a la lactancia propio de los años 60 hasta hoy día, en que dicho rechazo es muy complicado de argumentar y mantener, es mucho más que una supuesta vuelta a modos de vida más naturales, y que tiene que ver con las políticas de género. Después de estudiar la cuestión me quedó claro que este es uno de esos temas con capacidad para condensar en sí una compleja madeja de significantes políticos e ideológicos que van desde la construcción de identidades propia de la posmodernidad hasta las políticas de género alentadas por una agenda conservadora, pasando por las políticas neoliberales de recortes en servicios públicos... y más cosas. En todo caso, me di cuenta de que estábamos ante una ortodoxia corporal muy parecida a otras que las mujeres padecemos y hemos padecido históricamente, pero con muchas ramificaciones; ante una muestra de biopolítica de género sobre la que el feminismo aún no ha reflexionado lo suficiente.

Cuando estaba comenzando con el estudio de los múltiples significados asociados a la lactancia materna escribí un artículo de opinión en la revista Pikara en el que simplemente defendía la libertad de elección de las madres y ponía en duda que dicha libertad siguiese existiendo. La sorpresa fue que dicho artículo se convirtió en el que más comentarios ha recibido de entre todos los publicados en Pikara; más comentarios que otros de temas en principio mucho más polémicos. Por mi parte, este artículo me generó una avalancha de cartas en las que recibí insultos y que relataban también historias personales de lactancia, historias que fueron en definitiva las que me impulsaron a investigar más profundamente y a escribir este libro. Recuerdo especialmente una historia que me impactó mucho. La firmante me contaba que ella era una mujer feminista que no había problematizado nunca la cuestión de amamantar, simplemente le parecía la manera más natural de alimentar a un bebé, como se lo parece a casi todo el mundo sin hacerse muchas más preguntas. Contaba esta mujer que cuando se quedó embarazada comenzó a leer libros sobre embarazo y parto, tal y como ahora hacen muchas embarazadas. Que de ahí pasó a acudir a un grupo preparatorio del parto y el posparto y que comenzó a asumir absolutamente todos los postulados de esa nueva identidad femenina ligada, entre otras cosas, a la lactancia. Todo esto le llevó a pedir, cuando llegó el momento, un parto sin anestesia. Comentaba esta mujer que no pudo soportar el dolor y que pidió finalmente anestesia, lo que le generó un terrible sentimiento de culpa y un dolor psíquico del que no se pudo librar en mucho tiempo. Pero el problema mayor apareció cuando no pudo dar de mamar. Al parecer, desarrolló una mastitis y el dolor le era insoportable. Contrató a una consultora de lactancia que la convenció de que todo provenía de no haber podido parir sin anestesia porque eso indicaba que, en realidad, rechazaba a ese hijo. Según esta consultora, los posteriores problemas con la lactancia se debían a ese mismo rechazo inconsciente a su propio hijo. La madre en cuestión intentaba en su carta convencerme de que era una mujer normal, que nunca había sentido tentación por las sectas, ni era practicante de ninguna teoría extrema. Sin embargo, al mismo tiempo, me explicaba cómo se adentró en un camino de locura en el que su obsesión era no caer en la tentación de dar a su hijo un solo biberón. Su marido, por su parte, intentaba por todos los medios acabar con la tortura que la situación les suponía tanto a ella como al bebé, y finalmente un día, harto, le dio un biberón para que dejara de llorar de hambre. La madre, la consultora de lactancia y el grupo de apoyo al que acudía interpretaron este gesto como un sabotaje a la lactancia materna y le convirtieron en culpable. Finalmente la pareja se separó cuando el bebé apenas tenía 4 meses de vida, y meses más tarde ella se intentó suicidar. Apartada entonces del bebé para su propia recuperación psicológica, me contaba que eso fue como si alguien, de repente, le quitara la venda de los ojos, y en poco tiempo volvió a ser la persona que era antes. Leyó mi artículo y decidió escribirme. Lo que más me sorprendió es que no fue la única historia del mismo tenor que recibí, aunque esta fuera la más dramática; y que la mujer que me escribía no pudiera explicarme a mí ni a ella misma qué le había pasado, a pesar de los esfuerzos que hacía por hacer inteligible su conducta. Soy muy consciente de que este es un caso muy extremo pero, como digo, me llegaron varias cartas de mujeres que habían pasado por situaciones de mucha desesperación y, sobre todo, de mucho dolor.

Ahora mismo, la presión que empuja a todas las mujeres a dar de mamar tras el parto, independientemente de sus circunstancias personales o sociales, es de tal envergadura que algunas mujeres populares y con presencia pública (y otras muchas no populares) están sosteniendo ya que debería obligarse a dar de mamar al menos 6 meses. En algunos países como Arabia Saudí o Qatar ya es obligatorio al menos 2 años, y en otros como Venezuela o Bolivia se ha intentado y se han llevado a sus respectivos parlamentos proyectos relacionados con esto. En aquellos países en los que las normas sociales en lo referente a las mujeres no aspiran ser prescriptivas en lo legal, esta nueva maternidad tiene que ser libremente asumida y defendida por las propias mujeres, por lo que la lactancia se ha convertido, casi por primera vez en la historia de Occidente, en un discurso generador de un determinado tipo de identidad personal femenina, algo que no ha sido nunca. Además, hay muchas maneras de convertir esta práctica en insoslayable, y eso es lo que está ocurriendo en la mayoría de los países ricos desde los años 80: desde convertirla en una cuestión moral que distingue a las buenas madres de las malas (y la mala madre es la peor imagen femenina de cualquier cultura) hasta construir un consenso científico (que es mucho menos abrumador de lo que nos hacen creer) que aparentemente demuestra que utilizar la leche de fórmula es peligroso para la salud del bebé (¿qué madre querría poner en riesgo a su hijo o hija?); desde construir un discurso de empoderamiento feminista con sus propias activistas hasta forjar un discurso ecologista para demostrar que la lactancia es lo que está más cerca de nuestro ser natural y lo más respetuoso con la naturaleza; desde construir una identidad femenina fuerte en un momento en que el neoliberalismo somete a la mayoría de las mujeres a condiciones de precariedad insoportables hasta permitir a las mujeres encontrar un espacio propio en un mundo que no nos deja tantas opciones como parece. La defensa de la lactancia materna permite a las mujeres presentarse como anticonsumistas y anticapitalistas de la misma manera que les permite presentarse como madres tradicionales y conservadoras; es una práctica completamente transversal que nadie, o poca gente, se atreve a desafiar. Y, por increíble que pueda parecer, no se presenta por lo general como una cuestión de políticas de género, lo que ha hecho que algunas teóricas se pregunten cómo es posible que desde el feminismo no se preste más atención a este proceso social, que tiene una historia, y una enorme capacidad para incidir en las vidas de las mujeres y en la posición social de estas (Wolf, 2011: xiii).

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