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Para Penelope y Finn
D e bebés, a mis dos hijos les encantaba estar bien abrigados, que los envolviera en cobijas bien apretadas para dormir. Nuestra elección fue algo que se llamaba Miracle Blanket (cobija milagro), que requería de un complicado procedimiento de envoltura del que ni el mismo Houdini hubiera podido escapar. Teníamos como nueve cobijas de estas por miedo a que se nos acabaran y tuviéramos que usar una manchada de popó.
Envolver a tu bebé en una cobija bien apretada es maravilloso y le puede ayudar a dormir. Pero tiene una desventaja: no puedes hacerlo para siempre. En algún momento tu hijo crecerá y tendrás que dejar de usar la cobija. Ahora bien, es posible que los padres primerizos no esperen que esto sea un problema, pero quitar el hábito no sea cosa fácil.
Quitarle a nuestra hija Penelope (la primera hija), la costumbre de dormir envuelta en una cobija se tradujo en malos hábitos de sueño, seguidos por una larga dependencia de un producto llamado Rock ‘n Play Sleeper, una mecedora que todavía me provoca pesadillas. Otros padres me contaron que buscaron en internet cobijas más grandes para envolverlos. En Etsy hay mujeres que confeccionan este tipo de mantas para bebés de hasta 18 meses. Ten en cuenta algo: solo porque en Etsy exista un mercado secreto para algún producto, no significa necesariamente que sea una buena idea usarlo.
Una de las particularidades de tener un segundo hijo es que tienes la oportunidad de corregir los errores que piensas que cometiste la primera vez. Como «padre o madre experimentado», puedes asegurarte de que cualquier cosa de la que te arrepientas podrás solucionarla en esta ocasión. Por lo menos eso es lo que yo pensaba. No volver a usar este tipo de cobijas era una de las prioridades en mi lista. Esta vez lo haría bien.
Cuando Finn (nuestro segundo hijo) cumplió los cuatro o cinco meses hice un plan. Empecé a envolverlo durante unos días con esa cobija como de costumbre, pero dejando uno de sus brazos afuera. Luego, unos días después, cuando se acostumbró a eso, empecé a dejar sus dos brazos afuera. Más tarde descubrí sus piernas. Por último, evité por completo la cobija. Internet me aseguraba que de esta manera podría prescindir de la cobija sin alterar sus hábitos de sueño (que con tanto trabajo logramos que adquiriera).
Estaba lista para comenzar. Marqué una fecha en el calendario y se lo informé a Jesse, mi marido.
Entonces, un día extremadamente caluroso antes de la fecha marcada, se fue la luz y, con ella, el aire acondicionado. La recámara de Finn estaba a 35 grados centígrados. Ya casi era hora de dormir. Sentí pánico. Incluso cuando estaba extendida por completo, la cobija tenía muchas capas de tela. Finn se iba a rostizar.
¿Debería mantenerlo despierto y esperar a que regresara la electricidad? Podrían pasar días. ¿Debería envolverlo y pensar que tendría calor? Esto me parecía irresponsable y un poco cruel. ¿Debería sostenerlo en mis brazos mientras dormía y no ponerlo en su cuna hasta que bajara la temperatura? Eso también le daría mucho calor, y sabía por experiencia que no dormiría mucho tiempo en mis brazos.
Descarté mis planes y lo puse en su cama con un pañal y un pañalero. No lo envolví. Se lo expliqué mientras lo amamantaba para que durmiera, empapada en sudor igual que él.
—Finn, lo siento ¡pero hace demasiado calor! No podemos envolverte en la cobija. Pero no te preocupes, vas a poder dormir. ¡Sé que puedes hacerlo! ¡Ahora podrás chuparte los dedos! ¿No te gustaría?
Con una gran sonrisa, lo puse en su cuna sin envolverlo y salí de la recámara. Me preparé para lo peor. Penelope hubiera gritado a todo pulmón. Sin embargo, Finn solo emitió algunos sonidos de sorpresa y se quedó dormido.
Por supuesto, una hora después regresó la luz. Para entonces, Finn dormía. Le pregunté a Jesse si creía que debía entrar y envolverlo en la cobija y su respuesta fue que estaba loca, después de eso puse todas las cobijas milagro en la caja para beneficencia.
Esa noche, mientras estaba acostada en la cama, me pregunté si a partir de ahora Finn dormiría peor, si debía sacar las cobijas de la caja y envolverlo en una. Me sentí tentada a levantarme e ir a la computadora para leer historias sobre regresiones en los hábitos de sueño provocados por las cobijas milagro o por la falta de ellas. Al final, estaba demasiado acalorada para hacerlo y nuestros días de envolverlo en cobijas terminaron.
Como padres, no queremos nada más que hacer lo correcto para nuestros hijos, tomar las decisiones que más los beneficien. Al mismo tiempo, puede resultar imposible saber cuáles son las mejores decisiones. Se presentan situaciones inesperadas, incluso con un segundo hijo, y es probable que también con el quinto. El mundo, y tu hijo, te sorprenden constantemente. Es difícil no dudar hasta de las cosas pequeñas.
En efecto, terminar con el hábito de envolverlo fue un pequeño incidente. Pero ilustra uno de los grandes temas de tu vida como madre: tienes mucho menos control del que crees. Tal vez te preguntarás por qué, sabiendo lo anterior, escribí una guía para padres en los primeros años. La respuesta es que tienes opciones, aunque no las controles, y estas elecciones son importantes. El problema es que el entorno parental rara vez estructura estas opciones de manera que brinden autonomía a los padres.
Lo podemos hacer mejor y, aunque parezca sorprendente, los datos y la economía pueden ayudar. Mi objetivo en este libro es disminuir un poco el estrés de los primeros años, dándote la información que necesitas para tomar las mejores decisiones y un método para identificarlas.
También espero que Criar sin mitos ofrezca un mapa básico, fundamentado en datos, de los grandes problemas que surgen en los tres primeros años de crianza, pues sé por experiencia que no son fáciles de manejar.
La mayoría de personas de esta generación nos convertimos en padres más tarde que nuestros padres; hemos sido adultos funcionales mucho más tiempo que cualquier generación anterior de padres primerizos. Ese no es solo un hecho demográfico comprobado. Significa que estamos acostumbrados a la autonomía; y gracias a la tecnología estamos acostumbrados a disponer de información casi ilimitada cuando tomamos decisiones.
Nos gustaría abordar la crianza de los hijos de la misma manera, pero la gran cantidad de opciones crea un exceso de información. En particular en las fases tempranas, cada día parece haber un nuevo reto, y cuando buscas consejo, todos dicen algo distinto. Y para ser francos, en comparación contigo, todo el mundo parece ser experto. Es abrumador incluso antes de que te des cuenta de tu estado de agotamiento tras el parto y de que el pequeño nuevo residente de tu hogar no se agarra al pecho, no duerme o no para de llorar. Respira profundo.
Hay muchas decisiones importantes: ¿deberías amamantarlo? ¿deberías entrenarlo para dormir, y con qué método? ¿Y las alergias? Algunas personas dicen que evites darle cacahuates, otras dicen que se los des lo antes posible, ¿quién tiene razón? ¿Deberías vacunarlos?, y si es así, ¿cuándo? Y hay otras menos importantes: ¿es buena idea envolverlos, apretados «como tamal», en una cobija? ¿Tu bebé necesita tener horarios de inmediato?
Estas preguntas tampoco desaparecen cuando tu hijo crece. Apenas se ha estabilizado el sueño y la alimentación cuando enfrentas el primer berrinche. ¿Qué demonios haces con eso? ¿Deberías castigar a tu hijo? ¿Cómo? ¿Le tendrías que hacer un exorcismo? A veces así parece. Quizá solo necesites una pausa de un minuto. ¿Está bien dejar que tu hijo vea la televisión? Tal vez en alguna ocasión internet te dijo que ver televisión convertiría a tu hijo en un asesino en serie. Es difícil recordar los detalles, pero ¿mejor no arriesgarse? Pero, vamos, una pausa sería bienvenida.
Y, por si fuera poco, está la interminable preocupación: «¿Mi hijo es normal?». Cuando tu bebé solo tiene unas semanas de nacido, «normal» significa si hace bastante pipí, si llora demasiado, si está subiendo de peso lo suficiente. Después, es si duerme lo necesario, si puede darse la vuelta, si sonríe. Más tarde ¿tiene que gatear?, camina?, ¿cuándo debe poder correr?, ¿cuándo tiene que empezar a hablar?, ¿cuántas palabras diferentes debe poder decir?
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