Carlos López - El fuego contador de historias
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El fuego contador de historias: resumen, descripción y anotación
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PRIMERA PARTE
Conociendo el mundo
El fuego contador de historias hablaba con su lengua de fuego de la historia de su vida. Contaba que había nacido de un rayo que cayó sobre una rama del árbol llamado pamarandá. Fue en una noche tan oscura que la luna andaba a tientas para no tropezarse, y entonces atravesó el cielo aquel rayo tan potente que durante un instante se hizo completamente de día y dio de lleno en una rama del árbol pamarandá. La rama se precipitó al suelo envuelta en llamas, dando así origen y nacimiento al fuego contador de historias.
Bajo el árbol pamarandá, del que solo existe un ejemplar en el mundo, se halla enterrado un gran tesoro dentro de un baúl de hierro con siete cerraduras. Durante años y años, siete de las raíces del pamarandá hurgaron en los siete ojos de las siete cerraduras hasta que consiguieron abrirlas y entonces se hundieron entre los cientos de monedas de oro que el baúl guardaba en su interior. Poco a poco fueron disolviendo el oro y transportándolo tronco arriba hasta llegar a las ramas, donde luego cada otoño aparecían miles de hojas de oro puro, cada una de una forma diferente. Con todo ese oro el pamarandá vivía como un rey: pagaba a las nubes para que descargaran su lluvia sobre él cuando se le antojaba, y pagaba a los pájaros para que lo mantuviesen libre de parásitos que horadasen su corteza, y pagaba a los ciervos para que no se rascasen contra su tronco, y pagaba a las lombrices y a los topos para que removiesen la tierra entre sus raíces para volverla más blanda y que le supusiese un menor esfuerzo adentrarse en el suelo, y pagaba al río subterráneo para que de vez en cuando se desviase de su curso y pasase entre sus raíces y así poder beber toda el agua que quisiera.
A la mañana siguiente del nacimiento del fuego contador de historias, pasó por el lugar un pastor con un rebaño de 2000 ovejas en busca de pastos verdes y vio en el suelo la rama de pamarandá arder, y dijo que le vendría bien llevarlo a su cabaña en el monte para calentarse en las frías noches. Entonces el fuego contador de historias le dijo al pastor que no solo servía para dar calor, sino que también era un excelente cocinero que sabía preparar como nadie la carne asada, y que además luego de prepararle la cena lo entretendría contándole historias.
A las pocas horas llegaron a la cabaña. Ya anochecía y empezó a hacer un frío terrible. El fuego contador de historias hizo fuerza y se avivó un poco para calentar al pastor. A la hora de cenar, el fuego contador de historias asó una pieza de carne con gran cuidado, empequeñeciendo sus llamas si veía que la podía chamuscar, y agrandándolas si veía que iba demasiado lento, resultando una carne tan sabrosa que el pastor se chupaba los dedos. El fuego contador de historias le dijo al pastor que también era un experto asando pescado, y que su pan tostado era el mejor de la comarca.
Cuando el pastor acabó de cenar, el fuego contador de historias, tal y como había prometido, empezó a contar historias.
Contó la historia de la lechuza que volaba siguiendo el rumbo de la luna y que así vivía siempre de noche.
Contó la historia del país donde nunca amanecía porque el sol le tenía tanto miedo a un terrible gallo cantor de gran cresta, enorme pico y espolones afilados, que no se atrevía a salir.
Contó la historia del pozo de los deseos que, harto de cumplir los deseos de los demás, deseó ser un simple pozo lleno de agua.
Contó la historia del río que alcanzaba el mar, y luego cruzaba el mar y llegaba a la otra orilla y después seguía discurriendo.
Y cuando el fuego contador de historias terminó de contar la historia del río que cruzaba el mar y llegaba hasta la otra orilla, el pastor dijo que le estaba entrando el sueño y que era hora de dormir. Se echó en una esquina de la cabaña y se tapó con una manta de lana.
—¿Tú no duermes? —preguntó el pastor al fuego contador de historias.
—Claro que duermo —dijo el fuego contador de historias—. Poco a poco me iré haciendo más pequeño, hasta que sobre la madera solo sea una pequeña llamita. Luego, por la mañana, a la hora de despertar, me avivaré.
Entonces el pastor oyó el aullido de los lobos y temió por sus ovejas. El fuego contador de historias se ofreció a salir afuera y mantener a raya a los lobos con sus llamaradas.
—Los lobos temen al fuego —dijo.
Así que salió de la cabaña y fue a ponerse cerca de las ovejas para protegerlas. El fuego contador de historias hizo fuerza y se volvió muy grande, y levantaba dos llamas como dos grandes brazos, y se puso a crepitar en voz tan alta como pudo, dando unos chasquidos que se oían en todo el valle, y con el humo formaba en el aire la palabra «Marchaos». Los lobos, que ya se relamían pensando en lo suculentas que estarían las ovejas, se mantuvieron alejados un rato. Pero luego el más valiente de ellos se acercó a la rama de pamarandá ardiendo, la agarró con los dientes por un extremo y la llevó lejos de la cabaña. Enseguida la manada se dispuso a atacar el rebaño, que empezó a balar desesperadamente. El pastor, agitando su cayado de madera de castaño, logró asustar a los lobos, que no se acercaron.
El lobo más valiente llevaba al fuego contador de historias monte abajo, hasta que se escucharon los ladridos de un enorme perro, el mastín del campesino y la campesina. El lobo era valiente, pero no temerario, y prefirió no enfrentarse al mastín. Así que dejó en el suelo la rama llameante y se alejó adentrándose en lo más profundo de la noche. El mastín seguía ladrando y ladrando, hasta que el campesino y la campesina se despertaron y acudieron a ver qué sucedía. Llegaron hasta el madero en llamas. El fuego contador de historias dijo al campesino y a la campesina:
—Yo soy un trozo de sol que estoy de visita en la Tierra. Si por casualidad tienen ustedes alguna luciérnaga a la que se le haya apagado la luz, yo se la volveré a encender con mucho gusto. Por cierto, ¿han visto ustedes a mi primo carnal, el estornudo de dragón?
El campesino y la campesina comentaron entre ellos que el fuego deliraba, porque no decía nada más que disparates. Entonces el perro, tan inteligente que solo le faltaba hablar, les dijo por señas que lo había traído hasta allí un lobo entre sus fauces. El campesino y la campesina pensaron que como el fuego había pasado tanto miedo en la boca del lobo por eso decía disparates, y decidieron llevarlo a la casa para que se repusiera.
El campesino y la campesina colocaron la rama de pamarandá, con el fuego encima, en la chimenea. Le ofrecieron unos maderos de roble. El fuego dijo:
—Gracias, pero el roble es muy duro y se me partirían los dientes. Además, yo solo me alimento de madera de pamarandá.
Dentro de la chimenea, poco a poco el fuego contador de historias fue restableciéndose. Al darse cuenta de que su cabellera incandescente estaba despeinada pidió un peine, pero que no fuera de madera porque si no lo quemaría. Aunque sus cabellos eran amarillos, naranja y rojos, tenía tanta coquetería que a veces se los teñía. Para ponerse el pelo azul, quemaba pétalos de violetas. Para ponerse el pelo negro, quemaba tablitas de ébano. Le gustaba oler bien, y para ello quemaba un ramo de lavanda. Para tener el aliento fresco, quemaba hojas de menta.
Aquella noche en la casa del campesino y la campesina, el fuego contador de historias se quedó dormido enseguida. El campesino dijo:
—Es una lástima que se haya dormido sin habernos contado ninguna historia.
Pero como el fuego hablaba en sueños, el campesino y la campesina no se quedaron sin historias. El fuego tuvo varios sueños.
En el primero había un gato que dormía con un ojo abierto y otro cerrado, y el medio gato que estaba despierto se iba a cazar mientras el medio gato que estaba dormido se quedaba en su cesta, y el medio gato que estaba despierto cazaba medios ratones.
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