Prólogo
ALBERT LLOVERA
Piloto Dakar y WRC
Hasta el día más brillante puede ser eclipsado de forma brutal y sin piedad por la amarga oscuridad. La penumbra te roba de un zarpazo todos tus sueños, ilusiones y esperanzas. El concepto que uno tiene de la vida cambia y nunca volverá a ser el mismo. Hablo con conocimiento de causa. He probado el frío de las más oscuras sombras. Un año después de haber probado el dulce sabor de debutar en los JJ.OO. de Sarajevo, regresé a esas montañas con toda la ilusión y el descaro que da la juventud a disputar una Copa de Europa de esquí. Con apenas 17 años, mis piernas dejaron de sentir. Llevaba más de diez años preparándome para vivir de ellas, parar llegar a lo más alto. Bastaron unas décimas de segundo para descender de golpe al infierno. Un grave accidente a escasos metros de la línea de llegada desintegró el mundo que yo conocía.
A Alberto esa oscuridad le sorprendió una tarde de primavera de 2004. Enfrentarse a ella es una prueba en la vida que nadie querría tener que encarar, llámese ictus, paraplejia, amputación, enfermedades o accidentes que te provocan un cambio total o parcial físico y/o de estabilidad emocional.
Tenía una prometedora carrera por delante, un futuro sin escribir, un futuro por inventar… pero en aquel momento su presente le cerraba todas las puertas. Todas menos una: la lucha por vivir. Una lucha que le ha permitido alcanzar todo lo que se ha propuesto.
Para dejar aflorar esas ganas de no rendirse y hacer que los sueños se cumplan no hace falta que te pasen estas cosas, como en el caso de Contador, el mío o el de otros muchos en los que pasas de ser un deportista a ser un “minusválido” (que no me gusta nada esta palabra), con el riesgo de caer en la más profunda decepción de la vida.
Yo os invito a descubriros. A comprobar que existe esa parte desconocida de nuestra mente. No penséis que la tenemos en exclusiva, algunos. No esperéis a que lleguen problemas, accidentes o enfermedades para hacernos más fuertes. ¡Comencemos ya! En el día a día. Así, nos convertimos en unos seres en el que el optimismo, la entrega, el esfuerzo y, sobre todo, la actitud por hacer más cosas en forma positiva nos ayudan a conseguir objetivos impensables. Ya sea recuperar lesiones, ser mejores estudiantes o simplemente ver nuestra vida de una forma alegre, disfrutando y luchando cada día por todo. Sin rendirse ante el primer obstáculo.
Como en la vida, en el deporte nos ocurre igual. Pasamos momentos difíciles, complicados, otras veces fáciles o con menos dificultades, pero lo que sí tenemos que tener claro es que no hay otra opción que ir hacia adelante y esto es tener la cabeza clara, limpia y bien entrenada y ordenada. Porque cada vez que practicamos nuestro deporte generamos un bienestar interior que sin querer te ayuda, no solamente a sentirte mejor, sino a ver la vida de otra manera. Y es que si no sacamos nuestro mejor “Alberto” en cada momento, nos perderemos muchas cosas por el camino. Él dice a menudo: querer es poder. Mi lema, muy en esa línea, es “no limits”.
Yo salto cada día al vacío, ahora sé que Alberto también… ¿y tú?
Un escalador al ataque
Alberto Contador y Plateau de Beille. La primera gran imagen del ciclista de Pinto. Su primera victoria de etapa en un Tour de Francia. Para el recuerdo, su descaro a la hora de atacar y su temple ante corredores consolidados ante quienes él será solo un cuasidebutante. 24 años. Solo un compañero de viaje, el único que oponía resistencia al joven talento que estaba enamorando a España, el maillot amarillo. Aquel día, 22 de julio de 2007, se hizo realidad ante los ojos de todos los aficionados, especialmente los españoles, el regreso del escalador puro. La gran pantalla del Tour vibraba con la ambición de un aspirante inesperado que no faltaba a su cita con la montaña. Cada vez que la carretera miraba al cielo, Alberto Contador reclamaba su espacio. Daba igual si aquellas carreteras tenían nombres que evocaban a los mitos del Tour, Alpes o Pirineos, Galibier, Peyresourde o Aubisque. Solo él discutía el dominio del líder de la carrera. Y lo hacía a base de atacar. El maillot amarillo cedía por momentos ante el ímpetu del español, pero poco a poco cogía su rueda de nuevo. Incluso contraatacaba, queriendo marcar terreno. No importaba. Los puertos anteriores, los que le sirvieron para presentarse ante el gran público, ya habían descubierto que aquel corredor del Discovery Channel que vestía el maillot blanco de mejor joven del Tour, no iba conformarse con probarlo solo una vez, o dos, o tres… Atacaría tantas veces como fuera necesario para marcharse en solitario y dominar la cima como había hecho desde que comenzó a competir en bici en la escuela de ciclismo de su pueblo, allá por 1998.
La irrupción de Alberto Contador trasladó a los aficionados españoles a su escenario de sueños tradicional. Las montañas han sido campo de batalla donde las grandes figuras del ciclismo español han forjado su leyenda. Un repaso a los grandes nombres de la bicicleta en España pone de manifiesto la querencia del país por la épica de las subidas, la heroica de las victorias en solitario y el sufrimiento sobre las dos ruedas camino de cumbres cada vez más desafiantes. Ha habido mínimas excepciones en esa lista de mitos del ciclismo nacional que no se hayan ganado su derecho al recuerdo al margen de ascensiones, puertos de montaña y premios al mejor escalador. Quizá solo Mariano Cañardo, Miquel Poblet y Óscar Freire brillen al margen de ese perfil. Y sin parangón con unos y otros, por la unicidad de su figura, Miguel Indurain. El navarro introdujo, y de qué manera, la optimización de la contrarreloj en su camino hacia las victorias en las Grandes Vueltas. Su presencia en la alta montaña resultaba impresionante, lo cual siempre fue un aliciente para el público, pero su gestión de la clasificación general y su propia fisiología imponían otro estilo de competición. El ataque eléctrico, inesperado por el rival, el latigazo no tenía hueco ahí. Y con todo lo que estaba consiguiendo Miguel, quién era capaz de reprochar nada.