PREFACIO
A principios de 2009 recibí una llamada telefónica desde Paraguay. Era Oliver Stone. Había estado leyendo Piratas del Caribe: el eje de la esperanza , mi colección de ensayos sobre la cambiante política de Latinoamérica, y me preguntó si conocía su obra. Así era, en especial sus filmes políticos, en los cuales cuestionaba las fraudulentas crónicas sobre la guerra de Vietnam que habían ganado adeptos durante los años del cine de serie B de la presidencia de Reagan.
De hecho, Stone había combatido en esa guerra en un regimiento de infantería de marina estadounidense, lo cual dificultaba que los demás lo encasillaran como un pacifista remilgado. Muchos de sus detractores habían eludido el llamamiento a filas y ahora lo compensaban proclamando que se podría haber ganado la guerra si los políticos no hubiesen traicionado a los generales. Esto enfurecía a Stone, que detestaba las recetas simplistas que ahora se ofrecen sobre cualquier aspecto de las políticas nacional y exterior de Estados Unidos. En la versión original de Wall Street (1987), por ejemplo, había retratado los estrechos vínculos que existen entre el delito y el capitalismo financiero que en última instancia desembocó en la crisis de 2007.
La guerra de Vietnam desempeñó un importante papel a la hora de determinar la radical interpretación que realiza Stone de su propio país. Una de las escenas más sobrecogedoras de la película JFK , que dura casi diez minutos, presenta a un dúo de bustos parlantes: Jim Garrison (Kevin Costner) y un alto mando del espionaje militar no identificado (Donald Sutherland) van paseando a orillas del río Potomac, en Washington, DC, discutiendo quién mató a Kennedy. El personaje que interpreta Sutherland relaciona la ejecución del presidente con su decisión de retirar a las tropas estadounidenses de Vietnam unos meses antes. Para mí es —junto con el retrato de unos oficiales franceses justificando tranquilamente la tortura en el clásico La batalla de Argel , de Gillo Pontecorvo, y la trama de la extrema derecha griega para asesinar al diputado de izquierdas Lambrakis en Z , de Costa-Gavras— una de las tres mejores escenas del cine político.
Un alud constante de detractores de izquierdas y derechas denunciaron esta escena de JFK en particular, tildándola de pura fantasía. No obstante, investigaciones posteriores, que incluyen la biografía recientemente publicada de McGeorge Bundy, uno de los principales halcones de la Administración de Kennedy, han corroborado de forma abrumadora su perspectiva. En efecto, Kennedy había decidido retirarse de Vietnam, sobre todo por consejo del ex general Douglas MacArthur, quien le dijo que era imposible ganar la guerra.
La negativa de Stone a aceptar las «verdades» de la clase dirigente es el aspecto más importante de su filmografía. Puede que se equivoque, pero siempre cuestiona las suposiciones imperiales. Por eso viajó a Paraguay, para hablar con el nuevo presidente del país, un obispo apartado del sacerdocio, partidario de la teoría de la liberación, que había conseguido derrocar en las urnas la larga dictadura de un único partido. Fernando Lugo había pasado a formar parte del nuevo paisaje bolivariano, que incluía al venezolano Hugo Chávez, al boliviano Evo Morales y al ecuatoriano Rafael Correa, flanqueados por los Kirchner en Argentina y defendido, hasta su marcha, por el brasileño Lula.
Stone me preguntó si podíamos reunirnos para comentar su proyecto más ambicioso, una serie documental de doce horas titulada The Untold History of the United States [«La historia oculta de los Estados Unidos»]. Un mes después nos citamos en Los Ángeles y me explicó por qué consideraba que ese proyecto era tan necesario. En el país había una asombrosa falta de información sobre su pasado, aseguraba, por no hablar del resto del mundo. La menguante memoria de los ciudadanos estadounidenses no era un accidente. «Durante décadas, a los niños se les enseñan estupideces que les venden como módulos de historia o nada», me decía. Para él, esta historia televisiva era, en ciertos sentidos, su obra más importante, y presentaría una narración histórica de Estados Unidos y cómo se convirtió en un imperio. Grabamos entrevistas durante siete horas, con algunos descansos para el agua (bebiendo y orinando). Junto a él tenía algunos de mis libros, con muchos subrayados. Fue una experiencia estimulante, exenta de melancolía o sentimentalismo por parte de ambos. Stone tenía una labor que llevar a cabo, y se puso manos a la obra. El resultado, con cierta edición cosmética, es el libro que usted tiene en sus manos.
Hasta entonces había dado por sentado que la reciente gira de Stone por Sudamérica estaba motivada por Untold History, pero resultó que no era el caso. Enojado por los duros ataques contra los nuevos líderes por parte de las cadenas de televisión estadounidenses, así como de los medios impresos ( The New York Times fue uno de los peores), Stone había decidido dar voz a los vilipendiados políticos electos. Pero él y sus productores, Robert Wilson y Fernando Sulichin, consideraban que el filme se había visto demasiado empantanado en el territorio de los medios estadounidenses, y me pidieron que viese una versión preliminar. Era un trabajo bienintencionado pero confuso. Sencillamente no funcionaba. Habida cuenta del menosprecio que los enemigos probablemente mostrarían hacia la película, con independencia de su calidad, era mejor reducir el número de rehenes. ¿Podía ser rescatado?, quería saber Wilson. Propuse que se descartara la estructura existente. Asimismo, sugerí el valioso archivo y unas cuantas entrevistas que debían mantenerse y reincorporarse a una nueva versión.
En el nuevo comentario que me pidieron que escribiese me concentré en los puntos fuertes de las imágenes que Stone había recopilado durante su frenética gira de dos semanas. Esta película, en marcado contraste con la hipnotizadora Comandante, la entrevista de setenta y cinco minutos que Stone realizó a Fidel Castro y que fue estrenada en 2003, podía ser mucho más poderosa. El documental resultante fue Al sur de la frontera. La investigación y el texto iniciales fueron obra del coguionista y reeditados como una road movie política con una narrativa al uso. Un radical y legendario cineasta de Hollywood, furioso por lo que ve en la pantalla de televisión, decide subirse a un avión. Con un talante conmovedor y sencillo, el documental expone los cambios que se están produciendo en Sudamérica.
No pretende ser una visión analítica, distante y fría de unos líderes desesperados por zafarse de las garras del Gran Hermano del norte. La película se muestra receptiva con su causa, que es, en esencia, un grito de libertad, y las entrevistas con los siete presidentes electos constituyen su columna vertebral. Chávez ocupa un lugar más destacado porque fue el líder pionero de los radicales experimentos socialdemócratas que actualmente se están gestando en el continente, y su país posee grandes reservas de petróleo. «Si la película convence a la gente de que Chávez es un presidente elegido democráticamente y no el maligno dictador retratado en buena parte de los medios occidentales», señalaba Stone, «habremos logrado nuestro objetivo».
En los tiempos que corren es mucho pedir, pero aun así merecía la pena intentarlo. Una de las críticas habituales de los gringos acerca del documental era que, en su voz en off , Stone ni siquiera sabe pronunciar el nombre de Chávez (dice Shaves). Curiosamente, esto apenas levanta ampollas en Latinoamérica. Una pronunciación errónea de un nombre es el menor de sus problemas. Todavía no he conocido a un gringo (amigo o enemigo) que sepa pronunciar adecuadamente mi nombre, pero ese no es motivo para tachar a la persona de intelectualmente pobre.
Entre los académicos latinoamericanos que trabajan en Estados Unidos detectamos otra visión de la película: que es demasiado sencilla. En este caso nos declaramos culpables. Nunca pretendió ser un panfleto o un debate. Stone conoce su país, sus ciudadanos y sus hábitos televisivos: Al sur de la frontera estaba concebida para que se planteasen ciertas preguntas. No es que Europa sea mucho mejor. La hostilidad hacia los líderes bolivarianos también es bastante universal en los medios europeos, con algunas excepciones parciales. Es extraño que un mundo que gime incesantemente por la democracia se haya vuelto tan hostil a cualquier intento por imponer la diversidad económica y política.