LA OTRA INDIA
Ramiro Calle
1.ª edición: septiembre, 2013
© 2013 Ramiro Calle
© Ediciones B, S. A., 2013
Consell de Cent, 425-427 - 08009 Barcelona (España)
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Depósito Legal: B. 21.271-2013
ISBN DIGITAL: 978-84-9019-554-3
Maquetación ebook: Caurina.com
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AGRADECIMIENTOS
Toda mi gratitud para el magnífico periodista y escritor Jesús Fonseca, alma noble y grande, que comparte conmigo el entusiasmo por Benarés y siempre se ha empeñado generosamente en la difusión de mis obras. Estoy muy agradecido a mi buena amiga Delna Jasoomoney (de la cadena de hoteles Taj), una magnífica y eficiente profesional y una bella y encantadora persona. Hago extensivo mi reconocimiento a mi entrañable amigo Nicolás Valladares, delegado en España de la agencia de viajes india Le Passage to India, un profesional de gran honestidad y eficacia en su trabajo, siempre dispuesto a prestar toda su cooperación. Estoy en deuda de gratitud con mi buen amigo Pablo Olmeda, hombre de gran corazón y que durante muchos años me ha prestado su valiosísima ayuda en mis viajes a la India y brindado su fiel e incondicional amistad. Gracias a mis compañeros de fatiga por la India: César Vega, Publio Vázquez y Carlos Campos, que pacientemente han seguido mis rutas, a veces no poco extenuantes y dificultosas.
NOTA
Para contactar con el autor, puede dirigirse a su Centro de Yoga en el número 10 de la calle Ayala de Madrid, o a su web: www.ramirocalle.com
INTRODUCCIÓN
En esta obra abordo diversos aspectos de la India que a menudo no se exploran en los libros, o que pasan desapercibidos o de los que se sabe muy poco en Occidente. Hace años estuve tentado de escribir una obrita titulada «Comprender la India», toda vez que muchas personas, cada día en mayor número, viajan a aquel país y sacan conclusiones que no se corresponden en absoluto con la realidad y que unas veces se deben a la temeridad, otras a la negligencia y aun otras a la arrogancia de creer que un país como la India se puede entender con una visita de unos días. La India es un país enorme y con una muy dilatada historia. No es fácil ni comprenderlo ni abordarlo medianamente, pues tiene millones de facetas. En esta obra he tratado, y de ahí su título, de profundizar en aspectos muy poco conocidos, con la certeza de que interesarán al lector y enriquecerán al viajero por esas tierras milenarias, aportándole otros puntos de vista y enfoques más agudos sobre el que considero sin duda el país más interesante y complejo del planeta.
Ramiro Calle
BENARÉS
UN DÍA DE TANTOS EN BENARÉS
Cuando visité Benarés por decimosegunda vez me prometí seriamente no volver... al menos por muchos años. Había alcanzado el que podría denominar mi punto de saturación con respecto a la ciudad más contradictoria del subcontinente y que a la par logra provocar más intensas dualidades de atracción y aversión, así como vivencias profundas a las que no puede escapar ningún viajero perceptivo. Benarés la santa, tan solemne y a la vez tan carnavalesca, tan llena de hombres santos y grandes pícaros, mercenarios del espíritu, mercaderes de una religiosidad degradada, hueca, obsesiva y compulsivamente litúrgica. ¿A quién no impresiona, sobrecoge, desbarata mentalmente, confunde, crea sentimientos contradictorios y a la vez imanta una ciudad por la que al parecer no pasa el tiempo, y que permanece casi idéntica a cuando la visité hace más de tres décadas, sólo que saturada en sus callejuelas vetustas y malolientes, serpenteantes y laberínticas, de ciber-cafetuchos y estrechas cabinas telefónicas? Benarés, la poluta, bulliciosa, congestionada y muy ruidosa Benarés, aquella desde la que hace años resultaba imposible telefonear incluso a otras ciudades de la India y en la que, con motivo de una urgencia, hube de esperar tres largas y caliginosas noches para lograr comunicación con España. Pero Benarés no ha cambiado, no muta, no se modifica, permanece anclada en sí misma dejándose, sí, incursionar por innumerables turistas y peregrinos, curiosos y viajeros que quieren ser arrebatados por la atmósfera a la vez precipitada y estresante de la ciudad más santa del subcontinente y a la vez de una lentitud exasperante, con destellos de serenidad entre tanto bullicio, con atisbos de una calma inexorable en medio del desorden. Benarés la santa, la que mejor ha sabido «venderse» para atraer toda suerte de viajeros desde tiempos inmemoriales, la que asalta los sentidos con innumerables impactos densos y precipitados, la que a nadie deja imperturbable y a muchos enamora y a muchos repele hasta lo insuperable.
Unos la llaman Kashi, luz; otros, Varanasi, ya que en su escenario se produce la conjunción de los ríos Varuna y Asi; otros, Banaras; y otros, la santa, muy santa, definitivamente santa, ciudad de Siva. ¿Qué tiene esta ciudad para que a la vez cautive y enamore, fascine los sentidos y los turbe, y también origine una catarata interna de emociones, atracción y aversión por igual, desorientación y apertura del inconsciente? ¿De qué modo, si uno se lo permite, pueden irrumpir los más insospechados estados de ánimo, alternancias psíquicas y esas incorregibles inclinaciones de, a la par, querer quedarse y querer marcharse lo antes posible? Los mismos indios te dicen: «Benarés es la auténtica India.» Pero también muchos de ellos la eluden, le dan la espalda, la consideran una entelequia religiosa que sigue, como su caudaloso río, su curso inexorable e intemporal, pero al margen de esos cambios profundos, casi sobrecogedores, que se van produciendo en las grandes ciudades como Mumbai, Delhi, Bangalore y Madrás. De éstas excluyo la doliente, y a la vez entrañable a su modo, Calcuta, donde el Ganges llega tras primero precipitarse entre las más colosales montañas himalayas y luego regar generosamente toda la planicie, donde tantas ciudades se achicharran en los fuliginosos meses anteriores al monzón.
Dije que no volvería a penetrar por tus estrechas, infectas, alambicadas y medievales callejuelas, a la vez hediondas y sumamente sugerentes, casi irresistiblemente cautivadoras, y aquí estoy otra vez, abriéndome paso entre perros husmeantes, saltarinas cabras y dormitantes vacas, metiendo el pie en una fétida boñiga o resbalándome con una cáscara de coco, husmeando entre casuchas y callejuelas, extraviándome en oscuros y casi siniestros callejones sin salida, desandando mis pasos, saludando a unos y otros, desembarazándome de aquellos que me ofrecen las mejores sedas, o mujeres o hachís, o incluso un party privado de flamenco o una ceremonia secreta. ¡Tus irrepetibles callejuelas, Benarés la santa, Benarés la más mística y la más mercenaria, la más sacrosanta y la más espuria, que sabes codear a wallashs tuberculosos, a pomposos y ávidos brahmanes, a comerciantes ladinos y a una policía indolente donde las haya; que reúnes decenas de bazares donde sus dueños se desgañitan para vender la mercancía, y a decenas de perros que parecen estar muertos, en tan profundo sopor se hallan, y a vendedores callejeros de toda clase de comistrajos, artículos de lo insólito y hermosas guirnaldas aromáticas entre tanto hedor. Nunca Benarés me fue tan adusta y a la vez tan acogedora, pero ¿por qué he vuelto a dejarme engatusar por ella, atolondrado por su sentido de una mística a la que a menudo da la espalda para extraviarse en una repetitiva, degradada y más que obsesiva religiosidad, donde los ritos más densos se efectúan mecánicamente y los oficiantes de los mismos bostezan indecorosamente, impúdicamente ajenos al fervor de quienes los cumplen, y tienen una mano demasiado larga para llenarla de cuantas más rupias mejor.
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