© Germán Castro Caycedo, 2014
© Editorial Planeta Colombiana S. A., 2014
Calle 73 n.° 7-60, Bogotá
Diseño de cubierta: Departamento Creativo Planeta
Primera edición: septiembre de 2014
ISBN 13: 978-958-42-4179-5
Desarrollo e-pub: Hipertexto Ltda.
Este libro no podrá ser reproducido, ni total ni parcialmente, sin el previo permiso escrito del editor.
A Renaud Blanchet,
mi entrañable yerno
Presentación
Anteriormente, la Editorial Planeta se negó a publicar este libro y, existiendo un contrato vigente, me devolvió el manuscrito original, por su contenido en cuanto a la posición del Estado frente al conflicto interno (2002-2010).
Hasta ese momento, Editorial Planeta había publicado quince libros escritos por mí.
Hoy, bajo una nueva dirección, Planeta ha tomado la decisión de publicarlo.
E L A UTOR
Amazonia colombiana. El Sar es un helicóptero del gobierno de los Estados Unidos que vuela más alto que los demás porque protege toda una operación militar extranjera autorizada por nuestros gobiernos en nuestro propio territorio.
En El Sar se acomoda un equipo estadounidense de búsqueda y rescate en caso de que se presente un siniestro: que las balas de los narcotraficantes lleguen a cobrar un blanco en alguna de las aeronaves que fumigan con herbicidas —selvas, ríos, cultivos de alimentos, poblaciones con seres inocentes y, desde luego, plantaciones de coca—, o que un motor comience a estornudar y luego se calle, o que termine por vomitar fuego, cosa que generalmente nunca ocurre.
El Sar es una nave de asalto, pero a la vez una ambulancia.
A menor altura y escoltando a los aviones que fumigan veneno, flotan helicópteros también artillados, ocupados por Los Cuervos, mercenarios contratados por el Departamento de Estado de Estados Unidos a través de la compañía DynCorp de la Base Patrick de la Fuerza Aérea ( USAF ), en la Florida y Las Águilas que son policías colombianos.
En esta guerra, los helicópteros que vuelan en la cima de las montañas o sobre la selva llevan matrículas de la Policía de Colombia PNC , pero no son ni de la Policía de Colombia, ni del gobierno colombiano, ni de la nación colombiana. No. Su dueño es el Departamento de Estado.
Los aviones tampoco son de Colombia. Su dueño también es el Departamento de Estado, y sus pilotos son igualmente mercenarios estadounidenses o personas nacionalizadas en aquel país, contratadas a través de la compañía East Inc. de Massachusetts que también se presenta como Eagle Aviations Services and Technology del Columbia Metro Airport.
La East Inc. —subcontratista en Colombia de la DynCorp— participó en la operación Irán-Contras, en la cual la CIA traficó con cocaína del cartel de Medellín para adquirir armamento con destino a los Contras de Nicaragua, enemigos del gobierno sandinista.
En estos valles lo puramente colombiano son la coca y la selva arrasada por las hachas y las fumigaciones, porque quien estimula las siembras y la transformación de coca en cocaína, y el tráfico, y las inverosímiles ganancias en el mercado norteamericano —pero también los torrentes de dinero que cobra la casa Monsanto de Saint Louis Missouri por las sustancias con que se ha arrasado el país desde el aire durante algo más de cuatro décadas sin pausa—, quien lo estimula, digo, son los mismos Estados Unidos, el mayor consumidor de narcóticos de la humanidad.
Nuestra guerra es una guerra ajena en la cual los intereses y la geopolítica que la determinan tampoco son los nuestros.
Sin embargo, en esta guerra —privatizada al ritmo de la economía neoliberal igual que la de Iraq—, lo que llaman en Colombia la ayuda de Washington es menos del once por ciento del costo total de la contienda, la mayoría invertida en el pago de herbicidas y mercenarios estadounidenses —ahora les dicen contratistas — a través de compañías estadounidenses.
(Mercenario - Soldado que a cambio de
dinero sirve en la guerra a un poder
extranjero: Real Academia de la Lengua Española ).
En el año 2006, después de Iraq, Colombia era el lugar del mundo donde se movía un mayor número de mercenarios a sueldo del Pentágono y del Departamento de Estado.
(Frederick Forsyth los llama «los perros de la guerra»).
En la Aeronáutica Civil de Colombia, no fue posible confirmar que los mercenarios involucrados en labores de fumigación de cultivos posean licencia de esa agencia, tal como lo ordenan las leyes de este país.
Según voceros del Ministerio de Relaciones Exteriores que temen que sus nombres sean revelados, «la idea es que todos los contratistas americanos carecen de visas de trabajo [...] Muchos de ellos, inclusive, ingresan a este país sin visas y hasta sin pasaportes, encubiertos directamente por la Policía Nacional».
El 24 de octubre del año 2010 la Agencia Española de Noticias, EFE , dio a conocer un cable que fue reproducido por medios colombianos de prensa, según el cual, «en la 117 Conferencia Anual de la Asociación Internacional de Jefes Policiales ( IACP ), celebrada en Orlando, Florida, el general Óscar Naranjo, director de la Policía de Colombia, fue nombrado agente especial de la agencia de la lucha contra las drogas ( DEA ) de los Estados Unidos».
Un poco antes, en aquel país lo habían rotulado con el titular de, «El mejor policía del mundo».
Años atrás, los estadounidenses se habían cuidado de darle el mismo tratamiento a su antecesor, el general Rosso José Serrano.
Según acuerdos mundiales, en la aviación militar, la aviación civil no tiene ningún tipo de regulación ni influencia, de manera que cuando llegan los pilotos mercenarios estadounidenses a Colombia y se encuentran con esa maravilla, alegan que ellos no son civiles.
Entonces, ante la Aeronáutica Civil son pilotos militares de Colombia; ni siquiera militares extranjeros. Y a las aeronaves estadounidenses las presentan como aeronaves militares de Colombia. Por ese motivo fue que a todos los aviones de fumigación y a todos los helicópteros del Departamento de Estado y del Departamento de Defensa que se elevan en el país les pintaron matrículas de la Policía y del Ejército.
Según funcionarios de la Aeronáutica Civil de Colombia, «cuando los mercenarios van a llenar un plan de vuelo escriben oficial del Ejército, o de la Policía y bajo esa figura cometen todo tipo de violaciones.
»Ellos no tienen una licencia convalidada por la Aeronáutica Civil como debe hacerlo cualquier piloto extranjero que quiera volar en el país. Por el contrario, éstos deberían cumplir con trámites en la Aeronáutica Civil, homologar sus licencias, homologar sus certificados médicos.
»La Aeronáutica Civil de Colombia no tiene ni idea de si ellos están sanos, si están enfermos, si tienen sus chequeos al día… Si son consumidores de cocaína y heroína, o de marihuana. No hay posibilidad de que el Estado bajo esa normatividad civil pueda meter las narices en la aviación de mercenarios. A ellos no hay absolutamente nada que los regule. Inclusive, los mismos policías y los militares desconocen quiénes son aquellos caballeros.
»Y aquí viene otra cara de la moneda: cuando la aviación del Estado que no es regulada por la aviación civil se autorregula. En esa autorregulación los militares lo tienen todo vigilado, la salud, el entrenamiento, las operaciones, los tiempos de descanso bajo una norma interna».
Pero de los mercenarios nadie sabe nada. Ellos son terreno prohibido porque los protege un acuerdo con el Departamento de Estado: su imagen es casi diplomática en el sentido de su inmunidad. Nadie sabe en este país si esos señores están vigentes desde el punto de vista legal. Eso es un secreto.
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