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Germán Castro Caycedo - El alcaravan

Aquí puedes leer online Germán Castro Caycedo - El alcaravan texto completo del libro (historia completa) en español de forma gratuita. Descargue pdf y epub, obtenga significado, portada y reseñas sobre este libro electrónico. Año: 2014, Editor: Planeta Colombia, Género: Niños. Descripción de la obra, (prefacio), así como las revisiones están disponibles. La mejor biblioteca de literatura LitFox.es creado para los amantes de la buena lectura y ofrece una amplia selección de géneros:

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Germán Castro Caycedo El alcaravan

El alcaravan: resumen, descripción y anotación

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La aviación del Llano es diferente a la del resto de Colombia y a la del mundo y aunque actualmente vuelan allí aviones modernos, el DC-3 continúa siendo la respuesta a las necesidades de un medio que se quedó anclado en el ayer por culpa del abandono del Estado. Este es un libro de aventuras inverosímiles protagonizadas por vetustos aviones e intrépidos pilotos que aterrizan en pistas de barro y desafían las tormentas de los Llanos Orientales y la Amazonia para ayudar a construir media Colombia, que, a diferencia del Oeste americano, se ha colonizado no con caballos y carretas sino con aeroplanos DC-3. En un pequeño parque, frente al aeropuerto Vanguardia, de Villavicencio, hay dos placas de cemento con un par de listas desactualizadas en las cuales se leen los nombres de ciento noventa y dos pilotos muertos, la mayoría en accidentes. Alcaravanes que nunca regresaron.

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© Germán Castro Caycedo, 2013

© Editorial Planeta Colombiana S. A., 2013

Calle 73 N.° 7-60, Bogotá

Primera edición en Planeta: noviembre de 1996

Primera edición en esta colección: noviembre de 2013

ISBN: 978-958-42-3730-9

Desarrollo e-pub: Hipertexto Ltda.

Este libro no podrá ser reproducido, ni total ni parcialmente, sin el previo permiso escrito del editor.

Todos los derechos reservados.

Al ingeniero trasvasador
de hidrocarburos, Darío Herrera

Introducción

A partir de 1966 visité en forma recurrente los Llanos Orientales y parte de la selva Amazónica en busca de un nuevo país, que entonces comenzaba a despertar —ahora creo que a agonizar— a golpes de hacha.

Para llegar a cualquiera de los puntos de esa geografía distante, era necesario utilizar el DC-3, un avión maravilloso construido antes de la Segunda Guerra Mundial.

Pero veinticinco años después regresé y encontré a los mismos pilotos en los aviones de entonces, aterrizando entre el barro cocido del verano y desafiando las tempestades del invierno. Un mundo en el cual se detuvo el tiempo. Allí empecé a vivir esta crónica que parece de ayer pero es de hoy, con vigencia en el final del milenio a través de personajes reales e historias asombrosas sucedidas ahora.

Y a instancias de esa aviación de aliento, de la cual emerge un colombiano lleno de imaginación y creatividad gracias a la pobreza, fueron apareciendo el indio y la selva, la cosmogonía y el manejo del poder de su mente, las costumbres, el lenguaje, los ríos, la fauna, la simbiosis del ser humano con el medio. Pero también, el vaquero y el Llano en su intimidad, la identificación racial, la biodiversidad de nuestra floresta, el paisaje, la presencia del firmamento, los vientos que barren la llanura y su traducción a las cuerdas del arpa.

La aviación del Llano es diferente a la del resto de Colombia y a la del mundo y aunque actualmente vuelan allí aviones modernos, el DC-3 continúa siendo respuesta a las necesidades de un medio que se quedó anclado en el ayer por culpa del abandono del Estado.

Agradezco la ayuda invaluable que me prestó para realizar esta crónica el capitán Fernando León García, el estímulo que recibí de mis amigos Gildo Zuccarini y Cristian Mosquera, al profesor Gary Stiles y al doctor Thomas McNish, especialistas en aves colombianas, a Tito Vargas, Fabio Franco Niño, Peregrino Mora, a los capitanes Antonio García, Bernabé Silva y Luis Guevara Gutiérrez, a los protagonistas de la historia que me acogieron sin reservas y a cuya ilusión espero que responda este libro.

E L AUTOR

Atardecer del Domingo de Ramos. A las cinco y media el sol se había perdido detrás de las montañas y las nubes sobre el Llano eran de cobre.

En el mirador de La Tagua, una cafetería en el aeropuerto de Villavicencio, Alvaro Niño y Jairo Arango, dos pilotos, atisbaban en el cielo las bandadas de pájaros que volvían a sus refugios.

Volando sobre la llanura media hora antes, Jairo había sobrepasado en el Curtiss seis escuadrones de por lo menos tres mil aves distintas, de diversos colores, volando en formaciones diferentes. Unas iban en la dirección del Río Guayuriba y otras hacia el Guatiquía, en busca de los árboles de yopo y las matas de caña brava que viven en las riberas y las islas.

El capitán Niño solamente divisó desde la cabina del DC-6 un grupo de gavanes que avanzaba en “V” detrás de un líder y tan pronto el avión se emparejó con ellos —mil pies por encima—, él y el copiloto vieron cuando el que iba adelante le cedió el puesto a su relevo para que siguiera marcándole el ritmo a la bandada.

—Al batir las alas, los pájaros comprimen el aire y producen torbellinos que se desplazan hacia atrás, saliendo por las puntas y los que vuelan a sus espaldas los aprovechan para flotar con la misma velocidad pero haciendo un esfuerzo menor. Por eso se forman en “V” —le explicó al grupo de mecánicos, auxiliares, gente del oficio que los rodeaba.

La primera en aparecer al Este de la cabecera Dos Dos fue una mancha de patos jililí, agrupados en forma de ramilletes que trazaron un giro amplio sobre el bambú y luego se clavaron en descenso, formando un remolino.

—Ojo a ese tornado, dijo alguien.

—Y ojo al oriente, replicó Jairo Arango.

No lejos de la pista cruzó un alcaraván con su vuelo boyante y liviano, el cuello recogido, las patas estiradas bajo la cola y las alas, grandes y blancas, brillando con los últimos rayos del sol.

—El alcaraván encoge el cuello para acercar la cabeza cuanto más puede al centro de gravedad, porque lo tiene grueso y fuerte, mientras la cola es pequeña. Fíjate que él va avanzando pero con una especie de brincos, como si se esforzara por vencer la dificultad. Dicen que la naturaleza no le dio los mejores atributos para volar, pero, a pesar de todo, vuela porque le gusta y porque es valiente.

—Como los pilotos del Llano, que navegan más con el corazón y el sentido que con otra cosa, dijo Leonel Aguirre, un técnico.

—A pesar de que la cola es muy corta, él la utiliza muy bien para recoger el aire que sale de las puntas de las alas. Las plumas de atrás se llaman timoneras y se mantienen en movimiento permanente, subiendo y bajando, inclinándose para cambiar de rumbo.

—Y el oído de ese animal es impresionante. Capta los sonidos a centenares de kilómetros. Eso le ayuda para guiarse cuando está arriba.

—Como uno, que necesita adiestrar el ojo y el sentido para remplazar la falta de ayudas y de facilidades que hay en otras partes, pero con las que no contamos aquí.

—Claro, pero además el alcaraván tiene los pies sobre la tierra. Anida en el suelo.

—Como nosotros.

En un pequeño parque, frente al aeropuerto Vanguardia, de Villavicencio, hay dos placas de cemento con un par de listas desactualizadas en las cuales se leen los nombres de ciento noventa y dos pilotos muertos, la mayoría en accidentes.

Alcaravanes que nunca regresaron.

Villavicencio es una ciudad de doscientos treinta mil habitantes al pie de la Cordillera de los Andes, donde muere la gigantesca mole de montañas y comienzan 650 mil kilómetros cuadrados de llanuras y selvas, sobre un territorio más extenso que Francia o Alemania.

En los Llanos y la selva, la vida corre lenta bajo la lluvia que empapa nueve meses del año y se recoge en ríos colosales que rebosan sus cauces inundando millares de kilómetros en su paso hacia el Orinoco y el Amazonas.

Sabanas y manigua. Vida tosca en la cual las gentes conocieron primero el avión y después la luz eléctrica. ¿El automóvil? No. En los puertos de río la lengua sabe pronunciar, lancha, bote, curiara, potrillo, embarcaciones con motores fatigados o remos pulidos en maderas finas.

Y en el cielo rumban aviones asmáticos que eructan, tosen y se asfixian, porque, aunque ahora comienzan a llegar algunos más modernos y el resto adquiere equipos actualizados para superar la endiablada falta de infraestructura, buena parte comenzó a volar en los años cuarenta y aún lo hace transportando seres humanos, carga y animales domésticos a la vez.

Aviación de pobres entre las tempestades y el barro de las pistas. Entre el viento abrumador y la tierra cuarteada por el sol de plomo en el verano, como respuesta a las distancias, en una geografía que no conoce carreteras.

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