Prólogo
¿Son los foodtrucks una moda tan tonta como la de los cupcakes o acabarán protagonizando un capítulo interesante en la historia de la comida? Es una pregunta, bastante tonta también, que me llevo haciendo desde que el fenómeno de las furgonetas de comida explotó en España hace un par de años.
Una parte de mí, la más cascarrabias, tiene un poco de manía a las gastronetas , castellanización muy libre del término que desde aquí propongo a la Real Academia. No tanto porque se trate de una tendencia copiada, como tantas, de Estados Unidos, sino porque aquí no somos muy buenos imitando, y solemos quedarnos con la apariencia sin ir a la sustancia. Este principio, aplicado al asunto que nos ocupa, se ha traducido en demasiados restaurantes móviles que parecían sacados de Williamsburg, en Brooklyn, pero que ofrecían un producto mediocre, servido en condiciones infames y a un precio desorbitado.
Las restricciones legales a la venta ambulante no ayudaron, y más de una vez los curiosos nos vimos metidos en campos de concentración de la comida callejera, espacios cerrados en los que se agolpaban caravanas sin ton ni son. Se lo aseguro: comerse un bocata de pulled pork sentado en un suelo polvoriento mientras hordas de personas te pasan por al lado no es una experiencia que compense los ocho eurazos que te ha costado, y menos aún la media hora de cola que has tenido que hacer para conseguirlo.
Mi yo positivo, por el contrario, me dice que los foodtrucks tienen chicha. Seguramente es un yo más apegado a la realidad que mi yo gruñón, porque los datos demuestran que la tendencia no solo va a más, sino también a mejor. En muy poco tiempo, el número de gastronetas se ha multiplicado, los actos que las reúnen se han vuelto más amables y la calidad de la oferta, en términos generales, es superior. La abundancia de excelentes propuestas nacidas sobre ruedas —por las que apuesta este libro, que prefiere obviar las sucursales de restaurantes inmuebles — prueba la vitalidad de los nuevos puestos de bocadillos, hamburguesas, tacos, dulces o cafés. Y lo mejor de todo, como podrás constatar en estas páginas, la sabiduría local está enriqueciendo la tendencia foránea, por lo que no es raro ver salmorejos o molletes conviviendo en paz con ceviches o pulled porks .
Puede que las prisas por sintonizar con lo que estaba pasando con los foodtrucks en Estados Unidos y en buena parte de Europa nos llevaran a replicarlo con torpeza en un primer momento. Más allá de los puestos de castañas y las churrerías, genuinos proto foodtrucks locales, no contábamos con mucha tradición a la que agarrarnos. En comparación con paraísos de la alimentación en las aceras como México o Tailandia, vivíamos en un páramo hostil desertizado por arcaicas normativas municipales. Quisimos fudtruquear por encima de nuestras posibilidades, lo que nos llevó a dar algunos tumbos.
Pero lo importante ahora es que hemos empezado a entender la verdadera esencia de una manera de zampar que triunfa en todo el mundo occidental, consistente en consumir comida de alto nivel en cuanto a materia prima y técnica de elaboración, pero que se pueda degustar sin manteles, cubiertos, mesas y otros estándares asociados hasta ahora a la calidad. Con las manos, a precios más o menos asequibles y al aire libre. Y con cierta exigencia de imaginación, creatividad e intención gastronómica en su planteamiento, que es lo que separaría la comida callejera tradicional del fudtruquismo contemporáneo. No hay más misterio.
Quizá deberíamos dejar de preguntarnos si los foodtrucks pasarán de moda o no, cosa que solo saben Dios, Sandro Rey y futurólogos en general. La cuestión debería fijarse en el presente: hoy, en España, ¿se puede comer bien, diferente y divertido en ellos? La respuesta la encuentras, clara y rotunda, en este volumen que tienes en las manos, una impecable selección que reúne algunos de los mejores ejemplos que conozco en este negocio. Doce casos de camionetas de comida cuya gasolina es el entusiasmo por la gastronomía, por la innovación y por el placer de servir pequeñas delicias de manera informal. Aquí se cuentan las historias de la gente que está detrás de ellas, y también se ofrecen algunas de las recetas que las han hecho famosas en el circuito. Y lo que enseñan da tanta hambre que entran ganas de ponerse los zapatos, salir a la calle y correr a buscarlas allá donde estén aparcadas.
M IKEL L ÓPEZ I TURRIAGA , E L C OMIDISTA
Periodista gastronómico
Introducción
El streetfood y los foodtrucks ya se han implantado con fuerza y han llegado para quedarse. Estas coloridas camionetas con comida de autor a pie de calle han causado furor en nuestro país: buenos chefs, precios razonables, y deliciosos bocados al aire libre…
ORÍGENES
El origen de los foodtrucks es algo incierto. Hay teorías que afirman que este fenómeno se remonta a mediados del siglo XIX en Estados Unidos, con la creación del chuckwagon , cuando un ranchero llamado Charles Goodnight, alias Chuck , que debía transportar gran cantidad de ganado desde Belknap —Texas— a Denver —Colorado— compró una carreta y la modificó para que le cupieran también las provisiones, convirtiéndola en una especie de cocina sobre ruedas.
Según cuenta la historia, aquel ranchero debía emprender un periplo de ocho semanas de duración que, además, requería atravesar peligrosos territorios indios: «Como una buena parte del viaje era por el desierto, no habría forma de conseguir comida en algún pueblo cercano, así que el bueno de Chuck montó una caja para guardar utensilios y también condimentos. Las comidas eran sencillas pero reconfortantes. Tanto es así, que según , la palabra Chuck se tornó en sinónimo de comida buena y reconfortante». Otras fuentes, sin embargo, opinan que el inicio de los foodtrucks tuvo lugar en el Reino Unido durante la Segunda Guerra Mundial, dentro de las bases militares. Debido a la necesidad de reubicación inmediata de los militares a causa de sus operativos de ataque, era más sencillo y fácil llevar y mantener sus alimentos en camiones que montar una infraestructura en cada desplazamiento.
Pero, en el fondo, ¿quién sabe cuál fue el primer foodtruck? Desde que se inventó la rueda allá por el 3100-3350 a. C. seguramente alguien ya arrastró alimentos de un lugar a otro ofreciéndolos a cambio de algún bien. Y es que, al final, se trata solo de eso: trasladar comida y servirla en el camino del punto A al B.
Hoy en día, en cualquier parte del mundo, desde Asia hasta Estados Unidos, puedes probar una increíble comida sobre ruedas de la mano de grandes chefs en plena calle. Si realmente eres un seguidor de los foodtrucks, tendrás que viajar a Nueva York, San Francisco, Los Ángeles, México o Ámsterdam para perseguir por la ciudad estas sabrosas caravanas. Te quedarás sin palabras ante la cantidad de propuestas gastronómicas —diferentes e interesantes— que existen, así como ante la infinita variedad de camionetas, camiones, furgonetas, coches, motos, autobuses y cualquier bicho con ruedas modificado para servir bocados de ensueño.