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El sesgo de confirmación
(primera parte)
Tenga cuidado cuando se dejan caer las palabras «caso especial»
Gehrer quiere adelgazar. Empieza la dieta X. Cada mañana se sube a la báscula. Si ha adelgazado con respecto al día anterior, se permite una sonrisa y atribuye el resultado al éxito de la dieta. Si ha engordado, lo considera una fluctuación normal sin importancia y lo olvida. Durante meses vive en la ilusión de que la dieta X funciona, aunque su peso permanece más o menos constante. Gehrer es una víctima del sesgo de confirmación, de una forma inofensiva de este.
El «sesgo de confirmación» ( confirmation bias ) es la madre de todos los errores de lógica: la tendencia a interpretar la información nueva de forma que sea compatible con las teorías, ideologías y convicciones que tenemos. Dicho de otro modo: descartamos las nuevas informaciones que contradicen nuestras opiniones previas (en adelante, denominadas pruebas refutatorias). Eso es peligroso. «Los hechos no dejan de existir solo por obviarlos», dijo Aldous Huxley. Sin embargo, hacemos precisamente eso. También lo sabe el gran inversor Warren Buffett: «Lo que mejor sabe hacer la gente es tamizar la nueva información para que las opiniones existentes permanezcan intactas.» Es muy posible que Buffett precisamente por eso tenga tanto éxito, porque es consciente del peligro del sesgo de confirmación, y se obliga a pensar de forma diferente.
En economía, el sesgo de confirmación provoca enormes estragos. Por ejemplo, el consejo de administración acuerda una nueva estrategia. En adelante, todos los signos que indiquen un éxito de esta estrategia se celebrarán con euforia. Por dondequiera que se mire, se ven abundantes signos de que funciona. Los indicios contrarios o bien no se ven en absoluto, o bien se rechazan sin vacilar al considerarlos «casos especiales» y «dificultades imprevisibles». El consejo de administración está ciego ante la prueba refutatoria.
¿Qué hacer? Cuando se menciona el término «caso especial», merece la pena escuchar con mucho más detenimiento. A menudo se oculta tras una prueba refutatoria normal. Lo mejor es que se quede con Charles Darwin: desde su juventud se había preparado para combatir sistemáticamente el sesgo de confirmación. Cada vez que sus observaciones contradecían sus teorías, se las tomaba especialmente en serio. Siempre llevaba consigo un cuaderno de notas y se obligaba a anotar las observaciones que entraban en contradicción con sus teorías en un plazo de treinta minutos. Sabía que el cerebro «olvida» las pruebas refutatorias a los treinta minutos. Cuanto más firme consideraba una teoría suya, más activamente buscaba observaciones que la contradijeran. ¡Bravo!
El siguiente experimento muestra cuánto esfuerzo entraña cuestionarse las propias teorías. Un profesor presentó a sus alumnos la serie de números 2-4-6. Debían encontrar la regla subyacente que el profesor había escrito al dorso de una hoja. Los sujetos de ensayo debían dar el siguiente número de la serie, a lo que el profesor respondería «concuerda con la regla» o «no concuerda con la regla». Podían decir tantos números como quisieran, pero solo podían adivinar la regla una vez. La mayoría de los estudiantes dijeron «8», el profesor respondió «concuerda con la regla». Para asegurarse, probaron con «10», «12» y «14». El profesor respondió cada vez «concuerda con la regla», de lo que los estudiantes extrajeron una sencilla conclusión: «Entonces la regla dice: suma 2 al último número.» El profesor negó con la cabeza: «Esa no es la regla que está al dorso de esta hoja.»
Solo un alumno astuto realizó la tarea de forma diferente. Probó con «4». El profesor dijo: «No concuerda con la regla.» «¿7?» «Concuerda con la regla.» El alumno siguió intentándolo un rato con números diferentes: «menos 24», «9», «menos 43». Estaba claro que tenía una idea y que intentaba refutarla. Solo cuando ya no pudo encontrar ningún contraejemplo más, aseguró: «La regla dice: el siguiente número debe ser mayor que el anterior.» El profesor dio la vuelta a la hoja y eso era exactamente lo que ponía. ¿En qué se diferenciaba la ingeniosa cabeza de la de sus compañeros? Mientras ellos habían querido confirmar su teoría, él intentaba refutar la suya... y buscaba la prueba refutatoria muy conscientemente. Caer en el sesgo de confirmación no es un pecadillo intelectual. En el próximo capítulo veremos cómo influye en nuestra vida.
El sesgo de confirmación
(segunda parte)
Asesina a tus amantes
En el capítulo anterior hemos conocido al padre de todos los errores de lógica: el sesgo de confirmación. Allá van un par de ejemplos. Todos estamos obligados a formular teorías sobre el mundo, la vida, la economía, las inversiones, las carreras, etcétera. Sin suposiciones no se puede hacer. Pero cuanto más vaga es una teoría, más fuerte es el sesgo de confirmación. Quien va por la vida con la idea «las personas son buenas», encontrará suficientes confirmaciones para esa teoría. Quien va por la vida con la idea «las personas son malas», también. En ambos casos, el filántropo y el misántropo, tamizarán las «pruebas refutatorias» ( disconfirming evidence ) y obtendrán toneladas de confirmaciones de su punto de vista.
Los astrólogos y los expertos en economía funcionan según el mismo principio. Sus afirmaciones son tan vagas que atraen confirmaciones como un imán: «En las próximas semanas usted vivirá momentos tristes», o: «A medio plazo aumentará la presión de devaluación sobre el dólar.» ¿Qué significa «a medio plazo»? ¿Qué significa «presión de devaluación»? ¿Devaluación respecto a qué? ¿Al oro, al yen, a los pesos, al precio de la vivienda en Berlín, al precio de las salchichas?
Las convicciones religiosas y filosóficas, por su vaguedad, son un fabuloso caldo de cultivo para el sesgo de confirmación. Ahí prolifera con extrema ligereza. Los creyentes ven confirmado a cada paso que dios existe. Que este no se presente directamente —excepto a analfabetos en desiertos y aldeas remotas, pero nunca en una ciudad como Fráncfort o Nueva York— evidencia lo fuerte que es el sesgo de confirmación. Incluso la objeción más irrefutable se descarta tamizándola.
Ningún sector profesional padece más del sesgo de confirmación que los periodistas económicos. Suelen formular una teoría barata, añaden dos o tres «ejemplos», y ya está listo el artículo. Por ejemplo: «Google tiene tanto éxito porque la empresa vive una cultura de la creatividad.» Así que el periodista sigue, escoge dos o tres empresas que también viven la creatividad y que triunfan así (prueba confirmatoria). Pero no se toma la molestia de desenterrar pruebas refutatorias, es decir, de buscar aquellas empresas que mantienen una cultura de la creatividad y no tienen éxito; o aquellas que tienen éxito pero no cultivan la creatividad. De ambos tipos hay un montón, pero el periodista lo pasa por alto a propósito. Si mencionara algún caso, su artículo acabaría en la papelera. Por el contrario, yo enmarcaría ese artículo, una perla en el mar de las pseudoinvestigaciones inútiles.