PRÓLOGO
La falta de lógica no se acobarda en modo alguno ante la lógica.
Hoimar von Ditfurth, «El legado del Neandertal»
La lógica no goza de buena imagen. Se considera fría y calculadora, y en la cultura popular existen muchos personajes que hacen el ridículo porque tratan de enfrentarse a los aspectos ilógicos de la vida con el formalismo estricto de las leyes de la lógica; baste pensar en el medio vulcano Spock de la serie Star Trek. Una de las razones de ello es que la lógica como tal no formula enunciados significativos, sino que se limita a sacar deducciones de unas premisas, pero en realidad no añade nada nuevo a estas últimas. ¿Se trata por tanto de mera palabrería hueca? En este libro también encontrará el lector o la lectora algunas deducciones formales de proposiciones de las que dirá: ¡pero si es lógico, para eso no hacía falta una demostración tan compleja!
Lo mismo piensan muchos matemáticos y filósofos. La lógica, que hace de puente entre la matemática y la filosofía, es más bien la cenicienta de las asignaturas de las facultades en que se enseñan estas dos disciplinas. Los estudiantes de filosofía acuden con desgana a los seminarios obligatorios en los que tienen que transformar grotescos montajes verbales y los de matemáticas suelen tachar la lógica de formalismo hipersofisticado que les impide formular sus conclusiones de manera breve, concisa y «elegante».
Sin embargo, precisamente los matemáticos tuvieron que experimentar en propia carne, hace alrededor de un siglo, que un manejo demasiado descuidado de la lógica puede quitarles realmente el suelo bajo los pies. La ciencia matemática se vio sacudida repetidamente por contradicciones lógicas y le costó mucho tiempo volver a situarse sobre un fundamento relativamente sólido.
Aunque la lógica no añada nada nuevo a las proposiciones a las que se aplica, esto no significa que con ella no se puedan adquirir nuevos conocimientos. La matemática vuelve a ser el mejor ejemplo: en su forma moderna deduce todas sus proposiciones de axiomas simples, es decir, no añade nada a esas meras premisas, sino que todo ya está contenido en las hipótesis aparentemente inocuas. El último teorema de Fermat, la conjetura de Poincaré, todas las espectaculares soluciones matemáticas de los últimos años, sobre las que se han devanado los sesos numerosos genios durante años, en última instancia «no son más» que lógica aplicada.
Pero también los que no se dedican a la matemática harán bien en estudiar al menos en sus rasgos fundamentales las leyes de la lógica, que nos incitan a observar una especie de «higiene mental» y nos obligan a formular limpiamente nuestras ideas y pensamientos. En el capítulo 3 se enumeran 25 maneras de argumentar no limpias, falacias lógicas o de otro tipo con que nos encontramos todos los días en las tertulias de la televisión.
Y por supuesto, la lógica también es fuente de diversión y entretenimiento. He seleccionado tres tipos de problemas lógicos: los juegos de lógica, los rompecabezas de los mentirosos y los acertijos de los sombreros. Los tres se caracterizan por el hecho de que se pueden resolver sin necesidad de tener conocimiento alguno, exclusivamente por la vía de la lógica. Señalo ejemplos de solución para que el lector pueda abordar después por su cuenta algunos de los problemas.
Quiero dar las gracias a Andreas Loos y a Bernd Schuh por la revisión de mi manuscrito y algunas importantes indicaciones sobre el contenido y a mi agente Heike Wilhelmi y mi lector editorial Frank Strickstrock de la editorial Rowohlt. Para cualquier comentario sobre eventuales errores lógicos y sugerencias, visite mi página web www.droesser.net.
C HRISTOPH D RÖSSER
Hamburgo, septiembre de 2012
1 SI LA LUNA ES DE QUESO VERDE…
O DE LA LÓGICA Y LA REALIDAD
Tres lógicos entran en un bar.
—¿Queréis todos una cerveza? —pregunta la camarera.
—No lo sé —contesta el primer lógico.
—No lo sé —repite el segundo.
—¡Sí! —afirma el tercero.
Las personas familiarizadas con la lógica se parten de risa con esta historia. Las demás dirán: con esa gente yo no entro en un bar. La explicación lógica del chiste es esta: el primer lógico quiere una cerveza, pero no sabe qué desean beber sus acompañantes, por lo que no puede responder ni «sí» ni «no» a la pregunta de la camarera.
El segundo lógico deduce de la respuesta del primero que este se tomaría de buena gana una cerveza, ya que de lo contrario habría contestado negativamente. Basta una única excepción para que una oración que comienza con «todos…» sea falsa. El segundo lógico también desea una cerveza, pero dado que no sabe qué prefiere beber el tercero, responde asimismo con un «no lo sé».
Hay que esperar al tercer lógico para obtener una respuesta concluyente: él sí sabe por deducción que sus dos acompañantes quieren una cerveza y él mismo también, así que responde afirmativamente.
¡Bienvenido al país de la sutileza! Si al lector le ha hecho gracia el razonamiento del chiste, tal vez desee echar una ojeada al capítulo 11 y resolver una serie de enigmas en los que también hay que hilar fino. Por suerte, en la vida real estas situaciones no son frecuentes, y cuando una camarera pregunta a un grupo de clientes si todos quieren una cerveza, lo normal no es que le respondan encogiendo los hombros, sino todos a coro con un «sí», «desde luego» o «¡qué pregunta!».
El caso es que en la vida cotidiana las cosas no siempre son lógicas, y está bien que así sea, pues de lo contrario Hamlet no podría preguntarse: «Ser o no ser, esta es la cuestión», ya que una proposición en forma de «A o no A» siempre es cierta y por tanto no es cuestionable. Y cuando el cantante y poeta Wolf Biermann, en la época en que todavía vivía en Alemania Oriental, expresó su dilema interior con estas palabras: «Me gustaría irme y prefiero quedarme aquí», sin duda habría rechazado de plano la observación de que la proposición está formulada en forma de «A y no A» y por eso es una contradicción. Ocurre que la vida está llena de contradicciones y a veces hay que convivir con ellas. Pero no así en la lógica.
Cuando hace unos decenios yo estudiaba matemáticas y filosofía en la universidad, para los futuros filósofos la lógica era una asignatura obligatoria, y la mayoría de ellos acudían a las lecciones como a una película de terror. El momento álgido de la incomprensión llegaba cuando el profesor declamaba, con el semblante serio, la siguiente proposición: «Si la Luna es de queso verde, el número cinco está borracho». Encima afirmaba que esta proposición era cierta, ya que de una falsedad se puede deducir otra falsedad y el conjunto del enunciado, a pesar de todo, es verdadero.
Puede que el editor del diario Frankfurter Allgemeine Zeitung, Frank Schirrmacher, quien además de filología germánica también estudió filosofía, hiciera campana cuando tocaba esta asignatura, pues en pleno clímax del escándalo en torno al ex presidente de la República Federal de Alemania, Christian Wulff, escribió a comienzos de 2012 un comentario indignado en su publicación. Wulff había intentado, en una notoria entrevista televisada, desmentir las acusaciones de ventajismo que se habían formulado contra él y ofrecer explicaciones plausibles de su comportamiento. Schirrmacher no dio crédito a ninguno de esos subterfugios y escribió: «Puesto que una falsa premisa lo falsea todo, la entrevista con el presidente resultó fatal». La entrevista resultó fatal, efectivamente, pero en la lógica las falsas premisas no lo falsean todo, sino que lo convierten en verdadero. «Si no fuera por la palabrita “si”, mi padre sería millonario», reza un dicho alemán, y lo que dice es cierto aunque no tengamos ni un céntimo en el bolsillo.