Esta edición ha contado con la colaboración del
Instituto Castellano y Leonés de la Lengua
y del Ayuntamiento de Burgos
Imagen de cubierta: General Miaja
(Ministerio de Educación, Cultura y Deporte.
Archivo General de la Administración
[Archivo Rojo, signatura F-4057-54797])
RESUMEN
El 6 de noviembre de 1936, con las tropas rebeldes a las puertas de Madrid, el Gobierno de la República huía a Valencia. La capital se daba por perdida. Antes de su partida, Largo Caballero nombra al general Miaja presidente de la Junta de Defensa de Madrid. Contra todo pronóstico, la capital resiste heroicamente y nace el mito combativo de la España republicana: la ciudad del «¡No pasarán!». En Cuartel general, Eduardo de Ontañón, periodista que vivió en primera línea aquellos acontecimientos, traza con gran frescura el doble retrato de una población asediada y de su general al mando.
II. Contexto histórico e intelectual
De evoluciones, fracasos y compromisos
L
a Guerra Civil supuso la culminación de un cambio de orientación que venía gestándose entre los intelectuales de los años 30. Ya no se trataba de cambiar la literatura, el arte; lo que había que transformar era la realidad. Para ello, frente al experimentalismo vanguardista -que, sin embargo, también aportó su poso al “arte nuevo”— surge un tipo de creación rehumanizada. Muchos de quienes se habían formado en aquellos ismos del “arte puro” recorrieron un camino hermano de sus coetáneos europeos para producir una literatura conscientemente ideológica, social, con un sentido de pureza misional que en bastantes casos se abocaba al nuevo crisol prodigioso: la revolución.
Con el devenir del siglo XX , científicos, escritores, pensadores, ensayistas, periodistas... habían buscado una nueva categoría: la del intelectual dreyfusard. Fue un camino de descubrimiento de la realidad para el que hubieron de distanciarse de las agonías jeremiacas de los primeros años regeneracionistas de invenciones esencialistas, pero también del alucinado optimismo de los Roaring Twenties y sus vanguardias rupturistas. El optimista compromiso cargado de futuro de los intelectuales confluye en una España que se redescubría bajo su nueva configuración crecientemente urbana, muy activa y polarizada en lo político. Una población ávida lectora de prensa, en proceso de eclosión dolorosa por el ineludible choque de un tradicionalismo muy arraigado con las nuevas circunstancias y procesos culturales.
Los periódicos y las revistas se habían convertido en los grandes altavoces de la nueva explosión social de la Europa de entre- guerras. En España, la dictadura de Primo de Rivera (1923-1930) había producido un fuerte decaimiento de la prensa, sometiéndola a una rígida censura y obligándola al sahumerio del régimen y su partido único, la Unión Patriótica. La literatura, sin embargo, germinó con fuerza en revistas de creación, muchas flor de un día pero de infatigable resurgir .
Fue con la llegada de la democracia y la República, la recuperación de las elecciones y, por tanto, la confrontación política, la movilización de las masas, un parlamentarismo vivo, etc..
La rebelión militar de julio de 1936 alteró completamente el panorama informativo, convirtiendo a la prensa en una extensión de los frentes bélicos en los que prontamente se impuso el control y la censura. Las guerras también lo son de las palabras, y la Guerra Civil española fue un conflicto de tremendo valor ideológico, dotado de poderosas cargas simbólicas y semánticas. Escritores y periodistas pelearon también sus propias guerras, tomando partido, dando a conocer algunos hechos pero no todos, construyendo otros... La vida se urdió sobre confusas tramas de arengas, lemas y prédicas que ocultaban otras de silencios y duelos, resistencias, sacrificios y extenuante anulación personal. Fueron tiempos de lealtades, de exigencia de corporativismo, de constante sacrificio del yo por el éxito colectivo. Tiempos heroicos, les decimos, sin detenernos a pensar cómo es la vida en la suspensión de toda normalidad, rodeados de la sinrazón y crueldad del presente bélico.
De estas tramas está hecha gran parte de esa literatura de guerra instigadora de resistencia, de hazañas y gestas, unas veces completamente idealista, y otras verdadero aparato de agitación y propaganda; a veces fanática y, también, un poco paradójicamente, ejercicios de otro espíritu, de demandas generosas en búsqueda de belleza y humanización. La Guerra Civil fue, en el bando republicano, escenario culminativo de una política promotora del libro y la lectura popular , de acceso a las ideas, momento cumbre de la prensa y, cómo no, con la lógica bélica ya de por medio, también de adoctrinamiento ideológico.
Al estallar la guerra, a las primeras reacciones espontáneas de indignación y compromiso siguió la exigencia de militancia para los periodistas. En Madrid, la conversión de periódicos y revistas al nuevo formato ideológico de los tiempos de guerra eliminó o resemantizó las cabeceras derechistas y produjo cambios importantes en las redacciones del resto de publicaciones. De los 16 periódicos que se publicaban en la capital en el verano de 1936 .
La Editorial Estampa, hogar periodístico de Eduardo de Ontañón, había sido tomada por sus trabajadores el 25 de julio de 1936. En agosto, el Consejo Obrero de la editorial decidió seguir publicando solo Estampa —verdadera joya del grupo— y el periódico Ahora, cancelando los otros medios de la editorial: As, La Linterna, La Farsa, Gutiérrez y Mundial. Estampa continuó saliendo a la calle hasta el 8 de enero de 1938, fecha de su último número.
Analizando la prensa de la época, junto a las directrices gubernamentales y de partido/sindicato, encontramos, como sería preceptivo en cualquier guerra, un lenguaje lleno de urgencia y compromiso , entre otras cosas, la refundación de la sociedad sobre un hombre nuevo comprometido con los nuevos valores izquierdistas.
Fueron tiempos vertiginosos para los informadores .
El contexto histórico de los contenidos de Cuartel general . De la Junta de Defensa y Batalla de Madrid.
C
omo es sabido, de los resultados de las elecciones de febrero de 1936 no salió un gobierno plenamente frentepopulista . El PSOE, a pesar de ser el partido con más diputados (99), no quiso formar parte del gobierno. El líder obrerista del ala más radical, el prorrevolucionario Francisco Largo Caballero, se negó a ello dinamitando las aspiraciones del sector más moderado de Indalecio Prieto . Así las cosas, solo los partidos republicanos más propiamente burgueses -Izquierda Republicana y Unión Republicana- asumieron las carteras de gobierno.
El 18 de julio convirtió el verano de 1936 en un tiempo aciago, terrorífico y caótico. El Estado, aislado internacionalmente a causa de la funesta política de “no intervención” del Reino Unido y Francia, sufrió un progresivo y desastroso desmantelamiento .
A mediados del mes de octubre en Madrid se empezó a oír la artillería del ejército de África. Franco quería conquistar la capital haciendo converger sobre ella los ejércitos del sur y del norte, con el auxilio de las aviaciones alemana e italiana. A primeros de noviembre parte del gobierno veía insostenible la situación de Madrid. El 6 de noviembre de 1936, primer Consejo de Ministros del nuevo ejecutivo largocaballerista, se decidió el traslado a Valencia del Gobierno, dejando Madrid en manos de una Junta de Defensa presidida por el general José Miaja Menant.
La salida del Ejecutivo hacia Valencia fue percibida por los madrileños como una huida vergonzosa que abandonaba la capital a su suerte. El Gobierno buscó un general de probada fidelidad republicana como Miaja, quien, sin embargo, no auguraba nada sobresaliente hasta aquel momento .
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