© 2015, Penguin Random House Grupo Editorial, S. A. U.
Travessera de Gràcia, 47-49. 08021 Barcelona
Composición digital: M.I. maqueta, S.C.P.
Nota del traductor
La edición en castellano de este breve ensayo sobre El capital incluye, naturalmente, numerosas citas de la obra maestra de Karl Marx. Para no desorientar al lector que decida profundizar en ella, he optado por transcribir dichos pasajes a partir de las traducciones españolas de El capital previamente existentes. En el caso de los volúmenes I y II y del llamado «volumen IV» (Teorías sobre la plusvalía), me he servido de la edición traducida por Manuel Sacristán y editada por Crítica/Grijalbo: Karl Marx, El capital, libro primero, vol. 1, Grijalbo, Barcelona, 1976 (OME [Obras de Marx y Engels] 40); El capital, libro primero, vol. 2, Grijalbo, Barcelona, 1976 (OME 41); Karl Marx, El capital, libro segundo, Crítica, Barcelona, 1980 (OME 42), y Karl Marx, Teorías sobre la plusvalía. Primera parte: capítulos primero hasta séptimo y anexos, Crítica, Barcelona, 1977 (OME 45). En el caso del volumen III, he recurrido a la edición editada por Siglo XXI Editores: Karl Marx, El capital: crítica de la economía política; libro tercero: El proceso global de producción capitalista, traducción de Pedro Scaron, Siglo XXI, Madrid, 1975.
Aparte de las ediciones citadas, que el lector tal vez tenga dificultades para encontrar a causa de su relativa antigüedad, también cabe destacar otra más reciente y editada en formato de bolsillo: Karl Marx, El capital: crítica de la economía política, 8 vols., traducción de Vicente Romano García, Akal, Tres Cantos, Madrid, 2000.
Por último, si el lector está más interesado en una aproximación al conjunto de los escritos de Marx, una buena opción es Marx: Antología, en Jacobo Muñoz, ed., Editorial Península, Barcelona, 2002.
Introducción
La obra maestra desconocida
En febrero de 1867, poco antes de enviar el primer volumen de El capital a la imprenta, Karl Marx le insistió a Friedrich Engels para que leyera La obra maestra desconocida, de Honoré de Balzac. Según le dijo, la historia era en sí una pequeña obra maestra, «repleta de la más deliciosa ironía».
Desconocemos si Engels siguió el consejo de Marx. Si lo hizo, a buen seguro se percató de la ironía, pero también debió de sorprenderle que su viejo amigo hubiera disfrutado con la obra. La obra maestra desconocida narra la historia de Frenhofer, un gran pintor que dedica diez años de su vida a trabajar sin descanso en un retrato que revolucionará el arte al proporcionar «la más completa representación de la realidad».
Cuando Frenhofer permite finalmente que otros dos artistas, Poussin y Porbus, inspeccionen el lienzo una vez concluido, estos quedan horrorizados al ver un revoltijo de formas y colores, amontonados unos encima de los otros sin orden ni concierto. «¡Ah! —grita Frenhofer, malinterpretando la expresión de asombro de sus colegas—, ¡no esperabais encontraros con tanta perfección!» Pero luego acierta a oír que Poussin le dice a Porbus que Frenhofer descubrirá la realidad en un momento u otro; que ha pintado y vuelto a pintar tantas veces el cuadro que nada reconocible queda ya de él.
—Nada sobre mi tela —exclamó Frenhofer, mirando alternativamente a los dos pintores y su cuadro.
—¡Qué habéis hecho! —respondió Porbus a Poussin.
El anciano agarró con fuerza al joven del brazo y le dijo:
—¡No ves nada, payaso!, ¡granuja!, ¡bellaco!, ¡canalla! ¿Por qué has venido aquí? Amigo Porbus —continuó, volviéndose hacia el pintor—, ¿acaso también vos me estáis engañando? Responded. Soy vuestro amigo, decidme: ¿acaso he echado a perder mi cuadro?
Porbus, indeciso, no osó decir nada; pero la angustia pintada en el rostro del anciano era tan cruel que señaló la tela y dijo:
—¡Mirad!
Frenhofer contempló el cuadro durante unos instantes y se tambaleó.
—¡Nada! ¡Nada! ¡Y pensar que he trabajado diez años!
Se sentó en una silla y lloró desconsoladamente.
Tras expulsar a los dos hombres de su estudio, Frenhofer quema todas sus obras y se suicida.
Según el yerno de Marx, Paul Lafargue, el relato de Balzac «le causó una profunda impresión porque era en parte una descripción de lo que él mismo sentía». Durante infinidad de años, Karl Marx había trabajado arduamente en su obra maestra sin enseñársela a nadie, y en el transcurso de esa larga gestación, a quienes le pedían que les dejara ver la obra en curso solía responderles del mismo modo que Frenhofer: «¡No, no! Todavía tengo que darle unos retoques finales. Ayer por la tarde pensé que ya lo había concluido … Pero esta mañana, al verlo a la luz del día, me he dado cuenta de que estaba equivocado». En una fecha tan temprana como 1846, cuando el libro andaba ya con retraso, Marx le escribió a su editor alemán: «No puedo permitir que se publique sin haberlo revisado de nuevo, por lo que se refiere tanto al contenido como al estilo. No hace falta decir que un escritor que trabaja constantemente no puede, al cabo de seis meses, publicar palabra por palabra lo que escribió seis meses atrás». Doce años después, cuando el momento de concluir la obra parecía aún lejano, explicó que «la cuestión es proceder muy lentamente, porque, tan pronto como ha decidido uno finalmente la disposición de los temas a los que les ha dedicado años de estudio, estos empiezan a revelar nuevos aspectos y a requerir ser pensados con mayor profundidad». Marx, un perfeccionista obsesivo, estaba siempre buscando nuevos colores para su paleta: estudiaba matemáticas, leía acerca del movimiento de los cuerpos celestes o aprendía ruso para poder leer libros sobre el sistema agrario del país. O, por citar de nuevo a Frenhofer: «¡Ay de mí! Por un instante pensé que había concluido mi obra; pero está claro que he errado en algunos detalles, y no me voy a quedar tranquilo hasta haber disipado mis dudas. He decidido viajar y visitar Turquía, Grecia y Asia en busca de modelos, para comparar mi cuadro con naturalezas diversas».