EL CRIMEN DE LOS GALINDOS
Francisco Gil Chaparro
Reportaje sobre uno de los sucesos de la España negra más sobrecogedores y enigmáticos. La historia y la investigación periodística que publicó El Correo de Andalucía en 1995 con motivo de la prescripción delictiva del quíntuple crimen ocurrido veinte años antes en el cortijo de Los Galindos.
Con motivo de la prescripción judicial del crimen de Los Galindos , uno de los más importantes de la España negra y, al mismo tiempo, uno de los más seguidos por los medios de comunicación españoles, El Correo de Andalucía publicó en el año 1995 un amplio reportaje en el que a lo largo de doce capítulos se trató de reconstruir paso a paso todo lo que ocurrió un 22 de julio de 1975 en el cortijo Los Galindos de Paradas (Sevilla) y las distintas fases por las que la investigación judicial pasó a lo largo de veinte años. En julio de 1995, el crimen prescribió desde el punto de vista judicial, y a partir de ahí la acusación penal ya no podría ejercerse, por lo que de nuevo nos encontrábamos ante un crimen, en este caso quíntuple, sin autor.
Francisco Gil Chaparro, autor del reportaje, es licenciado en Ciencias de la lnformación por la Universidad Complutense de Madrid y en la actualidad es jefe de la sección de Sevilla de El Correo de Andalucía , periódico en el que ejerce su labor profesional desde el año 1982. Francisco Gil Chaparro es, además, profesor de las asignaturas de Prensa y Opinión Pública del Centro de Nuevas Profesiones (CENP) de Sevilla.
A todos los que me ayudaron, porque lo hicieron deforma desinteresada.
Y a mis compañeros.
ÁMBITOS PARA LA COMUNICACIÓN
Serie Testimonios Periodísticos
Grupo de Investigación en Estructura, Historia y Contenidos de la Comunicación
Universidad de Sevilla
1999
Diseño de portada: Lorenzo Marqués.
Francisco Gil Chaparro.
ISBN: 84-95197-07-3
D.L.: CO - 524 - 1999
Imprime: Gráficas Mvnda.

ÍNDICE:
PRELIMINAR:
El crimen de los Galindos: un reportaje.
LOS GALINDOS PRESCRIBE:
CAPÍTULO I: Cuádruple crimen en Paradas
CAPÍTULO II: Zapata aparece muerto
CAPÍTULO III: Sigue el misterio en torno a Los Galindos
CAPÍTULO IV: González es autor
CAPÍTULO V: La exhumación de los cadáveres
CAPÍTULO VI: Un tal "Juan" se confiesa autor de las muertes
CAPÍTULO VII: El informe Frontela
CAPÍTULO VIII: Los invitados
CAPÍTULO IX: "Tanta sangre y tanta muerte, para esto”
CAPÍTULO X: Robo, celos, drogas, legionarios
CAPÍTULO XI: Cinco asesinatos impunes
CAPÍTULO XII: De fraudes e influencias

Preliminar:
El crimen de Los Galindos, un reportaje
Al crimen de Los Galindos llegué tarde, como muchos de los que por edad permanecíamos inconscientes a las realidades; pero llegué, aunque fuera para la despedida… Porque cuando sucedió todo (22 de julio de 1975), cuando se desató el golpe asesino en esa tan cercana línea de Paradas, yo tenía 16 años de edad, y ni la más remota idea de que algunos años más adelante quería ser periodista. Ocurrió, sin embargo, que por cosas de la vida comencé pocos años más tarde a estudiar periodismo en esa España en la que aún despertaba la democracia y que un 23-F de 1981 quiso quebrarla sin conocer que ésta se asentaba ya sobre una aún fresca pero sólida base. Y en ello que comencé a hacer prácticas y a colaborar con aquel El Correo de Andalucía que dirigía Ramón Gómez Carrión y en el que yo me perdía entre veteranos de la profesión en los que en seguida comencé a fijarme: Pepe Guzmán, Pepín Fernández Rosa, José María Gómez, Salvador Petit, Ignacio García Ferreira, Juan Holgado... Y entre otros más jóvenes, o jovencísimos incluso, a los que veía allí arriba, en la altura ya de la profesión.
No creo haber tenido conciencia cierta de que en Paradas hubiera ocurrido uno de esos sucesos de los que se marcan con el intenso color de la España negra hasta que, creo que por Antonio Lorca, entonces redactor jefe de El Correo , se me encargara escribir un reportaje sobre Los Galindos con motivo seguramente de uno de los aniversarios del crimen. Es curioso, pero nunca los periódicos sevillanos se olvidaron cada 22 de julio de volver a recordar, e incluso en ocasiones a tratar de escarbar, en este impresionante y rocambolesco suceso, como si ningún otro crimen se hubiera cometido en la humanidad; como si cada año todos los medios de comunicación del mundo recordaran, con reportajes, entrevistas, artículos o cualquier otro género periodístico que viniera al uso, el suceso aquel en el que Caín cogió una costilla y mató a Abel. Formaba ya parte de la tradición escribir cada 22 de julio del Crimen de Los Galindos , y seguramente en un verano del comienzo de la década de los 80 me tocó esa vez a mi. Con la mala o buena suerte -eso nunca se sabrá- de que el caso en seguida me enganchó; como no podía ser menos en la cabeza de cualquier persona que se quisiera atrever a ser periodista. Y no es que sólo me enganchara, sino que incluso me absorbió.
Aún recuerdo esas interminables discusiones con Antonio Lorca, en la Redacción de El Correo , en las que cada uno por su cuenta iba aportando los últimos datos que había conocido del caso para tratar de ir encajando las piezas de un puzzle complicado y difícil. Quizás de ahí la pasión. Porque cuando uno de los dos creíamos haber dado con la pieza clave -siempre, por supuesto, desconociendo la totalidad de lo investigado oficialmente-, en seguida llegaba el otro y comenzaba a ponerles las suficientes pegas como para que el castillo de naipes se fuera de nuevo por los suelos. Pero la pasión seguía. Y siguió durante todos los julios de los siguientes años, en los que se sucedieron incluso la práctica de nuevas diligencias por parte del Juzgado y de los investigadores, hasta hilar tan fino que ya pareciera casi imposible que el asesino o los asesinos no pudieran ser descubiertos y juzgados antes de que, una vez transcurridos los veinte años que marca la Ley, la responsabilidad penal del autor o de los autores prescribiera y ya fuera imposible procesarlos y que pagaran su culpa.
Es en este contexto de unos años que se suceden de forma repetitiva cuando la memoria me detuvo y me dijo que ese mes de julio de 1995 hacia el que nos encaminábamos con igual rapidez, no podía conformarse con una despedida a la ligera, y que ese crimen al que cada 20 de julio le dedicábamos un recordatorio y las mismas preguntas sin contestar de siempre merecían, sin duda, algo más. Y en ello que me puse a pensar, hasta que un rápido esquema de lo que se podía hacer me puso en la alerta de que se podían suceder sin problemas una serie de capítulos sobre el crimen, con la única y absoluta intención de recordar a los que tuvieran curiosidad e interés por el caso este suceso histórico y, por supuesto, por llevar a las nuevas generaciones la memoria de lo contado hasta entonces a través de los periódicos. De esta forma, por tanto, fue como me presenté un día en el despacho de mi director, Manuel Gómez Cardeña, y le conté mi proyecto, con la esperanza, como así fue, de que me liberara el tiempo necesario de mis obligaciones en la Redacción del periódico y me dejara introducirme de nuevo en las páginas de la historia que se guardan en la hemeroteca y en volver a rescatar las voces y las opiniones de todos los personajes que se pudiera para hacerla, de camino, más fresca y actual, como todo buen reportaje debe procurar.