Agradecimientos
Los agradecimientos suelen ser esa parte de los libros que nadie se lee y que de manera casi natural se obvia para dar paso a la historia, el enigma o la trama del libro; soy consciente de ello, pero a pesar de todo, y dado que soy policía y no escritor, no puedo dejar pasar la oportunidad de ser agradecido con las personas que me han ayudado a que mi segundo, y posiblemente último, sueño literario se haya hecho realidad.
Como no podía ser de otra manera, quiero dar las gracias con mayúsculas a Jesús Duva, Eduardo Martín de Pozuelo, Jesús M. Zuloaga, Mavi Doñate, Pere Ríos, Jordi Bordas, Manuel Marlasca, Xiana Siccardi, Luis Rendueles, Antonio Baquero y Cruz Morcillo. Convencerlos me costó exactamente once minutos, un minuto por cada uno de ellos, el tiempo suficiente para exponerles el proyecto y oír a través del teléfono las palabras: «Sí, Rafa, sin duda, cuenta conmigo.» A alguno de ellos ni siquiera lo conocía, lo que ha hecho que mi autoestima haya aumentado considerablemente, porque una de dos, o son grandes personas —que lo son— o tengo un gran poder de convicción —cosa que dudo.
A don Alfredo Pérez Rubalcaba, vicepresidente primero del Gobierno y ministro del Interior, y no sólo por haber prologado este libro, sino por algo más importante: haberme transmitido cariño, e incluso me atrevería a decir cierta complicidad en algún encuentro casual en la inauguración de alguna comisaría o en diversos eventos, haciendo honor a su palabra y —como bien dice el gran Juan José Millás— conservando el alma.
A don Joan Rangel, delegado del gobierno en Cataluña, que, como en mi primera aventura literaria, ha sabido darme ánimos y rodearme de todo el cariño de la delegación.
A don Narciso Ortega, jefe superior de Policía de Cataluña, por haberme susurrado algunos secretos para que este libro fuera bien encaminado.
A todos los hombres y mujeres que conforman el Cuerpo Nacional de Policía, entre los cuales quiero incluir a los casi siempre olvidados administrativos y auxiliares de los Cuerpos Generales, y en especial a los comisarios don Francisco Rodríguez López, don Jesús Ojuel Lamata y don José Luis Sánchez Azor, fundamentalmente por hacer que en el día a día me sienta seguro en cada una de las decisiones que tomo y hacerme saber que los tengo a mi lado si algo no anda bien.
Hay una serie de amigos y amigas que han tenido un papel clave en que este libro exista justo como yo había soñado que existiera. El entramado que han tejido ha hecho que todas las piezas del puzle encajaran. No son otros que Gregorio Martínez, María Jesús Gallego, Juan José Esteban y Lourdes Camino. Sabéis que os estaré eternamente agradecido por haberme escuchado cuando nadie lo hacía. Gran parte de este modesto sueño se ha tejido en el servicio de prensa de la Dirección General de la Policía y la Guardia Civil en el ámbito del Cuerpo Nacional de Policía. Antonio Nevado, Enrique Sacristán, Carolina, Víctor, Estela, Miguel, Guadalupe y todos y cada uno de sus integrantes han sido mis amigos en el más amplio sentido de la palabra. Porque me dieron su palabra. Ni más, ni menos.
A don Ignacio Conde, presidente de la Fundación del Colegio de Huérfanos del Cuerpo Nacional de Policía, por llevar tantos años al frente del colegio que cuida de nuestros niños y emocionarse cuando le dije que once periodistas y yo habíamos decidido destinar todos los beneficios de este libro a la Fundación. No se me ocurre un fin mejor para ese dinero: ayudando a educar a los hijos de los policías que dejaron este mundo.
Pero hay otros amigos que no sólo me han ayudado en este proyecto, sino que lo hacen todos los días del año, compartiendo conmigo éxitos profesionales y malos momentos personales, apoyándonos mutuamente cuando cada uno de nosotros lo necesita. Maribel, Josep, José, Montse, Héctor, Gregorio Castillo, Carlos, Federico Cabrero, Mariví, Mamen, y tantos otros que al final este libro acabaría convirtiéndose en una oda al agradecimiento si continuara por este camino y los nombrara a todos.
Ya acabo. Sólo quisiera recordar, por último, a las personas que consiguen que a pesar de que vayan pasando los años yo siga teniendo sueños. Mercè, Marc y Mamá. Y por supuesto tú, siempre, Papá. Lográis que para mí lo importante no sea adónde voy, sino el viaje. Gracias.
R AFAEL J IMÉNEZ N ÚÑEZ ,
Inspector del Cuerpo Nacional de Policía
y jefe del Gabinete de Prensa
de la Policía Nacional en Cataluña
Introducción
Uno de los grandes del periodismo moderno, Ryszard Kapuciski, dijo en una ocasión algo verdaderamente hermoso: «Para ser un buen periodista hay que ser una buena persona.» Esta frase resulta extensible a todas las profesiones: también para ser un buen policía —me permitirá el maestro Kapuciski— hay que ser una buena persona. Con lo cual ya tenemos un aspecto en común entre los buenos periodistas y los buenos policías: que son grandes personas. Yo, hace unos tres años, no conocía a ningún periodista, me dedicaba a mi labor cotidiana como policía y consideraba que no tenía motivos para tener contactos con los «gacetilleros» de sucesos; mi nombramiento entonces como responsable de prensa del Cuerpo Nacional de Policía en Cataluña fue el causante de que mi agenda haya sido invadida materialmente por los nombres y los números de teléfono de multitud de periodistas a los que he ido conociendo a lo largo de estos años. En principio, a un policía no le debería asustar ni tan siquiera un delincuente, pero un periodista…, dejémoslo en que ante ellos como mínimo hay que estar muy atento a lo que dices o dejas de decir. O al menos eso es lo que yo pensaba, sobre la base de una de esas leyendas que circulan por este mundo nuestro que afirma que la profesión de periodista y, si me apuran, la de policía, para desgracia de ambos, no siempre están circunscritas a sus respectivas parcelas, sino que, por intereses creados, invaden otras que no les es menester.
«Los intereses de los medios de comunicación y los de la policía, desde el punto de vista informativo, no suelen ir de la mano. Me arriesgaría incluso a decir que son intereses contrapuestos, que no comparten el mismo objetivo, que se trata de una relación en la cual existe una clara dualidad, ya que en las lógicas de ambas instituciones se encuentran puntos de encuentro pero también de desencuentro. Es habitual que, como consecuencia de la evolución que han llevado a cabo los medios de comunicación en los últimos años, el quehacer diario de los periodistas esté sujeto a parámetros como la búsqueda permanente de la espectacularidad en un espacio que considero que se encuentra sobreexplotado y con excesiva presión mediática. No obstante, considero que el deseo por parte de los medios de comunicación de conseguir de las instituciones cierta claridad y que el acontecimiento marque la pauta es perfectamente comprensible y casi diría que de una lógica aplastante. Lo que ocurre es que esa lógica no siempre es compartida por la policía, ya que es fundamentalmente en este punto donde la prensa y la policía se distancian: para que una investigación sea eficaz, la policía necesita que sus acciones cuenten con una máxima discreción y, por tanto, no se les dé publicidad; la policía precisa, digámoslo así, un “piano, piano”. “Ahora no, mañana quizá”», como bien indica la profesora e investigadora Roxana Martel.