RAMÓN GENER
Beethoven.. Un músico sobre un mar de nubes
Sinopsis
Ludwig van Beethoven es uno de los compositores más grandes de la historia de la música. Pero ¿qué hay detrás del artista? Este libro, escrito por Ramón Gener, es una biografía -y un homenaje- para redescubrir a Beethoven en todas sus facetas. A través de estas maravillosas páginas ilustradas por Fernando Vicente, descubriremos al genio y a la persona que habitaron en Ludwig van Beethoven.
Autor: Gener, Ramón
ISBN: 9788417247829
Generado con: QualityEbook v0.87
Generado el 02/10/2020
Beethoven. Un músico sobre un mar de nubes
Para Ludwig, por supuesto.
Ramón Gener
¡Para Óscar y Víctor, de gustos musicales tan opuestos...!
Fernando Vicente
PRÓLOGO
CAPÍTULO 1. VIRTUOSO
CAPÍTULO 2. MUNDO NUEVO
CAPÍTULO 3. GENIO CREADOR
CAPÍTULO 4. SORDO
CAPÍTULO 5. HÉROE
CAPÍTULO 6. AMADA INMORTAL
CAPÍTULO 7. CUATRO NOTAS
CAPÍTULO 0. LEONORE O FIDELIO
CAPÍTULO 9. LIBERTAD EN RE
CAPÍTULO 10. EL PRINCIPIO DE TODO
Cada vez que estoy frente a la tumba de Beethoven en el Cementerio Central de Viena me hago las mismas preguntas: ¿qué me ha llevado hasta allí?, ¿por qué vuelvo siempre?, ¿por qué su tumba me parece cada vez más nueva?, ¿por qué no puedo detener el tiempo y quedarme allí para siempre?
Preguntas que por mucho que me esfuerce, por mucho que estudie; su música o por mucho que lea sobre él, nunca consigo contestar de una manera racional. Por eso, al final, lo único que se me ocurre para encontrar algún tipo de respuesta es releer la oración fúnebre que Franz Grillparzer, poeta y amigo de Beethoven, escribió para el día de su funeral.
Aquel jueves de final de marzo de 1827, las escuelas cerraron y más de 20.000 personas salieron a las calles de Viena para despedir a Beethoven. A las tres de la tarde, la multitud se agolpaba frente a su casa y el ejército tuvo que poner orden para que el ataúd pudiera salir. El paño mortuorio cubría el féretro sobre el que descansaban unos evangelios, una cruz y una corona de flores. Treinta y seis porteadores de antorchas, entre ellos Czerny, Pacini, Schubert, Schuppanzigh y Grillparzer, caminaban junto a un magnifico carruaje tirado por cuatro caballos que había sido encargado por la rectoría de la catedral de San Esteban. Al llegar a la Alser Straße, una banda ejecutó la marcha fúnebre de la Sonata número 12 en La bemol Mayor. La iglesia de los Franciscanos Menores Conventuales estaba tan llena que los familiares y los amigos del maestro a duras penas consiguieron entrar. Se celebró el servicio religioso y un coro cantó el miserere sobre uno de los Equale de Beethoven para cuatro trombones. Tras terminar la ceremonia, el ataúd fue instalado de nuevo en el coche fúnebre y la procesión avanzó lenta entre el gentío hasta llegar a la localidad de Währing, hoy un barrio de Viena. En la iglesia parroquial del pueblo la comitiva se detuvo de nuevo. Se bendijo el féretro y se cantó otro miserere. Bajo el sonido de las campanas, el cortejo fúnebre llegó a los campos del cementerio parroquial. Los porteadores dejaron su carga y, antes de consagrar la tumba y enterrar el ataúd, el actor Heinrich Anschütz leyó la oración fúnebre de Franz Grillparzer.
Una larga necrológica que habla de Beethoven como el artista total, como el héroe alemán, como el heredero de la fama inmortal de Bach, Händel, Haydn y Mozart, y que termina:
Fue un artista, pero también fue un hombre. Un hombre en el más alto sentido de la palabra. Porque se apartó del mundo lo llamaron misántropo y porque se mantuvo indiferente al sentimentalismo lo llamaron insensible. [...] Huyó del mundo porque no encontró armas en su amante naturaleza con las que defenderse de él. Se alejó de la compañía de los hombres después de darlo todo sin recibir nada a cambio. Permaneció solo porque no encontró su otro yo. Pero, hasta el momento de su muerte, su corazón palpitó con calidez por la humanidad, por su pueblo y por el mundo entero.
Así existió, así murió y así vivirá para siempre.
Por eso, vosotros que habéis seguido este cortejo fúnebre hasta aquí, contened vuestro dolor, porque no lo habéis perdido, lo habéis ganado, los hombres vivos no pueden cruzar los umbrales de la inmortalidad. El cuerpo debe morir antes que esos portales se abran. Él, cuya muerte lamentáis, se encuentra desde hoy y para siempre entre los hombres más grandes de todos los tiempos, invulnerable por toda la eternidad. Volved pues a casa apenados, pero serenos. Y cuando, en tiempos venideros, el poder abrumador de su obra caiga sobre vosotros como una impetuosa tormenta, cuando el éxtasis se desborde entre las generaciones todavía por nacer, entonces recordad esta hora y pensad: nosotros estuvimos allí cuando lo enterraron y cuando murió le lloramos.
Las emotivas palabras de Grillparzer y la multitud de vieneses que despidieron a Beethoven atestiguan que su fama ya era enorme en el momento de su muerte.
Hoy, en pleno siglo XXI, su fama es eterna y universal.
Frente a su tumba, rezo y asumo por qué estoy allí al reconocerme en las generaciones venideras todavía por nacer de las que habla Grillparzer. Frente a su tumba, lloro de alegría y comprendo por qué estoy allí, consciente de que el genio de Beethoven empapa a toda la humanidad como una impetuosa tormenta. Frente a su tumba, me desborda el éxtasis y entiendo por qué estoy allí, en la certeza de que el poder abrumador de su obra es hoy más actual y más necesario que nunca.
1
Tenía dieciséis años cuando lo llevaron frente a Mozart y éste le pidió que tocara algo para él. Beethoven interpretó la pieza que se había preparado para lucirse. Tocó de maravilla, pero los elogios de Mozart fueron más bien tibios. No era la primera persona que intentaba impresionarlo con su virtuosismo: estaba más que acostumbrado a aquel tipo de exhibiciones. Pero Beethoven no se arrugó y reaccionó con rapidez. Necesitaba mostrar su talento. No podía irse de allí sin la bendición del genio que tanto veneraba. Por eso, le pidió una nueva oportunidad y le rogó que le proporcionara un tema sobre el cual pudiera improvisar. Mozart se lo dio y entonces Beethoven empezó con unas variaciones tan inspiradas, tan difíciles y tan hermosas, que la atención de Mozart aumentaba a medida que una nueva improvisación, más difícil y más bonita que la anterior, se sumaba a la colección. Mientras Beethoven seguía con su demostración, Mozart, se levantó sin hacer ruido, se acercó a unos amigos que estaban en una sala contigua y les dijo: «Fijaos en ese chico, algún día el mundo hablará de él».
La bendición del genio de Salzburgo fue el mejor regalo que aquel adolescente hubiera podido soñar. Se sintió el tipo más feliz del mundo, pero al regresar a Bonn, su ciudad natal, después de aquéllos pocos días en Viena, la felicidad se tornó en tristeza: su madre había muerto.