Sobre el estilo tardío
Música y literatura a contracorriente
EDWARD W. SAID
Traducción de
Roberto Falcó Miramontes
Prólogo
Edward estaba enfrascado en el proceso de escritura de este libro cuando falleció la mañana del jueves 25 de septiembre de 2003.
A finales de agosto viajamos a Europa: primero estuvimos en Sevilla, donde Edward participó en un taller de la orquesta West Eastern Divan, y luego nos fuimos a Portugal a visitar a unos amigos, cuando cayó enfermo. Al cabo de unos días regresamos a Nueva York, y después de pasar tres semanas con fiebre alta empezó a reponerse. El viernes por la mañana se sentía lo bastante bien para regresar al trabajo, tres días antes de que la enfermedad lo asaltara por última vez. Esa mañana, mientras desayunábamos, me dijo: «Hoy escribiré los agradecimientos y el prefacio de Humanismo y crítica democrática —el último libro que llegó a finalizar y que estaba a punto de ser publicado—. El domingo acabaré la introducción de From Oslo to Iraq and the Road Map. Y a partir de la semana que viene me centraré en Sobre el estilo tardío, que acabaré en diciembre». Nada de esto llegó a suceder. Sin embargo, Edward nos dejó una cantidad ingente de material sobre este libro, lo que nos permitió finalizarlo y crear una versión póstuma de lo que él tenía en mente.
A tenor de lo que recuerdo, Edward incorporó este concepto —las «obras tardías» y el «estilo tardío» de escritores, músicos y otros artistas, «Adorno y lo tardío»— a sus temas de conversación en algún momento hacia el final de la década de 1980, época en que empezó a mostrar interés por él y se sumió de pleno en su lectura. Trató el concepto con muchos amigos y colegas y empezó a incluir ejemplos de obras tardías en varios de sus artículos sobre música y literatura. Incluso escribió ensayos específicos sobre las obras tardías de algunos escritores y compositores. También dio una serie de conferencias sobre el «estilo tardío», primero en Columbia y luego en otras universidades, y a principios de la década de 1990 impartió un curso sobre el tema. Al final decidió escribir un libro y ya tenía el contrato entre manos.
Este libro no habría sido posible sin la ayuda de varias personas y amigos entregados. Mi familia y yo estamos muy en deuda con todos ellos por su contribución a este esfuerzo.
En primer lugar, nos gustaría dar las gracias de forma muy especial a Sandra Fahy, la ayudante de Edward, cuya entrega y dedicación fueron vitales para recabar el material que ha permitido la publicación de este libro. También estamos agradecidos a Andrew Rubin, alumno y antiguo ayudante de Edward, que hizo gala de unos grandes recursos y nos dirigió a varias fuentes de información muy valiosas. Y a Stathis Gourgouris, que trató largo y tendido el tema del estilo tardío con Edward, por su valioso tiempo y su buena disposición para compartir sus ideas. A Shelley Wanger, editora de Edward, cuya paciencia y perseverancia siempre valoraremos; a Sarah Chalfant y a Jin Auh, de la agencia Wylie; y a Akeel Bilgrami, amigo y colega de Edward, que impartió varios seminarios con él y leyó el manuscrito. A todos ellos, nuestro más sincero agradecimiento. También me gustaría dar las gracias a los muchos amigos y antiguos alumnos con los que nos pusimos en contacto; fueron todos muy generosos con su tiempo e información. Y en último lugar, aunque no por ello menos importante, este libro no habría visto la luz de no ser por la ayuda de dos queridos amigos, a los que mi familia y yo estamos muy agradecidos y con los que siempre estaremos en deuda por su cariño, generosidad y conocimientos. La persona cuya sabiduría, consejo y meticulosa lectura del material nos dio luz verde para publicar esta obra fue «el crítico literario más excelso de Estados Unidos», tal y como Edward describía siempre a su amigo Richard Poirier, que supervisó este manuscrito de principio a fin. La otra persona que trabajó y corrigió este manuscrito con lupa y dedicación es nuestro íntimo amigo Michael Wood, que ha realizado una magnífica tarea no solo en lo que respecta a la corrección y organización del material, sino también a la hora de hilvanarlo sin que se perdiera la voz de Edward.
MARIAM C. SAID
Nueva York, abril de 2005
Introducción
«La muerte no nos ha exigido que le reservemos día», escribe Samuel Beckett con una ironía macabra e intrincada, como quien da a entender que la muerte no pide cita y que bien podemos morir cuando estamos enfrascados en algún quehacer. Sin embargo, en ocasiones la muerte nos ronda desde cierta distancia y podemos ser muy conscientes de su espera. La naturaleza del tiempo se altera entonces, como un cambio de luz, porque el presente se ve acechado por otras épocas: el pasado revivido o que tiende al olvido, el futuro inmensurable, el tiempo inimaginable más allá del tiempo. Inmersos en tales circunstancias alcanzamos las condiciones que recrean el sentido especial de lo tardío, que constituye el tema de este libro.
Conviene detenerse a analizar los diversos matices de la palabra «tarde» y sus derivados, que pueden hacer referencia desde las citas a las que no acudimos a una parte del día, o a una lengua que se encuentra en la última fase de su existencia. No obstante, en la mayoría de las ocasiones «tarde» solo significa «demasiado tarde», más tarde de lo que se había pactado, impuntualidad. Sin embargo, los frutos tardíos o el otoño tardío son del todo puntuales, no se rigen por otro reloj o calendario. Lo tardío no hace referencia a una única relación con el tiempo, pero siempre deja una estela de tiempo a su paso. Es una forma de recordar el tiempo, ya sea pasado, vivido o perdido.
«Conversión del tiempo en espacio», escribió Edward Said en una de sus notas para un famoso curso que dio en Columbia, «Obras tardías/Estilo tardío». «Apertura de secuencia cronológica que se adentra en el paisaje para poder ver, experimentar, captar y trabajar con el tiempo. […] Adorno: paisaje fracturado como objetivo» (las cursivas son de Said). La nota prosigue y menciona varios fragmentos de Proust y tres poemas de Hopkins. Todos los pasajes de Proust están tomados del final de En busca del tiempo perdido, cuando el narrador se siente al mismo tiempo hechizado por su reciente incursión en la recuperabilidad del pasado y angustiado ante los pocos años o meses que probablemente le quedan. Ve a las personas como una encrucijada, el tiempo como un cuerpo, «los personajes como duración», tal y como dice la nota de Said. Con Hopkins, Said piensa en los paisajes crepusculares que tanto gustan al poeta, en el «invernal mundo» que «te pide excusas en mi triste nostalgia, entre suspiros», y, por encima de todo, quizá, en una imagen aterradora de sueño y muerte como nuestra única escapatoria de las súbitas caídas y del feroz tiempo de la mente:
Oh la mente, la mente tiene montañas; riscos de precipicio
horribles, escarpados, insondables al hombre. Débilmente agarrado,
nadie puede quedar colgado allí. Ni nuestra breve vida
logra el subir o bajar. ¡Ea!, intenta trepar, desdichado,
y abajo el torbellino te sirva de consuelo:
toda vida termina con la muerte, y cada día muere con el sueño.
Estos son ejemplos de (cito de la descripción del curso para «Obras tardías/Estilo tardío») «artistas… cuya obra expresa lo tardío mediante las peculiaridades de su estilo» y, a todas luces, esas «peculiaridades» trascienden la conversión del tiempo en espacio. El «paisaje fracturado» de Adorno no es más que una de las formas en las que las obras tardías se enfrentan al tiempo y logran representar la muerte, tal y como él dice, «de un modo refractado, como alegoría». Este ángulo de refracción también es importante para Said. El «estilo tardío» —el término es de Adorno— no puede ser un resultado directo del envejecimiento o la muerte porque el estilo no es una criatura mortal, y las obras de arte no tienen una vida orgánica que perder. Pero, aun así, la proximidad de la muerte del artista se abre camino en las obras, y de modos muy distintos; las formas privilegiadas, como escribió Said, son el «anacronismo y la anomalía». Tenía un canon de tales artistas, incluidos los ya citados, y casi todos aparecen de algún modo en este libro: el propio Adorno, Thomas Mann, Richard Strauss, Jean Genet, Giuseppe Tomasi di Lampedusa, K. P. Kavafis. Hay más artistas que aparecen en otros artículos que Said publicó hacia el final de su vida: Eurípides, Britten, incluso —en una ópera, como mínimo— Mozart, donde una súbita expresión de lo tardío, a diferencia de la madurez, da lugar a, como leemos en este libro, «una expresividad especial e irónica que va mucho más allá de las palabras y la situación».
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