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Ramon Gener - Si Beethoven pudiera escucharme

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Ramon Gener Si Beethoven pudiera escucharme
  • Libro:
    Si Beethoven pudiera escucharme
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    2014
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Si Beethoven pudiera escucharme: resumen, descripción y anotación

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El valor de la amistad, la necesidad de la imaginación, aprender a escuchar, la importancia de la pasión,… Estas son algunas de las cosas que la música le ha enseñado a Ramón Gener a lo largo de la vida y que comparte con todos nosotros en un libro. Música, historia, anécdotas personales, conocimiento,… todo escrito con su inconfundible y apasionado estilo.

Ramon Gener Si Beethoven pudiera escucharme ePub r10 Titivillus 310816 - photo 2

Ramon Gener

Si Beethoven pudiera escucharme

ePub r1.0

Titivillus 31.08.16

Título original: Si Beethoven pogués escoltar-me

Ramon Gener, 2014

Traducción: Alfonso Barguñó Viana

Diseño de cubierta: Nuria Zaragoza

Editor digital: Titivillus

ePub base r1.2

A Ramon y Maria Teresa PRÓLOGO Ahora que ya me encuentro en la segunda parte de - photo 3

A Ramon y Maria Teresa

PRÓLOGO

Ahora que ya me encuentro en la segunda parte de mi vida, me doy cuenta de que la música siempre me ha acompañado. Siempre ha estado a mi lado. Incluso en aquellas situaciones que son manifiestamente no musicales, mi cerebro siempre encuentra una música adecuada para explicar la situación. En algunos momentos de mi vida, cuando equivocadamente intenté dejar la música de lado, esta se hacía presente de forma constante y obsesiva, sin que pudiera hacer nada. Por lo tanto, siguiendo el consejo de Oscar Wilde que dice que la mejor manera de vencer a la tentación es sucumbir a ella, lo hice. Sucumbí ante la música. Y es que mi cabeza siempre piensa en y con música. Siempre.

Naturalmente, en la vida hay muchas más cosas que la música y, de hecho, he disfrutado y disfruto haciendo otras cosas que también me llenan. Pero la música, lo quiera o no, como si no pudiera hacer nada para evitarlo, siempre va conmigo.

Por este motivo, he pensado que explicar cómo es mi relación con esta música que siempre me acompaña y que me ha ido moldeando como persona durante todos estos años tal vez mereciera una reflexión por escrito. Aunque no estoy muy seguro de que pueda interesarle a alguien, he decidido llevarlo a cabo.

De pequeño no me gustaba leer. No me gustaba nada. Pero cuando con dieciocho años hice clic (ya explicaré esto en profundidad), empecé a devorar partituras y libros de todo tipo, especialmente de temas musicales. Le encontré el gusto a analizar minuciosamente las biografías de las personalidades que iba descubriendo y que empezaban a inspirarme. Al leerlas, me di cuenta de la doble dimensión de cualquier artista: la privada y la pública. También descubrí que ambas siempre están relacionadas. Descubrí que son inseparables y que, en muchos casos, se mezclan. Me encantaba saberlo todo sobre mis referentes. No obstante, el paso del tiempo me ha hecho ver las cosas de otra manera. Creo que el ámbito privado de las personas debe permanecer siempre privado y que debe separarse de la vida pública. Por eso en este libro que, sin duda, tiene un ápice autobiográfico, mantengo este hilo únicamente para dar sentido a mis experiencias musicales, artísticas o televisivas que, por otro lado, creo que son las que pueden tener algún tipo de interés.

No tengo ningún mensaje transcendental que dar, ni tengo la intención de aleccionar a nadie. Tampoco sabría cómo hacerlo. Solo tengo el placer y la ilusión de explicar y compartir con todas las personas que pueda todo aquello que la música me ha enseñado.

OBERTURA

Dormono entrambi,

Non vedran la mano

Che li percuote.

Norma (Acto II – escena I)

VINCENZO BELLINI, FELICE ROMANI

Nueve y media de la noche del jueves 25 de enero de 1973 en el Gran Teatro del Liceo. Norma, de Vincenzo Bellini, con la Caballé y la Berini. Un reparto de lujo para una de las óperas más queridas del repertorio. Una de las noches más gloriosas de la historia del Liceo. Fue mi primera vez.

En casa había una gran alegría y excitación porque habíamos conseguido un palco para ir a ver uno de los acontecimientos operísticos más importantes de las últimas temporadas del Liceo. Yo aún no lo sabía —bueno, de hecho no sabía nada—, pero al parecer lo de ir a un estreno del Liceo no era nada habitual, al menos en mi casa. Pero el caso es que teníamos un palco para ir a ver a la Caballé y a la Berini cantando la Norma de Bellini. Todo un acontecimiento. En casa, todos estábamos muy emocionados y corríamos de un lado para otro. Nos vestimos de domingo y mis padres, después de atarme los cordones de los zapatos, me peinaron el cabello con colonia.

El teatro me pareció inmenso. Gigante. Estaba abarrotado. Sentados en nuestros asientos de un palco lateral del anfiteatro, se apagaron las luces y el maestro Gianfranco Masini, un experto en el repertorio belcantista, apareció en el foso y comenzó la ópera.

Los fuertes acordes de la obertura en allegro maestoso e deciso sonaron y… no me gustaron. Miré a derecha e izquierda y tanto mis hermanas como mis padres parecían muy concentrados y entusiasmados. Lo intenté de nuevo, pero volví a fracasar. Recuerdo perfectamente que todo en conjunto me resultó pesado y aburrido. Muy aburrido. Empecé a bostezar una y otra vez y, después de cinco minutos, salí al antepalco y me estiré sobre el típico sofá que había en los antepalcos del antiguo Liceo y, sí, me dormí. Cuando me despertaron, la función ya se había acabado. Me había perdido la famosísima Norma de la Caballé y la Berini. Una noche histórica y yo, a pesar de estar ahí, me la perdí. Sencillamente, me dormí. Solo tenía seis años.

IMAGINACIÓN

You, you may say

I’m a dreamer, but I’m not the only one

I hope some day you’ll join us

And the world will be as one.

Imagine

JOHN LENNON

«Mi imaginación no puede imaginar una felicidad mayor que vivir del arte», decía Clara Schumann. La mía tampoco. Por eso me gusta tanto impartir cursos o dar conferencias. Me gusta contagiar a la gente la idea de que imaginar es el paso definitivo para renovarse cada día y para poder entender a Beethoven, Monet, Wagner, Kandinsky, Verdi, Rousseau, Munch, Goethe, Brahms… Hay muchas formas de ganarse la vida en el mundo del arte, pero para mí la más maravillosa de todas es compartiendo, enseñando y, sobre todo, aprendiendo. Enseñar cualquier tipo de actividad artística implica, de alguna forma, querer ser un artista. Sin pasión no se pueden compartir los conocimientos y sin pasión nunca puede haber imaginación.

Todos los artistas, todos los grandes músicos, son pozos insondables de imaginación. Naturalmente, cada uno tiene sus referentes. Los míos son Mozart y Rossini. Dos genios. Dos hombres muy cercanos que, desde mi punto de vista, son imaginación en estado puro. Mozart era un espíritu universal. Un hombre que trascendió el clasicismo gracias a su imaginación. ¿Cuánta imaginación se necesita para escribir más de seiscientas veinte obras, todas maravillosas y para todos (todos) los instrumentos imaginables en un periodo de treinta años? ¿Cuánta imaginación se necesita para ser capaz de hablar al revés e inventar los juegos de palabras más inverosímiles? Discurrir sobre Mozart y sobre su imaginación sería una tarea infinita, pero hay una anécdota que, aunque tal vez no sea cierta del todo, ilustra muy bien su inmensa capacidad imaginativa. Parece ser que Joseph Haydn y Mozart, que eran buenos amigos, se habían reunido con otros conocidos para comer en Viena. Durante la comida, los presentes elogiaron la gran capacidad interpretativa tocando el piano de los dos compositores. Entonces, Mozart propuso espontáneamente un divertimiento: «Ahora veréis: voy a escribir aquí mismo una pieza que ni siquiera el gran Haydn podrá tocar.» Haydn aceptó el reto y se jugó una caja de botellas de vino espumoso. Mozart cogió papel y lápiz, y, en pocos minutos, escribió la pieza. Haydn se sentó al piano y empezó a tocar, aparentemente sin problemas. Pero, de repente, se detuvo y dijo: «Esto no se puede tocar: tengo la mano derecha en un extremo del teclado y la mano izquierda en el otro, y aquí en medio hay una nota que se debería tocar al mismo tiempo. Esto es imposible.» Entonces Mozart exclamó con tono victorioso: «¡He ganado! La pieza se puede tocar perfectamente.» Se sentó al piano, empezó a tocar y cuando llegó al punto donde Haydn había sido incapaz de seguir, Mozart tocó la nota del medio con la punta de la nariz.

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