Coberta
Biografía
Sinopsis
Portadilla
P ANKAJ M ISHRA
La edad de la ira
Una historia del presente
Traducción de
Eva Rodríguez Halffter
y Gabriel Vázquez Rodríguez
Créditos
Título de la edición original: Age of Anger. A History of the Present
Traducción del inglés: Eva Rodríguez Halffter y Gabriel Vázquez Rodríguez
Publicado por:
Galaxia Gutenberg, S.L.
Av. Diagonal, , .º .ª
08037 -Barcelona
www.galaxiagutenberg.com
Edición en formato digital: marzo 2017
© Pankaj Mishra, 2017
© de la traducción: Eva Rodríguez Halffter y Gabriel Vázquez Rodríguez, 2017
© Galaxia Gutenberg, S.L., 2017
Imagen de portada: © Estudio Pep Carrió, 2017
Conversión a formato digital: Fotoletra, S.A.
ISBN Galaxia Gutenberg: 978-84-16734-73-3
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Dedicatoria
Para mis hermanas Ritu y Poonam, y para sus hijos,
Aniruddh, Siddhartha y Sudhanshu
Prefacio
Empecé a pensar sobre este libro en 2014 después de que el electorado de la India, incluidos mis propios amigos y parientes, llevara al poder a los nacionalistas hindúes, y el Estado islámico se convirtiera en foco de atracción para jóvenes de ambos sexos de las democracias occidentales. Terminé de escribirlo la misma semana de 2016 en que Gran Bretaña votó a favor de salir de la Unión Europea. Fue a imprenta la semana en que Donald Trump fue elegido presidente de Estados Unidos. Cada uno de estos seísmos reveló líneas de fallas que a mi parecer apenas habían sido percibidas a lo largo de los años, y que discurrían tanto por las vidas interiores como por las naciones, las comunidades y las familias. Las páginas que siguen son un intento de recapacitar sobre estas experiencias desconcertantes, y a menudo dolorosas, reexaminando el dividido mundo actual, esta vez desde la perspectiva de los que llegaron a él tardíamente y sintieron, como mucha gente siente ahora, que se habían quedado, o habían sido empujados, a la cola.
. Prólogo: coyunturas olvidadas
Por todas partes, la gente espera a un mesías, y el aire está
cargado de las promesas de profetas grandes o menores... todos
compartimos la misma suerte: llevamos dentro más amor, y
sobre todo más anhelo, de lo que la sociedad actual puede
colmar. Todos hemos madurado para algo, y no hay nadie que
recoja el fruto...
K ARL M ANNHEIM ( 1922 )
En septiembre de 1919 , el más grande poeta italiano de la época, Gabriele D’Annunzio, acompañado de dos mil amotinados italianos, ocupó la ciudad adriática de Fiume. Este escritor y héroe de guerra, uno de los europeos más famosos de su tiempo, deseaba desde hacía tiempo capturar todos los territorios que en su opinión habían formado siempre parte de la «Madre Italia». En 1911 había apoyado con vehemencia la invasión italiana de Libia, una expedición cuya ferocidad contribuyó a radicalizar a muchas personas en todo el mundo islámico. En medio del caos final de la Primera Guerra Mundial, y con la caída del anterior mandatario de esta región, se le presentó a D’Annunzio la ocasión para alcanzar la gloria militar.
Investido como «Duce» del «Estado Libre de Fiume», D’Annunzio creó una política de retórica y gestos extravagantes: política al estilo grandilocuente. Él inventó el que sería después el saludo nazi, y encargó un uniforme negro con la calavera pirata cruzada por huesos, entre otras cosas; hablaba obsesivamente de martirio, sacrificio y muerte. Benito Mussolini y Adolf Hitler, por entonces hombres desconocidos, fueron ávidos estudiosos de los discursos pseudorreligiosos que aquel hombre de cabeza rapada pronunciaba a diario desde su balcón ante sus «legionarios» de camisas negras (antes de retirarse con la pareja sexual de turno).
Voluntarios entusiastas –adolescentes desbordantes de testosterona así como socialistas pedantes– llegaron desde lugares tan distantes como Irlanda, la India y Egipto para unirse al carnaval de erotismo militarista de Fiume. Para ellos, la vida, huérfana de sus viejas reglas, parecía estar comenzando otra vez: una existencia más pura, más hermosa y más honesta.
Al pasar los meses e intensificarse su apetito sexual y su megalomanía, D’Annunzio empezó a verse como líder de una insurrección internacional de todos los pueblos oprimidos. En la práctica, este hombre de corta estatura y humilde origen provinciano, un advenedizo que pretendía hacerse pasar por aristócrata, fue simplemente un profeta oportunista para los inadaptados de Europa: aquellos que se veían como enteramente prescindibles en una sociedad donde el crecimiento económico enriquecía sólo a una minoría, y la democracia parecía un juego trucado por los poderosos.
Desde la Revolución francesa, jóvenes frustrados habían definido modos totalmente nuevos de hacer política, desde el nacionalismo al terrorismo. En la propia Francia, hacía ya tiempo que muchos se sentían ultrajados por el horrendo contraste entre la gloria de la revolución y la era napoleónica, y las mezquinas componendas que siguieron entre el liberalismo económico y el conservadurismo político. Alexis de Tocqueville había pedido repetidamente una gran aventura: el «dominio y sometimiento» del pueblo argelino y la creación de un imperio francés en el norte de África. Al acabar el siglo, un agresivo demagogo, el general Georges Boulanger, alcanzó gran popularidad entre las masas hastiadas de escándalos morales, reveses económicos y derrotas militares, y estuvo muy cerca de alcanzar el poder.
En la década de 1890 , a medida que la primera fase de la globalización económica se aceleraba, los políticos xenófobos exigían proteccionismo en Francia y ponían en su punto de mira a los trabajadores extranjeros –franceses enfurecidos masacraron a docenas de trabajadores inmigrantes italianos en 1893 –. En Estados Unidos, los supremacistas blancos ya habían estigmatizado a los trabajadores chinos con leyes y retórica explícitamente racistas; con éstas se pretendía, junto con las políticas segregacionistas contra los afroamericanos, restaurar la dignidad de un número creciente de «esclavos salariales» blancos. En Austria-Hungría, los demagogos, que convirtieron a los judíos en chivos expiatorios por el sufrimiento masivo infligido por las fuerzas anónimas del capitalismo global, pretendían que se copiara la legislación contra los inmigrantes introducida en Estados Unidos. La lucha occidental por Asia y África a finales del siglo XIX reveló que la terapia política ofrecida por Cecil Rhodes –«si no queréis la guerra civil tenéis que convertiros en imperialistas»– se había vuelto cada vez más seductora, sobre todo en Alemania, que, a pesar de su exitosa industrialización y riqueza, había provocado la furia de muchos agitadores y protoimperialistas. En los albores del siglo XX , mientras el mundo experimentaba las primeras grandes crisis del capitalismo global y la mayor migración internacional de la historia, los anarquistas y los nihilistas, que buscaban liberar la voluntad individual de viejos y nuevos grilletes, desataron su violencia terrorista. Asesinaron a numerosos jefes de Estado, incluyendo a un presidente estadounidense (William McKinley), además de a innumerables civiles en espacios públicos abarrotados.
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