Este libro pertenece a los supervivientes.
P RÓLOGO A LA NUEVA EDICIÓN
Su diario —escrito entre 1942 y 1944 en el escondite de Ámsterdam— es el documento literario más leído sobre los crímenes de los nacionalsocialistas y ha convertido a su autora en una de las figuras más famosas del siglo XX : Ana Frank tenía cuatro años cuando tuvo que abandonar Alemania, su patria, trece cuando se vio obligada a ocultarse de los nazis, y aún no había cumplido los dieciséis cuando pereció en el campo de concentración —una víctima más entre los seis millones de inocentes asesinados por el abstruso delirio racista de Hitler.
En el más de medio siglo transcurrido desde su muerte, Ana Frank se ha convertido en embajadora de los discriminados de un mundo violento y falto de libertad, en un símbolo de humanidad, de tolerancia, de los derechos humanos y de la democracia, en la quintaesencia del optimismo y de la voluntad de vivir. Ha devenido en figura de referencia, incluso en heroína, para millones de jóvenes en busca de su identidad. Se la considera la «víctima más conocida de Hitler», y su diario ha sido como un mensaje universal de valentía y de esperanza y muchas veces, incluso, un documento del Holocausto. Sus pensamientos, como suele suceder con los que se citan reiteradamente, han llegado a convertirse en frases hechas, a menudo sacadas de contexto y estereotipadas. Si el judaísmo lo permitiera, posiblemente hace mucho que se habría abogado por su beatificación.
Leí por primera vez el diario de Ana Frank a los trece años y me identifiqué en el acto con su certera lucha de adolescente por conformar su personalidad. Muchas de las cosas que describía respondían punto por punto a mis propios pensamientos. Los resentimientos que albergaba contra su madre no me eran ajenos. Otro de los aspectos que me impresionaron y me sobrecogieron profundamente fue que hubiera escrito su diario mientras era perseguida por un régimen de terror y que perdiera la vida unos ocho meses después de su última anotación. Mis preguntas por el «porqué» seguramente planteadas entonces con gran ingenuidad se toparon con pretextos banalizadores o, más frecuentemente aún, con el silencio.
A mediados de los veinte años retomé el diario y en esta ocasión leí la llamada edición definitiva, ampliada con respecto a la versión original de Otto Frank con numerosas anotaciones, en parte muy personales. Esta vez sí que me asaltaron numerosas preguntas: ¿cómo vivió la familia de Ana, tanto por parte paterna como materna, esa época en la que se resquebrajó el entramado moral de millones de personas y el respeto se convirtió en una palabra desconocida? ¿En qué entorno familiar, entre qué amigos empezó a crecer Ana? ¿Qué vivencias la marcaron? Al fin y al cabo, su diario sólo abarca la séptima parte de su vida.
Una vez más me topé con respuestas insatisfactorias.
Así empezó —por primera vez en la década de 1990— mi búsqueda de la persona que estaba detrás del mito, de las historias y los acontecimientos vitales que influyeron en la personalidad de la niña judeoalemana llamada Annelies Marie Frank. Una personalidad sin duda fuerte, pero en proceso de formación. Por eso, en lugar de abordar su biografía igual que la de una persona hecha y derecha, más bien debía acompañar a Ana en su evolución, tan abruptamente interrumpida, y volver a situarla en el mundo.
¿Qué es una biografía? Mi objetivo era reunir la mayor cantidad posible de las teselas de un mosaico y componer una imagen lo más auténtica posible de la corta vida de Ana, investigar sus raíces familiares y su medio social, esclarecer ese entramado de personas y de relaciones sobre el que se basaba, que influía en su vida.
El diario de Ana es insustituible por su sinceridad y claridad. Yo quise ampliar con una visión de conjunto desde fuera la mirada de Ana sobre su entorno y sobre su mundo exterior, lógicamente fragmentaria y —según muestra la comparación con la edición crítica de los textos de sus diarios— más limitada aún por el trabajo de edición de su padre, intenté contestar preguntas que surgían al leer el diario, y, en lugar de darme por satisfecha con aproximaciones, con la glorificación, sacar a la luz las causas. Esta visión de conjunto documentará tanto su vida y su calvario como los de sus parientes más próximos, amigos íntimos y algunos conocidos a los que Ana se refirió, dibujando así el calvario de los judíos durante el régimen nazi: desde la propaganda de odio, pasando por la exclusión, la humillación y la privación de derechos, hasta la deportación y el Holocausto organizado.
Sin los valiosos encuentros con la última generación de testigos de la época, sin la confianza —ganada poco a poco— de las personas que conocieron personalmente a Ana Frank y que hoy viven dispersas por todo el mundo, en Israel, en Estados Unidos, en Argentina, en Holanda, en Francia, en Suiza o en Alemania, este proyecto jamás habría podido realizarse. Sin su disposición a enfrentarse a recuerdos dolorosos, a abrirse ante mí revelando detalles de su vida sobre los que habían guardado silencio durante más de cincuenta años —en parte porque nadie les había preguntado, en parte porque antes no estaban dispuestos a hablar del asunto—, muchos de los detalles de este libro habrían permanecido ocultos, acaso para siempre. Durante mis investigaciones localicé y conocí a más de veinte testigos de la época, parientes o amigos de Ana, y muchos más que conocieron a fondo a Otto, su padre, después de la guerra. En el curso de las numerosas e intensivas conversaciones, algunos de ellos se convirtieron en amigos íntimos de los que ya no sería capaz de prescindir. El hecho de que, tras meses de cauteloso acercamiento, lograra conquistar, asimismo, la confianza de Miep Gies amplió sobremanera mi perspectiva y enriqueció este libro con numerosos e importantes datos. Es una gran alegría que al final ella aceptara escribir el epílogo a esta obra.
Mis interlocutores me confiaron sus historias y me hablaron de aquellos pasajes de su vida vinculados a Ana Frank y a su familia, me enseñaron sus recuerdos de los Frank, fotografías, cartas, anotaciones manuscritas, documentos interesantes —muchos de ellos inéditos hasta ahora—, y de esa manera me ayudaron a dibujar un cuadro muy polifacético de Ana y de su vida, una vida corta en una época atormentada, violenta, una vida en la que la ilegalidad se había convertido en algo cotidiano, una vida sin posibilidad de supervivencia. Ellos me ayudaron a acercarme a las respuestas a preguntas claves que no sólo me preocupan a mí, sino también a los millones de lectores del diario: ¿Quién denunció a la familia Frank? ¿Qué se proponía Ana con su diario? ¿Qué personalidad se ocultaba realmente detrás de su madre, a la que reflejó con tanta dureza y severidad y que, sin embargo, tanto la marcó? Y ¿qué pensaba Ana de la relación de sus padres?