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Frank McCourt - El profesor

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Frank McCourt El profesor
  • Libro:
    El profesor
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    ePubLibre
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    2005
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A las próximas generaciones de la tribu McCourt Siobhan hija de Malachy y - photo 1

A las próximas generaciones de la tribu McCourt:

Siobhan (hija de Malachy) y sus hijos Fiona y Mark

Malachy de Bali (hijo de Malachy).

Nina (hijastra de Malachy).

Mary Elizabeth (hija de Michael) y su hija Sophia

Angela (hija de Michael).

Conor (hijo de Malachy) y su hija Gillian

Cormac (hijo de Malachy) y su hija Adrianna

Maggie (hija de Frank) y sus hijos Chiara, Frankie y Jack

Allison (hija de Alphie).

Mikey (hijo de Michael).

Katie (hija de Michael).

Cantad vuestro canto, danzad vuestra danza, contad vuestro cuento.

En El profesor Frank McCourt nos habla de los treinta años en los que fue docente en un instituto de secundaria en Nueva York. El relato empieza cuando McCourt tiene 27 años e, instalado en Nueva York, inicia una actividad académica para la cual sus estudios universitarios no han acabado de formarle. En efecto, las realidades sociales en un entorno tan duro como el neoyorquino resultan difíciles de digerir por parte de este inmigrante irlandés. Haciendo más caso a su intuición y a lo que le dicta su conciencia que a las directrices académicas, consigue despertar el interés de sus alumnos. Para ello, decide bajarse del pedestal en el que viven instalados la mayoría de profesores y se dedica a escuchar a sus alumnos y a aprender de ellos, poniéndose a su altura para conocer sus inquietudes, sus gustos y su forma de ver el mundo.

Frank McCourt El profesor ePub r11 RobCole 29082017 Título original - photo 2

Frank McCourt

El profesor

ePub r1.1

Rob_Cole 29.08.2017

Título original: Teacher Man

Frank McCourt, 2005

Traducción: Alejandro Pareja Rodríguez

Editor digital: Rob_Cole

Primer editor: Joselin (r1.0)

ePub base r1.2

FRANCIS FRANK McCOURT Nueva York EE UU 19 de agosto de 1930 - Ibídem 19 - photo 3

FRANCIS FRANK McCOURT Nueva York EE UU 19 de agosto de 1930 - Ibídem 19 - photo 4

FRANCIS «FRANK» McCOURT (Nueva York, EE. UU., 19 de agosto de 1930 - Ibídem, 19 de julio de 2009). Novelista y profesor estadounidense de familia irlandesa. Al poco tiempo de su nacimiento su familia regreso a Irlanda. A los 19 años volvió a los Estados Unidos. Consiguió una beca para estudiar en la Universidad de Nueva York, donde se gradúo en Lengua Inglesa en 1957. Se dedicó a la enseñanza en institutos.

McCourt es conocido principalmente por sus obras de carácter biográfico. La primera de ellas, Angela’s Ashes (Las cenizas de Ángela, 1996), premio Pulitzer a la mejor biografía, premio de la Crítica y Libro del Año en Estados Unidos, narra sus primeros años de vida en Irlanda, y fue llevada con éxito al cine en 1999. Sus siguientes libros de memorias, Lo es (’Tis, 1999), El profesor (Teacher Man, 2005) y Ángela y el niño Jesús (Angela and the Baby Jesus, 2007), transcurren ya en Estados Unidos, donde nos habla de su vida como emigrante retornado, sus estudios universitarios y sus años de profesorado.

Notas

[1]Amadaun o omadhaun, tonto en irlandés. (N. del T.).

[2] Expresión irlandesa tópica, usada más bien para parodiar el habla irlandesa. «A fe mía y pardiez». (N. del T.).

[3] Nombre en yídish para la kipá, pequeña gorra ritual empleada por los varones judíos. (N. del T.).

[4] La confusión se debe a que subject significa tanto «sujeto» como «tema, asunto». (N. del T.).

18

— L o intentaré.

Prólogo

S i yo supiera algo de Sigmund Freud y de psicoanálisis, podría encontrar el origen de mis problemas en mi desgraciada infancia en Irlanda. Esa infancia desgraciada me dejó sin autoestima, me produjo ataques de autocompasión, me paralizó las emociones, me volvió cascarrabias, envidioso e irrespetuoso con la autoridad, retrasó mi desarrollo, obstaculizó mis contactos con el sexo opuesto, me impidió triunfar en la vida y casi me incapacitó para el trato humano. Que llegara a profesor y lo siguiera siendo es un milagro, y debo ponerme un sobresaliente por haber sobrevivido a todos esos años en las aulas de Nueva York. Deberían instituir una medalla para quienes sobreviven a las infancias desgraciadas y llegan a profesores, y yo debería ser el primero en la cola para la medalla y todos los distintivos que se le pudieran añadir por las desgracias resultantes.

Podría achacar culpas. Una infancia desgraciada no se produce sin más. La producen. Existen fuerzas oscuras. Si he de achacar culpas, habrá de ser con espíritu de perdón. Por tanto, perdono a todos los siguientes: al papa Pío XII; a los ingleses en general y al rey Jorge VI en particular; al cardenal MacRory, que gobernaba Irlanda cuando yo era niño; al obispo de Limerick, que, según parecía, creía que todo era pecado; a Eamonn de Valera, primer ministro (Taoiseach) y presidente que fue de Irlanda. El señor De Valera era un medio español fanático del gaélico (estofado irlandés con cebolla española), que encargó a todos los maestros de Irlanda que nos inculcaran la lengua autóctona y nos quitaran la curiosidad a golpes. Nos provocó horas de sufrimiento. Veía con desdén e indiferencia los cardenales que producían las varas de los maestros en nuestros jóvenes cuerpos. También perdono al cura que me expulsó del confesionario cuando le confesé los pecados de la masturbación y los robos de peniques del bolso de mi madre. Dijo que no daba muestras del debido propósito de enmienda, sobre todo en los pecados de la carne. Y aunque era cierto, su negativa a concederme la absolución puso mi alma en tal peligro, que si al salir de la iglesia me hubiera aplastado un camión, él habría sido responsable de mi condenación eterna. Perdono a diversos maestros brutales que me levantaran del asiento por las patillas, que me vapulearan regularmente con vara, correa y palmeta cuando vacilaba al dar las respuestas del catecismo o cuando no era capaz de dividir mentalmente 937 entre 739. Mis padres y otras personas mayores me decían que todo era por mi propio bien. Les perdono esas hipocresías galopantes, mientras me pregunto dónde están en estos momentos. ¿En el cielo? ¿En el infierno? ¿En el purgatorio (si es que existe todavía)?

Hasta puedo perdonarme a mí mismo, aunque cuando vuelvo la vista atrás a diversas etapas de mi vida suelto un gemido. Qué burro. Qué temores. Qué estupideces. Qué indecisiones e irresoluciones.

Pero después vuelvo a mirar. Me había pasado la infancia y la adolescencia haciendo examen de conciencia y encontrándome en estado perpetuo de pecado. Ésa fue la formación, el lavado de cerebro, el condicionamiento, y desincentivaba los sentimientos de satisfacción con uno mismo, sobre todo entre los miembros de la clase pecadora.

Ahora creo llegado el momento de reconocerme al menos una virtud: la terquedad. No tiene tanto glamour como la ambición, el talento, el intelecto o el encanto, pero no deja de ser lo único que me sacó adelante a lo largo de los días y las noches.

S cott Fitgerald dijo que en las vidas americanas no hay segundas partes. Sencillamente, no vivió lo suficiente. En mi caso, se equivocó.

Durante los treinta años que pasé enseñando en los institutos de secundaria de Nueva York, nadie me prestaba la menor atención, salvo mis alumnos. Yo era invisible en el mundo fuera del instituto. Después escribí un libro sobre mi infancia y me convertí en el irlandesito del momento. Había tenido la ilusión de que el libro sirviera para explicar la historia familiar a los hijos y nietos de los McCourt. Tenía la ilusión de vender unos cuantos centenares de ejemplares, y de que me invitaran quizá a asistir a debates en algunos clubes de lectura. En lugar de ello saltó a la lista de libros más vendidos y se tradujo a treinta idiomas, y me quedé atónito. El libro fue mi segunda parte.

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