Ideología y utopía
Introducción a la sociología
del conocimiento
Karl Mannheim
Estudio preliminar de Louis Wirth
Traducción de Salvador Echavarría
Primera edición, 1941
Edición conmemorativa 70 Aniversario, 2004
Primera edición electrónica, 2010
D. R. © 2004, Fondo de Cultura Económica
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ISBN 978-607-16-0503-0
Hecho en México - Made in Mexico
A Julia Mannheim-Lang
Prefacio
La edición original, en alemán, de Ideología y utopía se publicó en un ambiente de aguda tensión intelectual, marcada por una acalorada discusión que se aplacó únicamente con el destierro o el silencio forzado de los pensadores que buscaban una solución plausible y honrada de los problemas que se habían planteado. Desde entonces, los conflictos que provocó en Alemania la destrucción de la República liberal de Weimar han surgido en otras naciones, en el mundo entero, especialmente en la Europa Occidental y en los Estados Unidos. Los problemas intelectuales que en un tiempo se consideraron como la preocupación exclusiva de los escritores alemanes han invadido virtualmente todo el orbe. Lo que antaño pareció un asunto esotérico, que sólo interesaba a unos cuantos intelectuales de una sola nación, se ha vuelto ahora la condición común del hombre moderno.
Esta situación ha producido una abundante literatura que habla del “fin”, de la “decadencia” o de la “muerte” de la civilización occidental. A pesar de la alarma que pregonan tales títulos, en vano busca uno en la mayor parte de esta bibliografía un análisis de los factores y de los procesos básicos que forman el subsuelo de nuestro caos social e intelectual. En contraste con esas obras, la del profesor Mannheim ofrece un análisis sobrio, crítico y erudito de las corrientes y de las situaciones sociales de nuestra época, tal como se presentan en el campo de la acción, de la creencia y del pensamiento.
Parece que es característico de nuestra época el hecho de que las normas y las verdades que antaño se consideraban como absolutas, universales y eternas, o que se aceptaban con una feliz ignorancia de sus implicaciones, se pongan hoy en tela de juicio. A la luz del pensamiento y de la investigación se juzga ahora que muchas cosas, que antaño se consideraban como evidentes, necesitan demostrarse y probarse. Aun los diversos criterios de la prueba constituyen temas de discusión. Asistimos no sólo a una desconfianza general respecto de la validez de las ideas, sino de los motivos que inspiran a los pensadores que las sostienen. La guerra de cada uno contra todos, en la palestra intelectual, donde el anhelo de engrandecimiento personal prevalece sobre el deseo de encontrar la verdad, ha venido a agravar la situación. La creciente secularización de la vida, los antagonismos sociales cada vez más agudos y la acentuación del espíritu de competencia personal han invadido regiones que en otros tiempos se creyó que pertenecían al dominio de la investigación desinteresada y objetiva de la verdad.
Por alarmante que parezca este cambio ha ejercido benéficas influencias. Entre éstas se puede mencionar la tendencia a hacer un examen de sí mismo más profundo y a penetrar con mayor hondura que hasta ahora las relaciones que existen entre las ideas y las situaciones. Aunque parezca una broma triste hablar de las influencias benéficas determinadas por un cataclismo que ha sacudido hasta los cimientos nuestro orden social e intelectual es preciso asentar que el espectáculo de trastornos y de confusión con que tiene que enfrentarse la ciencia, le brinda al mismo tiempo la oportunidad de un desarrollo nuevo y fecundo. Éste, sin embargo, depende de que se tenga pleno conocimiento de los obstáculos con que tropieza el pensamiento social. Tal afirmación no implica que este esclarecimiento personal sea la única condición para el adelanto de la ciencia social, como se indicará más adelante, sino meramente que es una condición previa y necesaria para su desarrollo ulterior.
I
El progreso del conocimiento social se halla retrasado, si no paralizado, por dos factores fundamentales, uno de los cuales choca desde afuera con el conocimiento, y el otro actúa dentro del dominio de la propia ciencia. Por una parte, los poderes que han impedido y detenido el progreso del conocimiento en el pasado no están aún convencidos de que el progreso del conocimiento social es compatible con lo que ellos consideran sus intereses y, por la otra, el intento para llevar la tradición y todo el aparejo del trabajo científico del dominio físico al social ha redundado a menudo en confusión, incomprensión y esterilidad. El pensamiento científico que se refiere a asuntos sociales ha tenido hasta ahora que entablar una guerra, sobre todo, contra la intolerancia imperante y la represión convertida en institución. Ha luchado por conquistar una posición firme frente a sus enemigos del exterior, los intereses autoritarios de la Iglesia, del Estado y de la tribu. En el transcurso de los últimos siglos, sin embargo, ha ganado una victoria, cuando menos parcial, sobre esas fuerzas exteriores y, gracias a ella, se ha establecido una tolerancia hacia la investigación sin trabas, y hasta se ha alentado la libertad de pensamiento. Durante un breve intermedio entre las épocas de mística oscuridad medieval y el nacimiento de las modernas dictaduras laicas, el mundo occidental prometió realizar la esperanza de los preclaros ingenios de todas las edades: la de que, por el pleno ejercicio de la inteligencia, los hombres pudieran triunfar de las adversidades de la naturaleza y de las perversidades de la cultura. Como en el pasado, esa esperanza parece haber sido defraudada ahora. Naciones enteras se han abandonado oficial y orgullosamente al culto de lo irracional, y aun el mundo anglosajón, que tanto tiempo fue el baluarte de la libertad y de la razón, ha dado hace poco el espectáculo de verdaderos aquelarres intelectuales.
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