A ti, Elías, que cuando seas mayor podrás leer este libro.
«Nuestro deseo, tanto más profundo cuanto que a menudo era mudo, consistía en liberar a los periódicos del dinero y darles un tono y una veracidad que pusieran al público a la altura de lo mejor que hay en él. Pensábamos entonces que un país vale a menudo lo que vale su prensa. Y si es cierto que los periódicos son la voz de una nación, estábamos decididos, desde nuestro puesto y en nuestra humilde medida, a elevar a este país elevando su lenguaje».
«Nosotros, los escritores del siglo xx, jamás estaremos solos. Debemos saber, al contrario, que no podemos evadirnos de la miseria común, y que nuestra única justificación, si es que existe alguna, es la de hablar, en la medida de nuestras posibilidades, por aquellos que no pueden hacerlo».
Prólogo
Por Edwy Plenel
Era un 10 de diciembre de 1957, en Estocolmo, durante la ceremonia de entrega de los Premios Nobel. Laureado con uno de los más prestigiosos de ellos, el Premio de Literatura, Albert Camus pronuncia, según la tradición, un discurso de agradecimiento al final del banquete oficial. En él remarca: «Sin duda, cada generación se considera a sí misma destinada a rehacer el mundo. Sin embargo, la mía sabe que no lo hará. Aunque su tarea quizás sea aún más ardua. Consiste en evitar que el mundo se deshaga».
En el contexto de la época, el de la Guerra Fría, las luchas anticoloniales, los imperialismos y las independencias, las dictaduras incluso en la misma Europa, el comunismo militante y la rebelión de los jóvenes, en suma, la época de las emancipaciones y la resistencia, sus palabras podían parecer tímidas, como de reserva o retaguardia. No obstante, leídas hoy, con una distancia de casi sesenta años, parecen más actuales que nunca. Y, lejos de ser una invitación a la prudencia o a la indiferencia, suenan como una llamada al compromiso.
No al compromiso cerrado y militante de los que quisieran doblegar la realidad a su dogma, ese compromiso ciego de los que, por considerar su visión política la única válida, se creen también con la certeza de decir la verdad. Camus invita a un compromiso más esencial: un compromiso existencial, el de nuestra condición de hombres y mujeres libres. Nuestra libertad nos pide y exige responsabilidad. Somos deudores del mundo, y sobre todo de su sentido. De su comprensión, y por tanto de su cohesión. De su razón, contra la sinrazón que la arruina.
Ir al encuentro de nuestra libertad no es añadir al desorden del mundo el desconcierto de los miedos y la excitación de los odios, ese velo de opacidad e ignorancia que alimenta nuestro desarraigo y acentúa nuestro malestar. Es, por el contrario, intentar comprender, exigir saber y afrontar la verdad, aunque sea esta incómoda o dolorosa. Para ser realmente libres en nuestras elecciones y autónomos en nuestras decisiones, necesitamos ver con claridad. Si no, no seremos más que juguetes de nuestras ilusiones, dirigidos por la catástrofe que acompañan y precipitan.
Este Albert Camus, periodista es, por tanto, más que una monografía rigurosa, precisa y documentada. Demostrando que la actividad de periodista del escritor fue el principal terreno de ejercicio práctico de este compromiso, con la verdad en primer lugar, María Santos-Sainz lanza una llamada de alarma. Su ensayo es una invitación a que el periodismo se levante y reencuentre la altura y la grandeza, a que rechace la facilidad y combata las corrupciones que lo minan y desacreditan.
Comenzando con las primeras investigaciones de Alger Républicain, y yendo hasta las últimas crónicas de L’Express, su libro nos permite ver las diversas facetas de una obstinada fidelidad a la promesa anunciada en los primeros editoriales de Combat durante la Liberación de París en el verano de 1944, cuyos héroes fueron también los combatientes republicanos españoles de la División Leclerc, como me gusta recordar. «Nuestro deseo», escribe Camus el 31 de agosto de 1944, «tan intenso que a menudo era acallado, consistía en liberar los periódicos del dinero y darles un tono y una verdad que dieran al público lo mejor de sí mismo. En aquel momento pensábamos que un país vale lo que vale su prensa. Y si es cierto que los periódicos son la voz de una nación, estábamos decididos, por nuestra parte, por muy frágil que fuera, a alzar este país elevando su lenguaje».
Este objetivo no ha envejecido un ápice, y el gran mérito de María Santos-Sainz es el de devolverle toda su actualidad, y su urgencia. Su libro es un manual de resistencia para periodistas (y ciudadanos, pues uno no va sin el otro) en estos tiempos tan mediáticos en los que el oficio está amenazado y la profesión desestabilizada. Nos invita a aprender de Camus para recuperar el valor y la dignidad, bajo la exigencia del derecho a saber del público y la preocupación de nuestra responsabilidad ante los ciudadanos. Cuando el entretenimiento gangrena la información, cuando la concentración arruina el pluralismo, cuando la propaganda mata a la verdad, el periodismo sólo puede entrar en resistencia, o renegar de sus posiciones. Sencillamente por deber profesional. Sin pretensión ni gloria, nada más que por la necesidad existencial.