Albert Camus - El hombre rebelde
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- Libro:El hombre rebelde
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- Editor:ePubLibre
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- Año:1951
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El hombre rebelde: resumen, descripción y anotación
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El hombre rebelde — leer online gratis el libro completo
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Como testigo moral de la Europa destruida por la Segunda Guerra Mundial, las obras de creación y las reflexiones teóricas de Albert Camus (1913-1960) constituyen el anverso y el reverso de una única indagación en torno a la complejidad y la ambigüedad de la condición humana.
El hombre rebelde es una ambiciosa exploración del mundo moderno desde la Revolución francesa a la Revolución rusa, pasando por el marqués de Sade, Marx, el anarquismo, Nietzsche, los nihilistas, el terrorismo y el surrealismo.
“Dos siglos de rebeldía, metafísica o histórica, se ofrecen precisamente a nuestra reflexión. […] Las páginas siguientes ofrecen una hipótesis que explica, en parte, la dirección y, casi por entero, la desmesura de nuestro tiempo”.
Albert Camus
ePub r1.0
Titivillus 20.10.16
Título original: L’Homme révolté
Albert Camus, 1951
Traducción: Josep Escué
Editor digital: Titivillus
ePub base r1.2
A Jean Grenier
ALBERT CAMUS (Mondovi, Argelia, 1913 - Villeblevin, Francia, 1960). Novelista, ensayista y dramaturgo francés, considerado uno de los escritores más importantes posteriores a 1945. Su obra, caracterizada por un estilo vigoroso y conciso, refleja la philosophie de l’absurde , la sensación de alienación y desencanto junto a la afirmación de las cualidades positivas de la dignidad y la fraternidad humana.
Camus nació en Mondovi (actualmente Drean, Argelia, entonces colonia francesa) el 7 de noviembre de 1913. Ingresó en la universidad de Argel, pero sus estudios pronto se vieron interrumpidos debido a una tuberculosis. Formó una compañía de teatro de aficionados que representaba obras para las clases trabajadoras; también trabajó como periodista y viajó mucho por Europa. En 1939 publicó Bodas, un conjunto de artículos que incluían reflexiones inspiradas por sus lecturas y viajes. En 1940 se trasladó a París y formó parte de la redacción del periódico Paris-Soir. Durante la II Guerra Mundial fue miembro activo de la Resistencia francesa y, de 1945 a 1947, director de Combat, una publicación clandestina.
Argelia sirve de fondo a la primera novela que publicó Camus, El extranjero (1942), y a la mayoría de sus narraciones siguientes. Esta obra y el ensayo en el que se basa, El mito de Sísifo (1942), revelan la influencia del existencialismo en su pensamiento. De las obras de teatro que desarrollan temas existencialistas, Calígula (1945) es una de las más conocidas. Aunque en su novela La Peste (1947) Camus todavía se interesa por el absurdo fundamental de la existencia, reconoce el valor de los seres humanos ante los desastres. Sus obras posteriores incluyen la novela La caída (1956), inspirada en un ensayo precedente; El hombre rebelde (1951); la obra de teatro Estado de sitio (1948); y un conjunto de relatos, El exilio y el reino (1957). Colecciones de sus trabajos periodísticos aparecieron con el título de Actuelles (3 vols., 1950, 1953 y 1958) y El verano (1954). Una muerte feliz (1971), aunque publicada póstumamente, es de hecho su primera novela. En 1994 se publicó la novela incompleta en la que trabajaba cuando murió, El primer hombre. Sus Cuadernos, que cubren los años 1935 a 1951, también se publicaron póstumamente en dos volúmenes (1962 y 1964).
Camus, que obtuvo en 1957 el Premio Nobel de Literatura, murió en un accidente de coche en Villeblevin (Francia) el 4 de enero de 1960.
Y abiertamente consagré mi corazón a la tierra grave y doliente, y a menudo, en la noche sagrada, le prometí amarla con fidelidad hasta la muerte, sin miedo, y con su pesada carga de fatalidad, y no despreciar ninguno de sus enigmas. Así me até a ella con un lazo mortal.
Hölderlin
La muerte de Empédocles
Hay crímenes de pasión y crímenes de lógica. El Código Penal los distingue, asaz cómodamente, por la premeditación. Vivimos en la época de la premeditación y del crimen perfecto. Nuestros criminales ya no son aquellos jovenzuelos desarmados que invocaban la excusa del amor. Por el contrario, son adultos, y su coartada es irrefutable: es la filosofía, que puede servir para todo, hasta para transformar a los criminales en jueces.
Heathcliff, en Cumbres borrascosas, mataría a la tierra entera para poseer a Cathy, pero no se le ocurriría decir que este crimen es razonable o que está justificado por un sistema. Lo llevaría a cabo, en lo que se resume toda su creencia. Ello supone la fuerza del amor, y el carácter. Siendo escasa la fuerza del amor, el crimen resulta excepcional y conserva entonces su aire de efracción. Pero desde el momento en que, falto de carácter, corre el criminal a procurarse una doctrina, desde el instante en que se razona el crimen, prolifera como la razón misma, toma todas las figuras del silogismo. De solitario que era, como el grito, se ha hecho universal como la ciencia. Juzgado ayer, hoy dicta la ley.
No nos indignaremos aquí por ello. El objetivo de este ensayo consiste, una vez más, en aceptar la realidad del momento, que es el crimen lógico, y en examinar precisamente sus justificaciones: se trata de un esfuerzo para entender mi tiempo. Quizá se considere que una época que, en cincuenta años, desarraiga, somete o mata a setenta millones de seres humanos, debe sólo, y en primer lugar, ser juzgada. Y además es preciso que sea entendida su culpabilidad. En los tiempos candorosos en que el tirano arrasaba ciudades para mayor gloria suya, en que el esclavo encadenado al carro del vencedor desfilaba por las ciudades en fiesta, en que el enemigo era arrojado a las fieras frente al pueblo reunido, ante crímenes tan cándidos, la conciencia podía ser firme, y el juicio claro. Pero los campos de esclavos bajo el estandarte de la libertad, las matanzas justificadas por el amor al hombre o la inclinación a lo superhumano, dejan sin amparo, en cierto sentido, al juicio. El día en que el crimen se acicala con los restos de la inocencia, de resultas de una curiosa inversión que es propia de nuestro tiempo, es la inocencia la que se ve forzada a procurar sus justificaciones. La ambición del presente ensayo se cifra en aceptar y analizar este extraño reto.
Se trata de saber si la inocencia, desde el momento en que actúa, puede abstenerse de matar. Nosotros no podemos obrar más que en el momento nuestro, entre los hombres que nos rodean. No sabremos nada mientras no sepamos si tenemos derecho a matar a ese otro que está ante nosotros o a consentir que muera. Puesto que hoy día toda acción desemboca en el crimen, directo o indirecto, no podemos actuar antes de saber si, y por qué, hemos de dar muerte.
Lo importante no estriba, pues, aún en remontar hasta la raíz de las cosas, sino, siendo el mundo lo que es, en saber cómo conducirse en él. En los tiempos de la negación, podía ser útil preguntarse por el problema del suicidio. En el tiempo de las ideologías, hay que ponerse en regla con el crimen. Si el crimen tiene sus razones, nuestra época y nosotros mismos somos consecuentes. Si no las tiene, estamos en la locura y no hay más salida que encontrar una consecuencia, o volvernos de espaldas. En cualquier caso, nos corresponde contestar claramente a la pregunta que nos es formulada, en medio de la sangre y los clamores del siglo. Pues estamos en plena interrogación. Hace treinta años, antes de decidirse a matar, se había negado mucho, hasta el punto de negarse a sí mismo por medio del suicidio. Dios hace trampas, y todo el mundo con él, hasta yo mismo, por tanto muero: el suicidio era el interrogatorio. La ideología, actualmente, ya no niega sino a los otros, únicos tramposos. Entonces es cuando se mata. Cada amanecer, se deslizan en una celda asesinos uniformados: el crimen es el interrogatorio.
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