Si existe una historia bélica por antonomasia esa es la del Japón medieval. Dominado por unos soldados legendarios, los samuráis, la unificación de Japón es una de las etapas más violentas y épicas de la historia universal. Soldados con una formación militar basada en la filosofía zen, en las máximas de Confucio y de Lao-Tse, y en el bushido (el camino del guerrero) que mezclaba artes marciales con el manejo de innumerables armas.
Breve historia de los samuráis no es una historia de Japón ni una descripción geográfica del violento proceso de unificación del país, sino que nos muestra la vida de estos luchadores y sus heroicos combates en un estilo ágil y vibrante. Los autores nos desvelan sus ceremonias antes de las batallas, nos describen las armas que portaban los samuráis en la guerra y en la paz e incluso su formación y alimentación.
Descubriremos el curioso ritual por el que la katana (espada del samurái) elegía al soldado que debía portarla toda la vida y conoceremos a personalidades tan importantes como Minamoto Yorimoto, el primer shogun; Oda Nobunga, un guerrero de origen humilde que llegó a gobernar 30 de las 68 provincias japonesas; los 47 ronin, samuráis que no servían a ningún señor; o Takeda Shingen, un soldado tan temido que su muerte se ocultó un año para evitar las revueltas de los clanes. Todos ellos lucharán en batallas tan terribles como la de Kawanaka Jima, Nagashino o el sitio del Castillo de Osaka. Una historia apasionante subrayada con numerosas imágenes, un glosario final y varios apéndices en los que se enumera a los regentes del Japón de la época.
Carol Gaskin & Vince Hawkins
Breve historia de los samuráis
De Ronnins a Ninjas: La auténtica historia de los más implacables guerreros de la antigüedad
Breve Historia - Protagonistas - 01
ePub r1.0
NoTanMalo 20.12.16
Título original: The ways of the Samurai
Carol Gaskin & Vince Hawkins, 2003
Traducción: Diana Villanueva
Editor digital: NoTanMalo
ePub base r1.2
Notas
[1] Del japonés shinto (N. de la trad.).
[2] Esta arma en el mundo occidental corresponde a lo que se conoce como «alabarda». (N. de la trad.).
[3] El autor debe querer referirse aquí a lo que posteriormente denomina como nunchaku. El nunchaku también conocido como So-Setsu-Kon era una herramienta agrícola que servía para trillar los cereales, separando el grano de la paja al batirlo a golpes. El nunchaku tradicional está hecho por dos barras de madera unidas por una cuerda. (N. de la Trad.).
[4] El catcher en la nomenclatura norteamericana (N. de la trad.).
[5] Dios de la guerra japonés (N. de la trad.).
[6] Unidades especiales de samuráis (Nota de la trad.).
Siempre admiré la condición y el alma de los antiguos guerreros medievales, hombres dispuestos a sacrificar sus vidas en la defensa de lo que ellos entendían como nobles ideales. Los caballeros europeos son sobradamente conocidos gracias a nuestra literatura más cercana, empero, los paladines de oriente, acaso por la distancia o por una ignorancia aceptada, han sido cubiertos por la bruma o por los fantasmas del recelo. Curiosamente, si nos ponemos a la tarea de comparar vida y obra de estos luchadores comprobaremos que, tanto los de aquí, como los de allí, no se diferencian en exceso en cuanto a determinadas pautas de comportamiento y pronto observaremos que hay pocas cosas que separen al Cid de un samurái Minamoto.
Según reza en las antiguas leyendas de la mitología japonesa, en el albor de los tiempos una bella diosa nipona contrajo tristeza de amor, de sus lágrimas brotaron islas que conformaron el archipiélago del sol naciente. Siglos más tarde, surgirían guardianes para proteger las costas y territorios de una de las culturas más apasionantes de las que pueblan nuestro planeta.
Samurái, significa en japonés servidor y, eso es precisamente lo que esta casta guerrera e intelectual hizo durante su tiempo de hegemonía —servir a sus señores feudales—, esos mismos daimio que pugnaban por el control de un imperio cuya representación figurativa máxima es el crisantemo. Dicen que la vida de un samurái era bella y breve como la flor del ciruelo, por eso no es extraño que uno de sus lemas vitales fuera: «morir es solo la puerta para una vida digna».
Estos magníficos caballeros mantuvieron una intensa vida militar entre los siglos XII y XVII. En ese periodo de luchas entre clanes, se les podía ver orgullosos a lomos de sus pequeños aunque resistentes caballos y fieles al ritual guerrero impuesto por el bushido, auténtico código de conducta para aquel que se formara en esta indomable casta. La liturgia del samurái antes de cada batalla sigue estremeciendo a todo aquel que se acerque a su historia. El poder contemplar a cualquiera de estos hombres en la preparación de un combate constituía un enorme espectáculo donde la intensidad y el honor lo invadían todo. Con sumo cuidado ceñían a su cuerpo majestuosas armaduras lacadas en negro en las que un sinfín de piezas ajustadas milimétricamente protegían a su dueño. La ceremonia se completaba cuando el samurái cogía sus armas personales en las que destacaba la katana, una infalible espada de 60 cm de largo elaborada con técnicas ancestrales solo conocidas por escogidos maestros herreros, los cuales necesitaban tres meses para forjarlas. La tradición exigía que fuera la espada la que eligiera a su compañero, para ello el guerrero se situaba ante un grupo expuesto por el forjador. La elección solo dependía de las vibraciones comunes emitidas por la espada y el samurái. Una vez juntos no volverían a separarse jamás, entroncándose sus almas hasta el combate final.
Los samuráis ocupaban sus periodos de ocio en el perfeccionamiento del espíritu. Gustaban de la poesía y el teatro y se refugiaban con frecuencia en la creación de maravillosos jardines flotantes. Eran auténticos pensadores que engrandecieron Japón en diferentes ámbitos.
Su declive llegó cuando la paz y los tiempos modernos se instalaron en el país. En 1868 el 7% de la población japonesa se podía considerar samurái, es decir, dos millones de personas regentaban sus vidas basándose en el código bushido. Muchos, ante el temor popular que seguían infundiendo, se refugiaron en las ciudades convirtiéndose en artistas, comerciantes o profesores, otros, no tuvieron esa suerte quedando abandonados a la marginación o al alcoholismo.
En 1876 los samuráis se rebelaron ante el poder. Durante más de un año mantuvieron en jaque al gobierno con sus armas tradicionales. Sin embargo, el peso de la nueva tecnología bélica aplastó sus tradiciones y orgullo y más de 20 000 murieron acribillados por fusiles repetidores o ametralladoras de posición mientras realizaban sus últimas y gloriosas cargas de caballería. Fue la única manera que concibieron para morir de forma noble y justa con las enseñanzas recibidas, otros optaron por el seppuku o suicidio ritual, acabando sus días por su propia mano y no por la del enemigo.
En 1944 el espíritu samurái resurgió en forma de kamikazes que intentaban frenar el avance norteamericano sobre sus islas. Como sabemos, todo fue inútil y aquel viento divino terminó por estrellarse contra el acero blindado de los buques aliados. No obstante, algo queda en la idiosincrasia nipona de aquellos bravos guerreros, lo vemos en su talante nacional, el mismo que ha impulsado a un imperio abatido por la guerra hacia los primeros puestos ocupados por las potencias que les vencieron.