ALBERT SOBOUL (Suresnes, 1911 - Nimes, 1982). Historiador francés. Fue secretario general de los Annales Historiques de la Révolution Française.
Dedicado al estudio de la sociedad del siglo XVIII y de la Revolución Francesa, Albert Soboul desarrolló la línea de pensamiento de raíz jacobina de Jean Jaurès, Albert Mathiez, Georges Lefebvre y Ernst Labrousse. Es autor de Historia de la Revolución Francesa (1964), Problemas campesinos de la Revolución Francesa (1976) y Entender la Revolución (1981), entre otros estudios históricos.
Título original: Précis d’histoire de la Révolution française
Albert Soboul, 1975
Traducción: Enrique Tierno Galván
Editor digital: Titivillus
ePub base r2.0
Notas
[1] Doctrina del predominio de la riqueza. (N. del T.)
[2] Del espíritu de las leyes. Editorial Tecnos. Madrid. (Nota del Editor.)
[3] Ferme générale: Administración de todos los que disfrutaban el privilegio real de cobro de impuestos. (N. del T.)
[4] Feuillants: Llamados así en francés por reunirse en el convento de la Orden del Císter, cerca de las Tullerías. (N. del T.)
[5] Cordeliers: Se reunían en el convento de los franciscanos, de donde tomaron su nombre (N. del T.)
La obra de Soboul constituye ya un mito en la historiografía sobre la Revolución francesa. Siguiendo la línea de Jaurès, Sagnac, Mathiez y Georges Lefebvre, Albert Soboul utiliza conceptos y métodos de carácter dialéctico que le sirven para aclarar el fondo socioeconómico del movimiento revolucionario. El papel de los nobles y la aristocracia en general, el movimiento campesino en las zonas rurales, el levantamiento del pueblo en las ciudades y la imposición definitiva de la burguesía como clase social en predominio son fenómenos descritos y analizados a lo largo de estas páginas con una precisión y una claridad que nos parece estar viendo las secuencias casi cinematográficamente.
Se ha dicho que la obra de Soboul es una historia socialista de la Revolución francesa; más bien diríamos nosotros que es una historia social en la que se iluminan zonas oscuras de la Revolución, a la luz del examen de las relaciones de producción y de las luchas de clases, del nuevo desarrollo de la agricultura y de las industrias manufactureras, etc. Este enfoque, predominantemente social, permite dar a la Revolución todo su relieve histórico en el progreso de la humanidad, a través del cual vemos el paso de una sociedad de carácter y organización feudal a otra de índole fundamentalmente burguesa.
El libro termina con un capítulo importante sobre la Francia contemporánea y el modo como en ellas repercute todavía la influencia de la Revolución en sus estructuras sociales y políticas, con todas sus consecuencias.
En suma, se trata de una obra que habrá de gozar del interés no sólo de los estudiosos del pasado, sino de aquellos a quienes preocupa el presente y el porvenir, puesto que en el estudio vivo de aquél podemos vislumbrar la dirección del futuro histórico de la humanidad.
Albert Soboul
Compendio de la historia de la Revolución francesa
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Titivillus 17.10.2018
COMPENDIO DE HISTORIA DE LA REVOLUCIÓN FRANCESA
En 1789, Francia vivía en el marco de lo que más tarde se llamó el Antiguo Régimen.
La sociedad seguía siendo en esencia aristocrática; tenía como fundamentos el privilegio del nacimiento y la riqueza territorial. Pero esta estructura tradicional estaba minada por la evolución de la economía, que aumentaba la importancia de la riqueza mobiliaria y el poder de la burguesía. Al mismo tiempo, el progreso del conocimiento positivo y el impulso conquistador de la filosofía de la Ilustración minaron los fundamentos ideológicos del orden establecido. Si Francia continuaba siendo todavía, a finales del siglo XVIII, esencialmente rural y artesana, la economía tradicional se transformaba por el impulso del gran comercio y la aparición de la gran industria. Los progresos del capitalismo, la reivindicación de la libertad económica, suscitaban, sin duda alguna, una viva resistencia por parte de aquellas categorías sociales vinculadas al orden económico tradicional; mas para la burguesía eran necesarias, pues los filósofos y economistas habían elaborado una doctrina según sus intereses sociales y políticos. La nobleza podía, desde luego, conservar el principal rango en la jerarquía oficial, y su poder económico, así como su papel social, no estaban en modo alguno disminuidos.
Cargaba sobre las clases populares, campesinas sobre todo, el peso del Antiguo Régimen y todo cuanto quedaba del feudalismo. Estas clases eran todavía incapaces de concebir cuáles eran sus derechos y el poder que éstos tenían; la burguesía se les presentaba de una manera natural, con su fuerte armadura económica y su brillo intelectual, como la única guía. La burguesía francesa del siglo XVIII elaboró una filosofía que correspondía a su pasado, a su papel y a sus intereses, pero con una amplitud de miras y apoyándose de una manera tan sólida en la razón, que esta filosofía que criticaba al Antiguo Régimen y que contribuía a arruinarle, revestida de un valor universal, se refería a todos los franceses y a todos los hombres.
La filosofía de la Ilustración sustituía el ideal tradicional de la vida y de la sociedad por un ideal de bienestar social, fundado en la creencia de un progreso indefinido del espíritu humano y del conocimiento científico. El hombre recobraba su dignidad. La plena libertad en todos los dominios, económicos y políticos, tenía que estimular su actividad; los filósofos le concedían como fin el conocimiento de la naturaleza para dominarla mejor y el aumento de la riqueza en general. Así las sociedades humanas podrían madurar por completo.
Frente a este nuevo ideal, el Antiguo Régimen quedaba reducido a defenderse. La monarquía continuaba siendo siempre de derecho divino; el rey de Francia era considerado como el representante de Dios en la tierra; gozaba, por ello, de un poder absoluto. Pero este régimen absoluto carecía de una voluntad. Luis XVI abdicó finalmente su poder absoluto en manos de la aristocracia. Lo que llamamos la revolución aristocrática (pero que es más bien una reacción nobiliaria o, mejor dicho, una reacción aristocrática que no retrocede ante la violencia y la revolución) precedió, desde 1787, a la revolución burguesa de 1789. A pesar de tener un personal administrativo, con frecuencia excepcional, las tentativas que se hicieron de reformas estructurales, de Machault, de Maupeou, de Turgot, desaparecieron ante la resistencia de opinión de los Parlamentos y de los estados provinciales, bastiones de la aristocracia. Bien es verdad que la organización administrativa no mejoró y el Antiguo Régimen siguió siendo algo inacabado.
Las instituciones monárquicas, poco tiempo antes, habían recibido su estructuración última bajo Luis XIV: Luis XVI gobernaba con los mismos ministerios y los mismos consejos que sus antepasados. Pero si Luis XIV había llevado el sistema monárquico a un grado de autoridad jamás alcanzado, no había hecho, sin embargo, de este sistema una construcción lógica y coherente. La unidad nacional había progresado bastante en el siglo XVIII, progreso que había sido favorecido por el desarrollo de las comunicaciones y de las relaciones económicas, por la difusión de la cultura clásica, gracias a la enseñanza de los colegios y las ideas filosóficas, a la lectura, a los salones y a las sociedades intelectuales. Esta unidad nacional continuaba inacabada. Ciudades y provincias mantenían sus privilegios; el Norte conservaba sus costumbres, mientras que el Mediodía se regía por el Derecho romano. La multiplicidad de pesos y medidas, de peajes y aduanas interiores impedía la unificación económica de la nación y hacía que los franceses fuesen como extranjeros en su propio país. La confusión y el desorden continuaban siendo el rasgo característico de la organización administrativa: las circunscripciones judiciales, financieras, militares, religiosas se superponían y obstruían las unas a las otras.