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Andrew Bernstein - El capitalismo liberado

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Andrew Bernstein El capitalismo liberado

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El capitalismo es el único sistema basado en el reconocimiento de que cada individuo es dueño de su propia vida. El capitalismo es el único sistema social en el cual los individuos son libres de buscar su propio interés racional, de poseer propiedad y de beneficiarse de sus propias acciones. Fortifica los derechos del individuo, el Gobierno Constitucional limitado y la libertad política, intelectual y económica.
Cuando los hombres son libres de dedicarse a su propio interés racional, cuando son libres de utilizar sus mentes en la búsqueda del provecho y la mejora sus vidas, son magníficamente productivos. La libertad política y económica del capitalismo libera las mejores mentes y a los hombres más ambiciosos, y los impulsa a construir, a crear, a innovar, a inventar, a hacer avanzar el bienestar y la felicidad humana.

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ANDREW BERNSTEIN 29 de junio de 1949 es un filósofo estadounidense defensor - photo 1

ANDREW BERNSTEIN (29 de junio de 1949) es un filósofo estadounidense, defensor del «objetivismo», la filosofía de Ayn Rand, y autor de diversas obras tanto de ficción como ensayos.

Entre estos últimos, destacan: CliffsNotes on Rand's Atlas Shrugged, (2000); CliffsNotes on Rand's The Fountainhead, (2000); The Capitalist Manifesto: The Historic, Economic, and Philosophic Case for Laissez-Faire, (2005); Objectivism in One Lesson: An Introduction to the Philosophy of Ayn Rand, (2008); Capitalism Unbound: The Incontestable Case for Individual Rights (2010), traducido al español como El capitalismo liberado (2026); y Capitalist Solutions: A Philosophy of American Moral Dilemmas, 2011.

Ha sido profesor en Harvard, Duke, Yale, West Point, UCLA, y en el Instituto Ayn Rand en California.

Capítulo primero
La enorme pobreza de los sistemas político-económicos precapitalistas

En la sociedad occidental moderna, a menudo subestimamos los logros del capitalismo. La industrialización, la inventiva, el progreso tecnológico tan característico del sistema capitalista, está a nuestro alrededor. Vamos al trabajo o a la escuela en nuestros automóviles, inundamos nuestros hogares con luz eléctrica, los calentamos contra el frío del invierno con calefacción de gas, de petróleo o eléctrica, los refrescamos durante los meses calurosos del verano con aire acondicionado, escribimos en la computadora personal, hacemos compras por la internet, viajamos cómodamente a destinos lejanos en aviones, limpiamos ropa en lavadoras y platos en lavaplatos, curamos enfermedades por medio de antibióticos —y, sobre todo, vivimos en un país cuyos refrigeradores y supermercados rebosan de comida vivificante. Como resultado, la expectativa de vida se aproxima a los ochenta años —y continúa creciendo.

¿Pero qué de las sociedades que no han implementado el capitalismo? ¿Cómo son? ¿Cuáles son las condiciones de vida allí? ¿Los sistemas político-económicos no capitalistas gozan del mismo nivel o expectativa de vida? Los derechos individuales son un principio moral fundamental para la preservación de la vida humana.

¿Pero cuáles son sus consecuencias prácticas? En concreto, ¿cuáles son los resultados económicos de su implementación? ¿Y cuáles son los resultados prácticos donde y cuando se desconoce?

El primer lugar donde buscar la respuesta es en las condiciones que existían inmediatamente antes de la revolución capitalista a finales del siglo XVIII.

Muchos escritores e historiadores elogian a una supuesta «Edad de Oro perdida» que existió antes del desarrollo del capitalismo, la industrialización y el sistema de fábrica, en la cual los trabajadores vivían felizmente en libertad y prosperidad. Friedrich Engels, el escritor comunista y colaborador de Karl Marx, es representante de esta escuela de pensamiento.

De los trabajadores de la era preindustrial, dijo que «su nivel de vida era mucho mejor que la de los trabajadores de la fábrica hoy día [en los años 1840]. No estaban obligados a trabajar horas excesivas; ellos mismos fijaban la duración de la jornada de trabajo y aun así ganaban lo suficiente para sus necesidades». Tenían tiempo para la recreación, y jugaban «bolo césped y fútbol» con sus vecinos. Si los niños ayudaban a sus padres a trabajar, «era solamente un empleo ocasional y ni hablarse de una jornada laboral diaria de ocho o doce horas». En ausencia de un extenso trabajo infantil, «los hijos de los trabajadores fueron criados en casa… Los niños crecían en idílica sencillez y en una intimidad feliz con sus compañeros de juego».

Los escritores anticapitalistas no se detienen ahí. Ellos proceden a alegar que el sistema de fábrica desarrollado por los capitalistas industriales a finales del siglo XVIII y a principios del XIX bajó el nivel de vida de los trabajadores, así causando pobreza y miseria generalizada.

Los influyentes historiadores británicos JL y Barbara Hammond, escribiendo sobre la vida inglesa, afirmaron que la Revolución Industrial les «cayó como una guerra o una plaga» a los trabajadores. Supuestamente, esta embutió a hombres, mujeres y niños en las fábricas, en condiciones insalubres, y los obligó a largas horas de trabajo inhumano a cambio de salarios bajos patéticos. «Sin duda, nunca desde los tiempos en que esclavizaban poblaciones le ha caído a un pueblo tanta desgracia que la que le cayó a las colinas y a los valles de Lancashire y West Riding con las ciudades industriales…». Los críticos llegaron a dos conclusiones generales acerca de los primeros tiempos del capitalismo: la primera fue que las condiciones de vida de los trabajadores eran generalmente satisfactorias (o al menos soportables) en la era precapitalista; y la segunda fue que el sistema de fábrica de los capitalistas redujo esas condiciones de vida significativamente, si no drásticamente. La verdad, sin embargo, es que ambas alegaciones son profunda y manifiestamente falsas. El capitalismo elevó el nivel de vida de los trabajadores a alturas inimaginables antes de su comienzo e inició un proceso de avance económico desde sus primeros días.

La miseria en la Europa precapitalista

Antes de la llegada del capitalismo industrial a Gran Bretaña a finales del siglo XVIII, lo que le esperaba a la clase obrera inglesa era una miseria empobrecida más allá de lo visto en el mundo moderno occidental desde hace siglos.

La hambruna —la muerte de hambre de incontables millares— era generalizada. El saneamiento y el alcantarillado eran inexistentes —desechos, excremento y los bichos llenaban las calles de las ciudades y los pueblos y las casuchas destartaladas de los pobres; y, como resultado, las enfermedades mortales de todas las variedades imaginables, incluso la temida peste bubónica (la infame «Peste Negra»), eran ineludibles, especialmente entre los tantos pobres. Decir que los ingresos estaban bajos sería una grave inexactitud basándonos en el estándar de la era capitalista venidera, los ingresos estaban por el suelo. ¿Cuál fue el resultado tétrico? En vísperas de la Revolución Industrial en el siglo XVIII, la expectativa de vida en Gran Bretaña era menos de 35 años.

Para las personas en el Occidente moderno industrial, la extendida y horrible miseria de Europa precapitalista es inconcebible. Por ejemplo, según el historiador francés Fernand Braudel, a base de un estándar empleado en Lyon, Francia en el siglo XVII, el nivel de pobreza se alcanzaba solo cuando los ingresos diarios de un hombre eran insuficientes para comprar un pedazo de pan.

La desgarradora verdad es que entre un cuarto y la mitad de la población del siglo XVII en Inglaterra subsistía crónicamente cerca, a o por debajo de este nivel de la penuria.

Para que quede claro, considere lo siguiente: si el Departamento de Trabajo de los EEUU fuera hoy a utilizar un estándar de pobreza similar, los estadounidenses por debajo de la línea de pobreza serían solo aquellos ganando más de 18 dólares al mes o 216 dólares al año. (Así que alguien ganando 19 dólares al mes 228 dólares al año generaría un ingreso demasiado alto para ser considerado pobre).

Según Angus Maddison, un destacado historiador de la economía, Europa no tuvo ningún crecimiento económico en los siglos desde el año 500 dC al 1500 —y el ingreso per cápita se situó en la cifra abismalmente baja de 215 dólares en el año 1500—. El crecimiento económico europeo se situó en la ínfima tasa del 0.1 por ciento en los siglos del 1500 al 1700 y el ingreso per cápita fue un estimado de 256 dólares a final del siglo XVIII.

Los historiadores discrepan en cuanto a la extensión, pero están de acuerdo que la muerte por hambre era frecuente en Europa en los siglos anteriores a la Revolución Industrial, incluso en Gran Bretaña. Un investigador, Andrew Appleby, escribió: «En 1587 y 88, 1597 y 1623, los condados de Cumberland y Westmoreland, en el noroeste de Inglaterra, fueron golpeados por la hambruna. En esos años miles de personas murieron…». Es probable que, siendo la comida comestible inalcanzable, los pobres se comían la corteza de los árboles y las «semillas verdes, raíces, hierba y los intestinos y la sangre de los animales que fueron sacrificados como alimento para los más ricos». La muerte por la inanición debe ser entendida de manera suficientemente amplia para incluir la muerte por trastornos intestinales inducidos por el consumo de estos alimentos no adecuados, así como la inanición «pura», en la que «el consumo de calorías se reduce hasta el punto que las funciones corporales cesan poco a poco…». Sin duda, es posible que la inanición entre los ingleses pobres era demasiado común para provocar cualquier comentario, pero condiciones eran aún peor en otras partes de Europa. Citando nuevamente a Braudel, un informe francés del 1662 declaró: «El hambre este año ha puesto fin a más de diez mil familias […] y ha obligado a un tercio de los habitantes […] a comer plantas silvestres».

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