¿Cómo podemos beneficiarnos de las promesas del Gobierno y evitar al mismo tiempo la amenaza que éste supone para la libertad individual? En este libro ya clásico, Milton Friedman presenta el compendio definitivo de su influyente filosofía económica. Su objetivo principal es analizar el papel del capitalismo competitivo.
Ese sistema económico, dice Friedman, es una condición necesaria para la libertad política. Pero una pregunta recorre estas páginas: ¿qué papel debe desempeñar el Gobierno en una sociedad libre, que confía principalmente en el mercado para organizar la actividad económica?
Sus planteamientos sobre el mercado, la libertad y el Gobierno son, aún hoy, un modelo fundamental para el liberalismo y para quienes ven en las decisiones económicas libres una condición imprescindible para la libertad política.
Prefacio
de Binyamin Appelbaum
Milton Friedman fue un brillante economista académico, sus contribuciones fueron coronadas con un Premio Nobel, pero aparece en los libros de historia principalmente como intelectual público. Fue uno de los ideólogos más influyentes del siglo XX , un ferviente, implacable y eficaz defensor del capitalismo de libre mercado, y sus ideas reformaron el mundo.
Publicado por primera vez en 1962, Capitalismo y libertad es el manifiesto de Friedman, una declaración de fe en los mercados, un libro al que a menudo se describe con justicia como uno de los más importantes de la posguerra. El mensaje de Friedman es que el capitalismo no es sólo un motor de prosperidad sino que proporciona a las personas libertad económica, una libertad que él consideraba subestimada en los debates de su época: en una economía de mercado, las personas son libres de elegir cómo ganar dinero y cómo gastarlo. Y ni siquiera ésta es una medida completa de los beneficios del capitalismo. Según Friedman, una economía de libre mercado es «una condición necesaria para la libertad política».
Es difícil reconstituir la radicalidad de este argumento a una distancia de más de medio siglo. En el momento de la publicación del libro, el término capitalismo había caído en desgracia; apareció con menos frecuencia en los libros publicados durante la década de 1950 que en cualquier otra década de posguerra, y cuando lo hizo a menudo tenía un sentido peyorativo. La opinión predominante en Estados Unidos, y más aún en Europa occidental, era que la preservación de la libertad política requería límites significativos a la libertad económica, incluida una regulación estricta de los mercados y una redistribución significativa de los rendimientos de la actividad económica. Durante la década de 1960, bajo los presidentes Kennedy y Johnson, los defensores de la gestión activa de las condiciones económicas alcanzaron el apogeo de su influencia. A veces, el gobierno federal parecía estar haciendo una política económica opuesta a lo que Friedman había dicho.
La fe predominante en el Estado nació de los traumas de la Gran Depresión y la Segunda Guerra Mundial, y de avances científicos como los antibióticos y la energía nuclear, que inspiraron confianza en la capacidad de la humanidad para dominar sus circunstancias. A Friedman lo marcaron las mismas experiencias, pero sacó conclusiones muy diferentes. Hijo de inmigrantes judíos de Europa del Este, nació en Brooklyn, Nueva York, el 31 de julio de 1912; poco después de su nacimiento, la familia se mudó a Rahway (Nueva Jersey), donde los padres de Milton se ganaban la vida modestamente como tenderos. En 1928, a los dieciséis años de edad, ingresó en la Universidad Rutgers con la intención de estudiar Matemáticas y convertirse en actuario de seguros. Pero en lugar de eso se interesó por la Economía, y uno de sus profesores lo ayudó a conseguir una codiciada plaza en el programa de posgrado en Economía de la Universidad de Chicago. Allí, en una de sus primeras clases, se sentó junto a Rose Director, quien se convertiría en su esposa y colaboradora. En 1935, con problemas de dinero, la pareja se mudó a Washington D. C., donde Milton pasó gran parte de la siguiente década trabajando para el gobierno federal.
Mientras estuvo en Washington, Friedman ayudó a diseñar el sistema moderno de retención de impuestos sobre los salarios, irónicamente, una herramienta clave en la financiación del estado de bienestar. Durante esos años también comenzó a articular una crítica al creciente papel del Estado en la economía. Argumentó que el mundo era casi místicamente complejo, que el futuro era impredecible y que por lo general las políticas destinadas a mejorar la condición humana sólo lograban empeorar las cosas. Los responsables políticos operaban en la oscuridad, y la mejor política era hacer muy poco y hacerlo con lentitud, una receta que ofreció repetidas veces durante su larga carrera.
Esta visión del mundo fue reforzada por una visión romántica del pasado. Con frecuencia, Friedman contrastaba las desventuras de los responsables políticos bien intencionados con una era anterior imaginada en la que el Estado retrocedía y la sociedad se ocupaba de sí misma, prosperando lo mejor que podía.
También se basó en su experiencia como judío, una minoría entonces sujeta a una discriminación significativa. Al comienzo de su carrera, en parte debido a los prejuicios antisemitas de algunos miembros de la Facultad de Economía, se le negó un puesto permanente en la Universidad de Wisconsin. El remedio de Friedman contra la discriminación era muy diferente a los antídotos que solían respaldar sus contemporáneos. Los movimientos de derechos civiles del siglo XX se definieron por la búsqueda de la protección del Estado; Friedman argumentó, en cambio, que las minorías deberían depositar su fe en los mercados. Escribió: «Es un hecho histórico sorprendente que el desarrollo del capitalismo haya ido acompañado de una importante reducción de las desventajas de determinados grupos religiosos, raciales o sociales en lo referente a sus actividades económicas». Señaló que en un mercado libre la discriminación es prohibitivamente cara —tan cara que hace innecesario prohibir la discriminación—. Las fuerzas del mercado evitarían este problema.