Agradecimientos
Escribir este libro no habría sido posible sin el apoyo, el consejo y el respaldo del catedrático Serhii Plokhii y sus colegas del Instituto de Investigación Ucraniana de Harvard (HURI, por sus siglas en inglés). Estos especialistas comprendieron hace una década que los últimos descubrimientos archivísticos justificaban un nuevo acercamiento a la historia del Holodomor, y no se equivocaban. Varios miembros del HURI me han ayudado en diferentes momentos, pero debo agradecer en especial a Oleh Wolowyna y a Kostiantín Bondarenko, del proyecto MAPA de Harvard, que han realizado una labor extraordinaria en materia de estadísticas, demografía, datos y mapas.
También estoy en deuda con Marta Baziuk, del Consorcio para la Investigación y Educación sobre el Holodomor de Toronto, y su colega de Kiev Liudmila Hrinévich, del Centro Ucraniano de Investigación del Holodomor, que han compartido con gran generosidad su profundo conocimiento sobre el tema. Muchísimas gracias al documentalista Andrew Tkach y a Vladislav Berkovski, del archivo fotográfico del TsDKFFA, por su ayuda con las fotografías. El catedrático Andrea Graziosi, de la Universidad de Nápoles, me ayudó a dar forma al borrador original y me ofreció sabios consejos durante todo el proyecto. Dos historiadoras jóvenes y sobresalientes, Daria Mattingly y Tetiana Bóriak, me han ayudado con la investigación desde Kiev y otras ciudades de Ucrania. Ian Crookston y la catedrática Oxana Míjed, que fueron brillantes estudiantes de posgrado en Harvard, han leído el texto para comprobar la precisión de las fuentes y la transliteración. Otros historiadores ucranianos me han dado recomendaciones y me han permitido consultar sus libros o artículos inéditos. Los menciono a todos en el prefacio, pero me gustaría reiterar aquí mi agradecimiento a Yuri Shapoval y Hennadi Bóriak. A todos los colegas que han leído versiones anteriores del manuscrito, entre ellos Geoffrey Hosking, Bohdan Klid, Lubomyr Luciuk y Frank Sysyn, les estoy muy agradecida. Muchas gracias también a Nigel Colley y Russ Chelak por su ayuda con la historia de Gareth Jones. Asimismo, estoy en deuda con Roman Procyk, del Fondo de Estudios Ucranianos, y con todos sus donantes, sobre todo con Luba Kladko, la doctora Maria Fischer Slysh, Arkadi Mulak-Yatzkivsky e Ivan y Helena Panczak, así como con el Fondo Semenenko del Instituto V. K. Lipinski de Investigación sobre Europa del Este.
Al igual que otras veces, Stuart Proffitt, de la sede londinense de la editorial Penguin, y Kris Puopolo, de la neoyorquina, han formado un brillante equipo editorial transatlántico, y Georges Borchardt ha sido un agente maravilloso. Este es el tercer libro que he podido escribir con la ayuda de este trío; siempre les estaré agradecida. Richard Duguid ha coordinado la producción de la obra desde Londres con la misma eficiencia de siempre, y Richard Mason ha sido un corrector excelente y meticuloso.
Finalmente, quisiera darles las gracias a Radek, Tadziu y Alexander, con cariño.
ANNE APPLEBAUM es columnista para The Washington Post, profesora asociada en la London School of Economics y colaboradora de The New York Review of Books. Entre sus libros anteriores cabe destacar El Telón de Acero, con el que ganó el Premio Cundill y fue finalista al National Book Award, y Gulag, obra galardonada con el Premio Pulitzer en la categoría general de no ficción. Vive en Polonia con su marido, el político polaco Radosław Sikorski, y sus dos hijos.
Título original: Red Famine
Anne Applebaum, 2017
Traducción: Nerea Arando Sastre
Editor digital: Titivillus
ePub base r2.1
Notas
La ganadora del Premio Pulitzer Anne Applebaum arroja luz sobre uno de los más atroces genocidios de la historia de Europa.
En 1929, la gran colectivización puesta en marcha por Stalin forzó a millones de campesinos a entregar el control de sus tierras consolidando así la explotación estatal y el fortalecimiento del régimen soviético. Esta "política" resultó en una hambruna de proporciones trágicas: al menos 5 millones de personas perecieron entre 1931 y 1933 en la URSS, de la cuales 3 millones eran ucranianas.
En Hambruna roja, Anne Applebaum argumenta que esas muertes no fueron accidentales, ni consecuencias colaterales de una mala política pública, sino absolutamente deliberadas y planeadas. Definitivo y devastador, este libro captura el horror de gente ordinaria luchando por sobrevivir un mal extraordinario.
Anne Applebaum
Hambruna roja
La guerra de Stalin contra Ucrania
ePub r1.0
Titivillus 02.07.2019
Жер τ вам
A las víctimas
Lista de mapas
1. La evolución histórica del territorio de Ucrania.
2. La Unión Soviética y Europa oriental, 1922.
3. Ucrania, 1922.
4. Geografía física de Ucrania, 1932.
5. Hambruna, 1932-1934.
Nota sobre la transliteración
Los nombres propios ucranianos, rusos y bielorrusos que aparecen en la edición castellana han sido transliterados siguiendo el criterio de dichas lenguas. Para ello, se ha escogido respetar los criterios de transliteración de la Asociación Española de Profesores de Lengua Rusa, puesto que son los empleados por el Servicio de Traducción Española del Parlamento Europeo. Con objeto de indicar la acentuación de los nombres originales, se han incluido acentos gráficos respetando las normas ortográficas de la lengua española, y se han omitido en los casos en que su uso pudiese entorpecer la lectura de los hablantes de español. Los nombres propios conocidos, como Moscú y Kiev, se han mantenido en sus formas más conocidas, para hacerlos más reconocibles para el lector de lengua castellana. Se ha hecho una excepción con los nombres propios ucranianos o bielorrusos cuyas formas conocidas están tomadas del ruso; como es el caso de Járkiv, en el que se ha optado por una transliteración fonética del nombre original.
Prefacio
Las señales de advertencia eran abundantes. A principios de la primavera de 1932, los campesinos de Ucrania comenzaron a pasar hambre. Informes de la policía secreta y cartas escritas desde regiones productoras de cereal de toda la Unión Soviética —el Cáucaso septentrional, la región del Volga, Siberia occidental— mencionaban a niños con el estómago hinchado por el hambre, familias que comían hierba y bellotas o campesinos que abandonaban sus hogares en busca de comida. En marzo, una comisión médica encontró cadáveres en las calles de una aldea situada cerca de Odesa. Nadie tenía la fuerza suficiente para enterrarlos. En otra aldea, las autoridades locales trataban de ocultarles la mortandad a los forasteros. Negaban lo que estaba ocurriendo, aunque estuviese sucediendo ante los ojos de los propios visitantes.