Conny Méndez - La carrera de un átomo

Cada vez que terminamos de leer un libro de Conny Méndez, queremos leernos otros y casi seguir sin parar hasta agotarlos todos. Para aquellos que ya se conocen las obras completas de la autora de las «palabritas de a centavo» o los que nunca se han topado con un librito de Metafísica, aquí hay una sorpresa: un libro nuevo de Conny Méndez, ¡sí!, un libro póstumo. Algo que nadie sabía que ella había escrito.

Resulta que, prodigiosamente, uno de esos días que parece uno cualquiera pero que no lo es, Diego Gil Velutini, nieto de Conny Méndez, uno de los directores de la Editorial Bienes Lacónica, hurgando dentro de una cantidad de papeles viejos de la familia, dentro de un cajón olvidado, se topó con una serie de papeles con la letra de su abuela y al examinarlos ¡sorpresa!, se encontró con un libro que Conny Méndez había comenzado y que nunca terminó. Hasta el Capítulo IV el libro estaba completo y con un contenido espectacular, donde narra la historia de un átomo desde que se desprende de la Conciencia Divina. Pero desde el Capítulo V en adelante la obra estaba incompleta, apenas Conny había dejado mencionadas algunas frases de temas que seguramente iba a desarrollar pero que, por algún motivo, que podía haber sido falta de tiempo, o simplemente su cambio de plano, hizo que la obra quedara inconclusa.

Para hacer una entrega completa a nuestros lectores de La Carrera de un Átomo, Diego me ha pedido que complete los párrafos inconclusos de los capítulos finales que, por cierto, muchos de ellos están en inglés. Hacer esto es encontrarme una situación parecida a la de Franco Alfaro, cuando tuvo que concluir la Ópera Turandot dejada inconclusa por Puccini, ya que al terminar el segundo acto falleció y a Alfaro le tocó reconstruir el tercero.

Espero que nuestros lectores sepan comprender esta difícil pero solucionable situación. Simplemente me limitaré a explicar los conceptos que Conny asoma colocando un número con su respectivo pie de página y dejando intacta la obra de mi maestra.

A los hijos de Conny Méndez: Julieta Velutini de Gil Santana y Donald Rincones Méndez; sus nietos que laboran en Bienes Lacónica, y nosotros los hijos espirituales de tan insigne maestra, nos complace ofrecer al mundo una obra más de nuestra «eterna Conny».

Que la Divina Presencia de Dios «Yo Soy» bendiga todo el Bien del contenido de estas páginas y que se expanda esta sabiduría espiritual por todos los confines de la Tierra.

RUBÉN CEDEÑO

Toda chispa o partícula que se desprende de la gran fuente de Energía Cósmica a la cual llamamos «Dios» es, por supuesto, perfecta, porque es una miniatura de su lugar de origen. Como es Dios en grado infinitesimal, todo lo contiene en potencia. Todo lo Es ya y llegará algún día a la estatura de un Dios. Por ley natural ella comienza de inmediato a desarrollarse y esto lo hace atrayendo hacia sí misma todo lo que le pertenece en esencias y sustancias para crecer.

El crecimiento que llamamos «evolución» la lleva por todos los universos o donde le sea propicio para adquirir lo que le entre en ganas para manifestar su derecho de vivir como mineral, vegetal, insecto, ave, animal, elemental, hombre, ángel… ya que esa chispa, aún antes de convertirse en la unidad de materia conocida como «átomo», es Energía, Vida, Voluntad, Inteligencia, Autodeterminación y Poder de Atracción, Cohesión, Adhesión, Gravitación y Repulsión. Todo en movimiento continuo, o sea, vibración.

Para que tengas más idea, la energía contenida en un solo átomo podría iluminar a una ciudad entera durante un tiempo determinado.

En lenguaje científico se dice que el átomo es indestructible. En metafísica se dice que la vida no puede morir.

Los científicos dicen que el átomo es la base de la materia. Nosotros decimos que el átomo es espíritu y es materia avanzadísima.

Edison dijo: «Cuando un átomo se une a otro átomo afín, emite olores agradables como quien expresa su satisfacción, produce formas armoniosas. Se unen o se repudian. Unidos en el hombre representan la inteligencia de todos los átomos existentes reunidos».

Las distancias que hay entre un átomo y otro; entre un electrón y su vecino o entre un electrón y su núcleo son, con relación a sus tamaños, equivalentes a las distancias que hay entre un planeta y otro, entre nuestro planeta Tierra y el Sol; o entre nuestro sistema solar y otros.

Vamos a reconstruir la carrera de un átomo. Una carrera hipotética, por supuesto, ya que vamos a ir dando unos saltos gigantescos, cosa que no hace la naturaleza. Ella va fundiendo una especie en la otra, un reino en el otro a la manera del clarear del día, a través de milenios y milenios, a veces tardándose una eternidad en una sola forma como por ejemplo en el árbol milenario, en las capas geológicas de la Tierra etc., pero esta obrita no nos permite sino un resumen muy breve, solo para dar una idea de la marcha evolutiva de un ser humano desde su comienzo.

Nuestro recorrido comienza con el matrimonio de dos átomos de hidrógeno con un átomo de oxígeno. Tuvieron una hija llamada «agua». Por otra parte, se unieron dos átomos de oxígeno con un átomo de silicio y tuvieron un hijo llamado «cuarzo». La tendencia en la Tierra, tanto en lo llamado «inanimado», como en los hombres, es la de reunirse los seres afines y formar colonias. Las aguas andan reunidas en ríos, lagos, nubes; y nuestros dos retoños se fueron la una al mar, y el otro a unas rocas en la playa.

El mar bañaba las rocas incesantemente y no tardó esta unión en producir una capa de verdor sobre ellas. Con el batir de las olas se desprendían trozos de esos hijos de roca y mar, eran barridos playa arriba, se secaban, se desintegraban y nuestro átomo salió al aire a buscar con quien casarse de nuevo; pero había subido de categoría. Ahora contenía cloruro de sodio, yodo, clorofila, silicio, hidrógeno, oxígeno, además de elementos de tierra adentro, adquiridos en su viaje desde la roca. Las posibilidades de matrimonio con nuevas especies se habían ampliado enormemente y reencarnó en la selva. Ya era un átomo algo evolucionado, tenía varias experiencias a su favor; la vida en el agua salina, bajo el sol, en sombra húmeda. Le era posible mostrarse exigente, estaba un poco cansado del agua y se fue a tierras áridas. Renació en un cactus jugoso, porque era de genealogía acuática. Eso no le gustó, había demasiado calor. Añoraba el baño fresco de las olas.

Un día pasaron unos hombres y cortaron el cactus para exprimirle el agua. ¡Envidiable experiencia para la especie vegetal, la de entrar en contacto tan íntimo con un ser humano; mezclarse con los jugos vitales de un hombre!

Convertido en ser superior, hinchado de esencias y experiencias, se graduó de plano y entró en la corriente de los seres vivos. Encarnó en una larva, en un lago tropical.

Era solo una minúscula célula verde, redonda, un estómago con hambre. La experiencia era valiosísima. El problema, para ella gigantesco, era el de cómo apaciguar aquel apetito sin orificio por donde hacer entrar la comida, sin ojos para buscarla, sin medios de locomoción para ir a alcanzarla.

Además, muy pronto pereció tragada por una sardina. Aprendiendo que en la vida también había que defenderse.

Tras varios ensayos frustrantes, todos llenos de peligros y fracasos y que le dieron el deseo de llevar una vida fácil en una fortaleza que la salvara de tanta peripecia, reencarnó en una ostra. Asida a una roca, cubierta por una cáscara que solo tenía que entreabrir para dejar entrar las basuritas que arrastra la corriente y que constituían su comida. Solo tenía un pequeño inconveniente en su vida plácida; la corriente también traía arena que se introducía entre los pliegues de su delicada piel y la arañaban; sacudiendo sus falditas lograba deshacerse de gran parte de aquellos molestos granitos, pero hubo una piedrecita que se alojó allí sin remedio. Pronto descubrió que, a fuerza de sobarla con su propio sudor, dejó de sentirla.