Se truncan los planes de la FAI
Los planes de los dirigentes de la FAI no acababan con la desaparición en la noche del 8 de octubre de los 46 maristas, sus planes eran hacer desaparecer al resto y estaban decididos a seguir adelante con su plan. Les quedaba hacer desaparecer a los otros 62 maristas. Lo harían en las dos noches siguientes en el mismo sitio y del mismo modo. En 24 horas el plan se frustra. Es a través del patrullero de vigilancia Vicenç Subirats, militante de Esquerra Republicana de Cataluña.
Entre los patrulleros que hacían guardia aquel día en el cuartel de San Elías, uno conocía muy bien a Esteve Soler, teniente de Intendencia de la Generalitat de Catalunya y hermano carnal de Pedro Soler, ya que compartía pensión con ellos. El patrullero Vicenç Subirats jugará un papel primordial en esta odisea. Vicenç reconoció a Pedro Soler nada más entrar en San Elías. Lo confirmó al ver a Pedro en los servicios, donde Vicenç estaba de vigilante. Por su amistad con Esteve, pensó la forma de salvarle. Logró convencer al jefe del cuartel de que las ejecuciones de aquella noche sería conveniente empezarlas por los encerrados en las salas de la galería de arriba, en vez de empezar por los situados en los calabozos. ¿Es esta la razón o motivo de que aquella noche comenzaran por los del grupo de cuarenta y dos?
Apenas terminada su guardia, entre las cinco y las seis de la mañana, Vicenç Subirats comienza sus gestiones. Los patrulleros eran transportados en coche al centro de la ciudad y de aquí cada uno se dirigía a sus domicilios. Vicenç al llegar cerca de la plaza de Sant Jaume 11, se bajó allí simulando que la pensión en donde estaba hospedado estaba muy próxima. Vicenç, en lugar de ir a la pensión, se encaminó a las dependencias de los Mossos d’Esquadra situadas en el mismo edificio de la Generalitat. Se presentó como un miembro de las Patrullas de Control y amigo del teniente Esteve Soler, con quien quería hablar. Le comentaron que el teniente acababa de terminar la guardia y se hallaba descansando. Vicenç insistió al jefe de guardia, pues tenía algo muy importante que comunicarle. Fueron a despertarle y al cabo de unos minutos apareció Esteve en pijama. El patrullero después de pedirle mil excusas por presentarse a aquellas horas, le dijo que tenía noticias de su hermano Pedro que le explicó: «En mi turno de vigilancia en la cárcel de San Elías, a la hora de la cena vi a tu hermano con un gran número de presos que parecían curas, su tipo, su forma de hablar y comportarse así los delatan».
El teniente Soler le comentó que su hermano había embarcado el día 7 por la tarde para ir a Francia. Vicenç Subirats le explicó que sobre eso no le podía decir nada. Solo puedo decirte que a tu hermano Pedro lo he visto en varios lugares de las dependencias del cuartel de San Elías y estoy seguro de que era tu hermano.
También te transmito la orden que Aurelio Fernández ha transmitido a los responsables: «Empezad por los de arriba». Llegada la medianoche se llevaron a unos cuarenta que había en el piso de la entrada y a otros cuatro que bajaron del piso de arriba. Me parece que los han llevado a Montcada para allí hacerlos desaparecer.
Sorprendido, Soler comentó:
«Ya le dije a mi hermano que no fuera con sus compañeros, que todo podía ser una trampa de Aurelio Fernández y su comparsa. Pero el día 7 de octubre vino a la fonda un conocido y amigo suyo a avisarle para que se presentara en el muelle Baleares a partir de las ocho, para embarcarse en un barco francés. Le comentó que se había llegado a un acuerdo con Aurelio Fernández y con Vicente Gil, responsable del Departamento de Autorizaciones y Pasaportes, que se comprometían a llevarlos al puerto de Marsella. Los argumentos parecían tan convincentes que mi hermano los creyó. Le di ochocientas pesetas y se fue al puerto.
Pues mira, amigo Esteve —replicó Vicenç Subirat— en estos momentos ya nadie tiene nada, y le explicó cómo se lo habían quitado, por decirte no tienen dinero, ni relojes… lo sé porque así me lo han contado los del turno de tarde. Por favor, Esteve, bien sabes que me estoy jugando la cabeza, no digas de donde te viene la noticia. Para más seguridad te diré que la última vez que he visto a tu hermano ha sido hacia las cuatro de la mañana. Como en el sótano no hay lavabos, de vez en cuando subían escoltados en grupos de tres o cuatro para hacer sus necesidades al piso donde yo estaba. Vi a tu hermano que subía en uno de los grupos y antes de que él me viera, me senté de prisa en un sofá, con los brazos delante de la cara, agachado, apoyado en el fusil, como que dormía. Creo que no me reconoció, aunque me parece que miró hacia mí. Me llevé un buen susto».
Confirmado que su hermano estaba preso en los calabozos de San Elías y corría el peligro de que se lo llevaran en la próxima salida para el cementerio de Montcada, el teniente Soler se puso inmediatamente en marcha. Visitó primero la sede del Departamento de Autorizaciones y Pasaportes, situada en la avenida Diagonal esquina paseo de Gracia, en una torre requisada a la familia Bertrand Serra. Como conocía a Vicente Gil, lugarteniente de Aurelio Fernández, que había liberado en otra ocasión a su hermano Pedro, detenido por las Patrullas de Control, a él se dirigió. Llegado a su despacho, Esteve le dijo: «Te vengo a molestar por segunda vez y a pedirte otro favor para mi hermano que está preso en San Elías». Vicente Gil le respondió que en este asunto nada podía hacer él, todo dependía de Aurelio Fernández, y que fuese a verle. El mismo Vicente le telefoneó.
Personado Esteve Soler en el despacho de Aurelio, le manifestó: «que había oído comentarios entre los agentes del encarcelamiento de un grupo de frailes maristas en San Elías, entre los cuales se encuentra un hermano mío, por quien vengo a interceder». Aurelio le respondió: «Es verdad lo que dices. Esta noche hemos hecho desaparecer a un grupo de ellos, si en él está tu hermano, mala suerte; y si está vivo aún, que lo dejen salir. Le entregó una autorización firmada».
Esteve Soler se trasladó en un coche de la Generalitat a San Elías. Eran las cuatro de la tarde cuando habló con el responsable del cuartel y le mostró la autorización de Aurelio Fernández. El responsable de la cárcel accedió a conceder la libertad de su hermano Pedro Soler. Acompañado de un patrullero, entró con pistola en mano en el calabozo y en alta voz gritó: ¿Hay aquí algún empleado de la Generalitat? Nadie contestó. Salió luego y volviendo al cabo de poco tiempo, y en voz alta pronunció el nombre y apellido del detenido Pedro Soler. Desde el lugar donde estaba sentado que era en la primera ventana de la derecha, contestó y levantándose fue siguiendo al patrullero que le comentó que su hermano, oficial de los Mossos d’Esquadra, le había venido a buscar ya que había conseguido su liberación y sin más preámbulos se lo llevó en el mismo coche de la Generalitat que le había traído. Pedro Soler permaneció oculto en las dependencias de la Generalitat hasta el 3 de mayo de 1937. La salida de Pedro Soler de San Elías resultó ser la salvación de los otros maristas. Más adelante veremos cómo.
Cómo se escribe la historia…
Intervención de Juan García Oliver
Este caso de los maristas pasó a la Comisión Asesora Política formada por militantes anarquistas de prestigio en la organización —tales como Juan García Oliver— quien tenía como misión pasar información al Comité Federal Anarquista de las actuaciones de personas y hechos.
Uno de los hechos analizados, según testimonio del propio Juan García Oliver, fue la participación de los dirigentes de las Patrullas de Control en el chantaje a los maristas. En sus memorias así lo narra:
Sobre aquel enojoso caso de los maristas, cuando me enteré pormenorizadamente, sentí indignación contra mí mismo. Me reprochaba haber hecho desistir a Mariano Vázquez alias Marianet de pasar el asunto a Irujo a la expedita acción de su Comisión de Investigación que tan eficientemente dirigía Manuel Escorza.
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