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Erving Goffman - Los momentos y sus hombres

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Erving Goffman Los momentos y sus hombres

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Erving Goffman es objeto en este libro de una biografía intelectual (el origen social del pensador, su estancia en la universidad, su lectura de Freud y Proust) a la que siguen seis textos absolutamente representativos de su obra. Un entrevista y una bibliografía completa acaban de perfilar el conjunto, que se convierte así en una sólida y atractiva introducción a uno de los pensamientos más renovadores de la sensibilidad contemporánea.

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Habrá que confiar de entrada la hipótesis que va a ordenar los datos recogidos - photo 1

Habrá que confiar de entrada la hipótesis que va a ordenar los datos recogidos acá y allá durante estos años pasados: la obra de Goffman es una autobiografía; trivial proposición, sin duda, que podemos enunciar sobre cualquier escritor sirviéndonos de principios explicativos tomados del psicoanálisis (desplazamiento, condensación, etc.), o de las ciencias sociales (táctica de reconversión, adecuación entre la disposición y la posición, etc.), proposición menos corriente, sin embargo, tratándose de un sociólogo. Después de todo, apenas se dice que Parsons esté en su obra (y, por lo demás, el término «obra» sólo puede aplicarse a los trabajos de muy pocos sociólogos: éstos, en su mayoría, se dedican a acumular libros más que a elaborar una unidad armónica, penetrada de una idea general del mundo social). Hablar de autobiografía en cuanto a la obra de Goffman es curioso, de todos modos, porque él no aludió nunca a su vida en sus escritos (exceptuando lo muy concreto de sus experiencias sobre el terreno, que corresponden a su vida profesional: la isla de las Shetland y el hospital Sainte-Elisabeth de Washington). Al contrario que otros sociólogos, sobre todo de Estados Unidos, no recurrió nunca a sus recuerdos juveniles para ilustrar sus argumentos, no practicó nunca la entrevista, el texto de memorias, ni el «diario». Su vida privada parece totalmente opaca e independiente de su obra. No obstante, podemos proponer que Goffman, del mismo modo que Flaubert, «reproduce indefinidamente en su obra la posición que ocupa en la estructura social». A esta hipótesis me han llevado dos comentarios:

El primero es el de La presentación de la persona, de Luc Boltanski. Después de haber expuesto la herencia intelectual de Goffman, Boltanski sugiere que nos remontemos allende la obra para aprehenderla:

Para comprender la intuición en que se basa la obra de Goffman, y que ordena su particular entendimiento del orden social, según la cual las relaciones entre individuos (del mismo modo que las relaciones entre Estados) son siempre relaciones de fuerza basadas en el simulacro, seguramente tendríamos que poder remontarnos, en la génesis de la obra, allende el instante, relativamente arbitrario, en que ésta se objetiva en lo escrito, y aun allende el tiempo en que, mediante el aprendizaje racional del oficio, su autor adquiere el hábito científico, para llegar a las experiencias sociales anteriores que son constitutivas del hábito de clase. En efecto, el hábito científico no goza nunca de una independencia total del hábito de clase que le preexiste y en el cual se fundamenta, de suerte que la obra científica, como la obra literaria, encierra siempre el rastro de la trayectoria social de su productor.

Pero, ¿cómo llegar a las «experiencias sociales» de Goffman a fin de reconstruir su «hábito de clase». Según él, en esta experiencia compartida (el paso al Oeste, paso a la vez geográfico, religioso y social), encuentran las comunidades judías de Europa y América una relación común en el mundo.

La primera objeción, sin duda, a la exposición de Cuddihy es que la condición judía no es específica en esta materia: sus dificultades de asimilación son las de cualquier grupo o individuo en tránsito de una cultura a otra o de una clase social a otra. Cuddihy rodea el obstáculo estudiando detalladamente tres carreras, las de Freud, Marx y Lévi-Strauss. Durante la marcha, los incorpora a conjuntos más vastos, de los que surgen los nombres de muchas personalidades judías europeas y americanas. Ciertamente, va demasiado lejos y demasiado deprisa. Pero su interpretación de que Freud medicaliza, bajo la forma de «síntomas», la irrupción en público de ciertos rasgos de una identidad judía todavía mal reprimida da que pensar, sobre todo, cotejándola con la de Lydia Flem, más comedida, en Freud et ses patients.

En el capítulo «Un Juif viennois», muy documentado, Flem muestra cómo ganó Freud poco a poco su clase y su puesto en el seno de la «familia occidental»:

Su descubrimiento del psicoanálisis ocurre sobre la base de la carrera más singular, más autobiográfica: el ascenso de un joven judío llegado de Moravia, procedente de una familia de comerciantes de la Galicia polaca, al seno de la burguesía liberal y universitaria vienesa.

Y no podemos eludir la realización de un cotejo con Goffman.

¿No encontraremos en su vida de hijo de inmigrantes judíos la experiencia «constitutiva del hábito de clase» de que hablaba Boltanski? La obra de Goffman, ¿no será, como la de Freud, la autobiografía de un ascenso social? Quizá la respuesta esté en los datos.

Erving Goffman, dicen todas las notas biográficas, nació el 11 de junio de 1922 en Mannville (Alberta). Pero, de hecho, pasó la infancia y la primera adolescencia en Dauphin, al norte de Winnipeg. Sus padres, Max y Ann, nacieron en Rusia, quizás en Ucrania. Dauphin es una de las primeras colonias ucranianas de Manitoba. De 1897 a 1914, se establecen en las llanuras canadienses 200.000 inmigrantes ucranianos (de Rusia y la Galicia polaca). Entre esta población nueva, en cualquier parte, tenemos a los Goffman. Son mercaderes judíos que han acompañado a los emigrantes. Como en Ucrania (y en toda Europa Oriental), estos mercaderes son integrados y rechazados a la vez. Sus «compatriotas» compran en sus «tiendas de todo» lo que necesitan, pero convencidos de que se dejan engañar. Así, el reverendo Nestor Dmytriw, aconsejando a los inmigrantes de fecha reciente en Svoboda, diario de los ucranianos de América del Norte, escribe en el número del 10 de junio de 1897:

5) Compren todo lo que necesiten en Winnipeg, porque en Edmonton y en Dauphin los precios son dos o tres veces más altos.

6) No compren en las tiendas judías, sólo en las aprobadas por la Cámara de Inmigración. Tendrán mejor calidad a mejor precio.

Goffman crece en este ambiente de solapada hostilidad aldeana. Posteriormente, dirá a su colega Dell Hymes: «Usted olvida que yo he crecido (en yídish) en una ciudad en la que hablar una lengua extranjera acarreaba la sospecha de homosexualidad».

Por suerte, está Winnipeg. Si, a comienzos de los años treinta, Dauphin no cuenta más que sesenta familias judías, en Winnipeg hay más de diecisiete mil.

Parece que, en Saint John’s, Goffman es el brillante mal alumno. Sus compañeros lo llaman «Pookie», nadie sabe ya por qué. Es muy bajo, pero musculoso. Es muy fuerte en las paralelas y en el potro. Además, está loco por la química: hasta se ha hecho un laboratorio en casa. Y en la fiesta de baile de fin de estudios, en mayo de 1939, lanza en la sala bombas fétidas de fabricación casera...

Detengámonos en esta imagen, demasiado caricaturesca para ser cierta: Goffman, adolescente rebelde y marginal, judío, hijo de inmigrante y provinciano; Goffman, presto a partir a la conquista del mundo occidental, igual que Sigmund Schlomo Freud, hijo de Jacob, mercader ambulante de la Galicia polaca. ¿Cómo no dejamos llevar por este fácil paralelismo? ¿Cómo retener la singularidad de una vida que parece desenvolverse de acuerdo con un modelo novelesco tan clásico? La contestación no puede ser inmediata.

Volvamos al relato. Goffman ingresa en la universidad en 1939. Se queda en Winnipeg, en la universidad de Manitoba. Escoge como especialidad... Química, naturalmente. Además, la sociología todavía no existe en la universidad de Manitoba en 1939». En efecto, muchos eran los intelectuales reunidos en el N.F.B. que se apasionaron por el cine y que, después de la jornada laboral, se reunían para ver y discutir una película, leer un guión..., o reformar el mundo de la posguerra. Es poco probable que Goffman quisiese reformar el mundo —para eso le faltaba todavía entrar en él—, pero no sería nada aventurado imaginar que la moviola sustituyó el laboratorio de sus 15 años.

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