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Teresa Oñate - Postmodernidad

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Teresa Oñate Postmodernidad

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La Postmodernidad filosófica como postmetafísica (crítica del cientifismo tecnocrático) y como posthistoria (crítica del desarrollismo y el tiempo lineal colonialista) encuentra sus máximos exponentes en Jean-François Lyotard y Gianni Vattimo, que arremeten por igual contra las vertientes más violentas del Positivismo, en la época global del nihilismo cumplido y el capitalismo de consumo. Como alternativa, ambos ahondan en los paradigmas pluralistas post- estructuralistas y retórico-hermenéuticos, abriendo vías para el pensar-vivir tan rigurosas como creativas en obras como La Condición Postmoderna y Las Aventuras de la Diferencia. Este libro se centra, por ello, en estudiar los lenguajes y aporías; los límites y condiciones de posibilidad racional que restan para nuestro mundo actual; las alteraciones y retos que nos atraviesan y las diferencias esenciales que nos interpelan o potencian. Y lo hace de la mano de Lyotard y de Vattimo, probablemente dos de los más lúcidos ontólogos de todos los tiempos.

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Introducción. La postmodernidad filosófica

Incluso si nos ceñimos al ámbito de la filosofía y no tenemos en cuenta ahora las declinaciones de la postmodernidad en literatura, arquitectura, historia, antropología, derecho, politología, y, en general, en todas las ciencias sociales; así como tampoco consideramos ahora la postmodernidad como época político-económica de afianzamiento global del capitalismo (con hitos de distinto signo, como el Mayo del 68, la caída del Muro de Berlín en 1989, las guerras del Golfo, de Iraq y tendencialmente de Irán, etcétera; véase la Cronología), nos encontramos con un panorama filosófico impresionante.

Durante los años cuarenta y cincuenta el segundo Heidegger (tras la «vuelta o retorno: Kehre» de su pensar, a mediados de los años 30) se convierte en todo un pionero gracias a obras como La carta sobre el Humanismo, Conferencias y Artículos o Identidad y Diferencia; más tarde, en 1961 publica sus dos volúmenes sobre Nietzsche e instaura así la crítica filosófica postmoderna a la modernidad racionalista, a la burguesía y al capitalismo (como alteración y de-limitación de la violencia de una modernidad desmesurada). Y casi a continuación culmina su obra pues el arco que iniciara en 1927 el primer Heidegger con su Ser y tiempo se ha desplazado ahora hasta el espacio (temporal) del lenguaje del ser con el escrito de la conferencia Tiempo y ser (1962). En esa época, en 1960 Hans-Georg Gadamer publica Verdad y Método, por donde fluye y se consagra la corriente hermenéutica como crítica de la Ilustración; en 1966 ve la luz Las palabras y las cosas, de Michel Foucault, que abre el cauce postmoderno al postestructuralismo; y Jacques Derrida publica casi simultáneamente De la gramatología y La escritura y la diferencia en 1967, con lo que inicia la «deconstrucción». A estas obras les siguen otras como Diferencia y repetición (1968), de Gilles Deleuze; Vigilar y castigar (1975), de Foucault; Mil mesetas (1980), de Deleuze con Felix Guattari; Imperio (2000), de Negri y Hardt, y un inagotable elenco de obras, conferencias, artículos y autores cuya labor teórico-crítica, tan rigurosa como creativa, se puede incluir en las tres corrientes mencionadas: la hermenéutica, el postestructuralismo y la deconstrucción (sin olvidar sus distintas combinaciones con otros movimientos teóricos de amplio alcance como el «neopragmatismo» americano o el «feminismo de la diferencia», entre otros).

Estas son algunas de las corrientes que, a lo largo de más de medio siglo (desde mediados del xx hasta nuestros días), consiguen crear un mapa filosófico vivo, sumamente dinámico, cambiante y muy creativo. Un rico arco filosófico que se tensa gracias a la incorporación de las obras de Jean-François Lyotard y Gianni Vattimo. De este modo, el mapa de las corrientes de la postmodernidad filosófica obtiene el relieve de una auténtica Edad de Oro para la filosofía en la postmodernidad, solo comparable a las grandes cumbres del Idealismo alemán, el Barroco, el Renacimiento, el Medioevo o la filosofía griega durante la época clásica y arcaica, y cuyos frutos son leídos ahora por los filósofos postmodernos de otro modo, prestando atención a lo no-dicho y no-pensado, o a lo colonizado o silenciado en todas esas obras de arte que han llegado hasta nosotros como una retransmisión de ecos y huellas, y cuya diferencia nos constituye y nos permite discutir lo perentorio del presente hegemónico: distorsionarlo, ironizarlo, dislocarlo. De este modo nace la «filosofía postmoderna de la diferencia y la alteridad», a la que el mismo Lyotard bautizó tras publicar La condición postmoderna (1979) y La postmodernidad explicada a los niños (1986), y que alcanza su cima en cuanto a difusión mediática se refiere con Las aventuras de la diferencia, El final de la modernidad o El pensamiento débil, de Vattimo.

A la hermenéutica, a la deconstrucción, al postestructuralismo, al neopragmatismo y al feminismo de la diferencia, se les suman también amplios movimientos sociales, como los pacifismos, ecologismos, izquierdas anticapitalistas, grupos decrecentistas y las corrientes antiglobalización. El conjunto obtiene así, hasta el momento, una cartografía bastante completa de las prácticas del pensamiento crítico postmoderno en nuestros días, sin olvidarnos de las distintas aportaciones en soportes audiovisuales, virtuales y mediáticos, de inclinación tanto estética como difusiva y política.

Centrémonos ahora en las cuestiones y problemas más característicos de la filosofía postmoderna, que se plantea como un pensar-vivir de la Alteridad y la Alteración; la Diferencia y el Diferimiento; la Pluralidad y la Plurificación. Así, todas las corrientes mencionadas se contraponen al fundamentalismo dogmático del pensamiento único, al relativismo individualista que multiplica los unos des-conectados al infinito numérico (pues los individualistas han perdido los nexos del logos-enlace comunitario político, participativo y son como meros números aislados; cada uno de los cuales se cree único: otra figura del Uno) y al dualismo dialéctico o dicotómico. La Postmodernidad aboga siempre y cada vez por la participación activa en el lenguaje del bien común: instituciones, obras sociales, públicas, educativas, culturales, de la salud y de la participación ciudadana comunitaria, en general. Por otra parte, la base que comparten todas las corrientes postmodernas (aunque cada una la elabora de un modo diferente) se centra, como crítica, en la puesta en cuestión de lo siguiente:

1) El positivismo cientifista como racionalidad hegemónica. 2) El positivismo historicista o desarrollista del mito del progreso. 3) El sujeto (fundamento-origen) que se pretende autónomo y no contextuado. 4) El antropocentrismo y el eurocentrismo colonialista. 5) La recusación del tiempo lineal y el espacio extenso cuantitativo como modelos inadecuados (ónticos) para el tratamiento (ontológico) de los mundos de la vida. Y, finalmente, 6) La crítica de la cosificación que imprime la lógica del dominio y la explotación, basada en la primacía de lo idéntico y de la fuerza (el hombre blanco sobre la mujer y los de color; el heterosexual sobre el homosexual; el rico sobre el pobre, etcétera). Todo ello a expensas de los derechos de la alteridad, a los cuales acuden los postmodernos no solo desde la crítica, sino también desde la alternativa:

1) El pluralismo retórico-hermenéutico de todos los otros lenguajes racionales de sentido.

2) Otras ontologías de la temporalidad y la espacialidad no lineales ni extensas, ni basadas en el movimiento sucesivo, sino en la sincronía y el devenir del ser que no se puede confundir con el ente.

3) La liberación de todo lo otro: los otros pueblos y las restantes culturas animadas de la tierra, lo cual incluye tanto a la naturaleza y lo animal, brutalmente violentado, como a lo divino y sagrado indisponible, inutilizable, olvidado por las sociedades racionalistas modernas del dominio; alteridades que la postmodernidad se apresta a liberar: renombrar y reafirmar. Lo cual entraña la elaboración de otras teologías políticas y otras filosofías de la historia; pues si con la interpretación teológico-política y antropocéntrica de Agustín de Hipona, siguiendo a Pablo de Tarso y a un cierto uso de Platón, se instaura el gran meta-relato de la Historia de la Salvación de la Humanidad; luego secularizado por las Ilustración y dejada (la salvación) en manos de la ciencia-técnica, la economía, etc. una vez deslegitimizado tal meta-relato; una vez «muerto ese dios falso» —el de las teodiceas—, ¿qué es, entonces, lo divino y lo sagrado verdadero? ¿Qué papel juega en la vida de los pueblos y culturas? ¿Qué lenguajes comunitarios y racionales le corresponden? Y ¿qué historicidad política nos cabe tener ahora si ya no queremos ni podemos estar en la violenta historia de la salvación? La Postmodernidad insiste en todos estos interrogantes una y otra vez, y para responderlos reelabora la ontología del espacio y el tiempo: se da la vuelta a los pasados y descubre que no estaban cerrados (nunca interpretados de una vez por todas, ¿por quién?, ¿por los vencedores?), que seguían siendo posibles: pasados posibles grávidos de futuros. Así se acuña la noción del «futuro anterior» y se subvierte la violenta costumbre (lineal) de «superar» los pasados y dejarlos atrás sin heredarlos

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