François Dubet - Lo que nos une: Cómo vivir juntos a partir de un reconocimiento positivo de la diferencia
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- Libro:Lo que nos une: Cómo vivir juntos a partir de un reconocimiento positivo de la diferencia
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- Editor:Siglo XXI Editores
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- Año:2019
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François Dubet
LO QUE NOS UNE
Cómo vivir juntos a partir de un reconocimiento positivo de la diferencia
Traducción de
Georgina Fraser
Dubet, François
Lo que nos une: Cómo vivir juntos a partir de un reconocimiento positivo de la diferencia.- 1ª ed.- Buenos Aires: Siglo Veintiuno Editores, 2017.
Libro digital, EPUB.- (Sociología y política)
Archivo Digital: descarga
Traducción de Georgina Fraser
ISBN 978-987-629-751-6
1. Discriminación. 2. Minorías culturales. 3. Minorías étnicas. i. Fraser, Georgina, trad.
CDD 305.8
Cet ouvrage a bénéficié du soutien des Programmes d’aide à la publication de l’Institut français
Esta obra cuenta con el apoyo de los Programas de Ayuda a la Publicación del Institut Français
Título original: Ce qui nous unit. Discriminations, égalité et reconnaissance
© 2016, Éditions du Seuil et La République des Idées
© 2017, Siglo Veintiuno Editores Argentina S.A.
Diseño de portada: Eugenia Lardiés
Digitalización: Departamento de Producción Editorial de Siglo XXI Editores Argentina
Primera edición en formato digital: julio de 2017
Hecho el depósito que marca la ley 11.723
ISBN edición digital (ePub): 978-987-629-751-6
De un tiempo a esta parte, si no desde siempre, las mujeres y las minorías étnicas, culturales y religiosas han sido víctimas de discriminación. Sin embargo, estas injusticias permanecían invisibles en tanto formaban parte del orden “normal” de las cosas. Hoy en día, este estado de hecho es cosa del pasado: la lucha contra la discriminación está en el orden del día de todas las agendas políticas.
A lo largo de los años, la “nueva” figura de la discriminación se fue incorporando a la representación de las “viejas” injusticias, las desigualdades económicas. Donde antes sólo se veían clases sociales y explotación, actualmente se ven grupos e individuos discriminados en función de lo que son: orígenes, color de piel, fe, sexo, sexualidad (es decir, en función de su identidad).
Ahora bien, entre los individuos o grupos “minoritarios” –ya sean aquellos que se definen de ese modo o aquellos que la sociedad mayoritaria señala como tales– fue emergiendo una poderosa necesidad de reconocimiento. Entonces, el problema de la discriminación, esa forma de exclusión moral y social, puede desembocar tanto en una exigencia de igualdad, un esfuerzo para fusionarse en la masa o una suerte de “perfil bajo”, cuanto, por el contrario, en una reivindicación de reconocimiento, una manifestación pública de dignidad.
Una demanda de igualdad e invisibilidad, por un lado; la necesidad de reconocimiento e identidad, por el otro. Esas son las dos caras de la modernidad: una exigencia de igualdad y respeto, que se suma a una demanda de autenticidad y singularidad. ¿Cómo podemos ser iguales y diferentes a la vez (Touraine, 1997)? El único modo de escapar de este atolladero es construir un tercero que defina lo que tenemos en común. Al reconocimiento del “quién”, hay que oponer el reconocimiento del “qué”. A la cuestión de la mera igualdad de oportunidades, hay que añadir lo que se tiene en común y la igualdad social. Contra la guerra de las identidades, hay que optar por la construcción de lo social.
Para intentar sustraerse de un clima intelectual y político colmado de una suerte de vértigo identitario, es necesario bajar a tierra y borrar (todo cuanto sea posible) las distancias respecto de las adversidades por las cuales pasan las personas discriminadas. El hecho de que la discriminación siempre ponga en duda la igualdad e identidad de los individuos no significa que provenga de experiencias comunes y homogéneas. Estas pueden ser intensas o parecer aleatorias y no todas tienen la misma intensidad, que puede depender de la violencia de los estigmas sufridos o del hecho de que uno sea un profesional cualificado y socialmente integrado o un joven sin empleo en un suburbio “guetizado”.
La discriminación causa heridas tan profundas e íntimas que pone a prueba hasta el propio carácter de los individuos. Algunos la viven como una experiencia total, otros hacen como “si no existiera”. Unos piensan que se les impone una identidad en la que no se reconocen, mientras que otros la reivindican a viva voz y vuelven el estigma contra quienes los relegan a ella. Sin embargo, la discriminación siempre es una prueba que superar, un dolor y una amenaza, ya que quiebra la fluidez de la vida social.
Más tardíamente y con más timidez que otros países, Francia implementó disposiciones jurídicas y políticas para luchar contra la discriminación y asegurar cierta igualdad de oportunidades. Fue entonces cuando el derecho comenzó a actuar contra la discriminación, el racismo y el sexismo. Desde hace unos quince años, secretarías de Estado, agencias y dispositivos buscan promover la “diversidad” y combatir la discriminación cotidiana, laboral, habitacional, gubernamental o mediática. Aquí y allí se esbozaron algunas políticas de discriminación positiva, principalmente en el sistema escolar. Sin embargo, salvo la ley que impone la paridad entre hombres y mujeres en el acceso a la representación política, se impone la evidencia de que la mayor parte de las medidas son modestas y que sus efectos resultan tan poco conocidos como limitados.
¿Cómo se explica la distancia que existe entre los problemas, la pasión política que suscitan y la relativa tibieza de las soluciones propuestas? En realidad, no hemos logrado sentar las bases de una filosofía política capaz de justificar una discriminación positiva osada y eficaz, aunque en profunda contradicción con lo que, por comodidad, suele denominarse “modelo republicano” de indiferencia de las diferencias. Además, nada asegura que los grupos e individuos afectados por la discriminación pidan y apoyen estas políticas. Ellos consideran que sigue resultando muy difícil denunciar la discriminación sufrida, probarla y hacerse cargo del costo financiero, social y personal de una lucha en la que se exponen como víctimas. La creencia en la meritocrática igualdad de oportunidades lleva a que uno se sienta discriminado cuando las pruebas no son equitativas y, a la vez, a que no se defina como un sujeto que ha renunciado a ser dueño y responsable de su vida.
El retorno de lo reprimido que provoca la discriminación es tanto más intenso y radical cuando afecta el reconocimiento de las identidades que cuando sólo concierne a la justicia social. Los debates sobre el reconocimiento se vuelven más vehementes cuanto más tibia y confusa es la acción pública. Mientras que la lucha contra la discriminación se inscribe a priori en un relato poco discutible de la justicia social fundada en la igualdad –la articulación entre igualdad y mérito–, el reconocimiento de las “minorías” interpela la representación que la mayoría se hace de sí misma. Reconocer una identidad minoritaria y singular igualmente respetable supone revisar el propio relato identitario y concebirse a uno mismo como parte de una “minoría”, aunque sea mayoritaria según las estadísticas.
Ahora bien, por naturaleza propia, el desafío en la dimensión imaginaria y simbólica es menos negociable que las jerarquías sociales y los intereses involucrados en la lucha contra la discriminación. Y cuando atañe a los fundamentos imaginarios de la nación, el civismo y el laicismo, la lucha de las memorias e identidades parece no tener solución. Lo mismo sucede con el reconocimiento de los derechos de las minorías sexuales: para algunos, estos ponen en tela de juicio los fundamentos “naturales” de la familia y la filiación (Théry, 2016). Aceptar el matrimonio homosexual, el contrato de gestación, la reproducción asistida y la adopción por parte de parejas homosexuales no sólo es ser permisivo e indulgente con las minorías, también es aceptar implícitamente que la familia heterosexual tradicional sólo es una entre varias formas de “construir una familia” (y muchos se niegan a aceptarlo).
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