Rubén Darío - Prosa dispersa
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Prosa dispersa: resumen, descripción y anotación
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En los vuelos de capote
con el toro que va y viene
juega, al estilo andaluz,
en una clásica suerte
complicada con la muerte
y chorreada de luz…
Elegante
y valiente;
y con una seriedad
conveniente,
va burlando
la feroz acometida
y jugando
con la vida
ágilmente.
(Véase Fuentes
lanceando.)
Y llegan los picadores, pesados, cargados de plomo, en sus flacos rocinantes mártires, con sus largos picos, a sufrir el embate de la bestia fiera, para cansarla, para prepararla a las suertes subsiguientes.
Un montón
de correas y de astillas
y de carne palpitante
y sangrante…
Un fracaso de costillas
con estruendo…
Correajes perforados
y hebillajes
destrozados…
Sangre en tierra…
Polvo, un grito. ¡Una ovación!
Y la paz en un charco
de sangre mala y negra,
y aquellos dientes fríos y amarillos…
Un azadón, un esportón de tierra,
y aquel montón de arreos
que, como cosa muerta,
junto del jaco muerto
están sobre la arena.
Después son las banderillas, esa suerte, quizá la más dificultosa del toreo, para la cual se diría precisas las aladas taloneras de Mercurio. Machado describe en cuatro rasgos la agilidad, la esbeltez, la seguridad del torero en el asombroso trabajo.
Temporada Vitaliani
Estreno: «La figlia di Jefte»,
por Felice Cavalloti.—«Niobe»,
por los hermanos Henry y
C. A. Paulton
NA nueva compañía italiana que se da a conocer en Buenos Aires bajo la agradable protección de ese armonioso y sonoro nombre: Italia Vitaliani.
La fama había anunciado ya a la actriz recién llegada, aunque no con las trompetas que avisan el paso de la Duse, y aun de la preciosa Tina di Lorenzo. El estreno de anoche ha demostrado a través de los inconvenientes de una obra cual la elegida, que la Vitaliani es algo más que lo que se califica con el fácil adjetivo de «discreto». Ya en el principio, en la representación de la delicada pieza de Cavalloti, logró manifestar que hay en ella cualidades que, si no se imponen de luego, se hacen notar favorablemente.
Que Italia, tierra de la antigua farsa, es país de comediantes, es cosa bien sabida desde que Cyrano de Bergerac señaló el don en cada italiano. Si le faltan autores, actores le sobran. De la Mandrágora, de Maquiavelo, a las tentativas modernas de Praga, cuán poca cosa si se compara con el acervo escénico de las otras grandes naciones; pero, sin ir muy lejos, de Gustavo Modena a Novelli, ¡qué hermosa sucesión de intérpretes artísticos! La gloria de las actrices italianas no palidece delante de ninguna extraña gloria, y bien pueden nombrarse después de Rachel y Sarah, a la Ristori y a la Duse.
Hemos visto ya cómo se levanta la bella Tina, y cómo Virginia Reiter, en su espléndido otoño, encanta y atrae y se coloca en un alto lugar.
Los cómicos italianos son los más cosmopolitas del mundo en la elección de sus obras. Ellos dan a conocer tanto lo escandinavo de moda como lo francés olvidado o lo alemán recientísimo. Ellos se atreven a obras que en París mismo son dadas en teatros especiales, y para auditorios restringidos y selectos; y presentan valientemente a Ibsen o a Mæterlink ante públicos que están demasiado satisfechos con los repertorios fáciles de comprender, y poco afectos a novedades abstrusas que no vienen bien para las tranquilas digestiones. Compréndese que la compañía de la Vitaliani, en vez de estrenarse con la Anabella, de Ford, por ejemplo, nos haya dado la Niobe, de los Paulton.
La Niobe ha hecho reír; ha dado ocasión a que la graciosa Italia, en su peplo griego, haya mostrado personales riquezas y haya declamado de manera que se le aplaudió sus grotescos endecasílabos.
Pero hay quienes hubieran preferido reír menos y tener alguna más de alto arte. Después de la delicada obrita de Cavalloti, habrían deseado algo distinto a ese parto del humor británico, Niobe.
Es ella una obra para las grandes risas de un grueso público; una obra por un lado comparable a Orphée aux enfers, sin música, y por otro, a las pantomimas de los circos. Los hermanos Paulton fabricaron esa cosa con absoluta comprensión del reinante gusto actual; el Strand se llenó en Londres más de seiscientas veces; los yankees se deleitaron con la estupenda machine; los alemanes la aplaudieron en su Lessings Theater, y cuando los públicos latinos la conocieron, se desencuadernaron a carcajadas.
Ciertamente, en el país de los scholars no podía faltar aún en tan inepta creación como esta, el muestrario clásico. De cuando en cuando Footit rememora a Sófocles, en versos griegos. Y míster Peter Dunn, hombre de seguros, conoce perfectamente la fábula de Anfión.
Por el ansia de lo extranjero han ido a buscar al escueto teatro inglés contemporáneo bufonerías como esta y la famosa Charley’s aunt, con que no hace mucho tiempo hizo desternillarse a nuestro público el hábil Seigheb.
Es indudable que, una nueva manera de hacer reír, no dejará de ser solicitada.
El eterno asunto de los cocus y las eternas suegras en berlina; los fáciles intríngulis sobre manera repetidos; las rebarajadas escenas de las siempre usadas comedias, debían ser reemplazadas, y el reemplazante ha sido el payaso, que suaviza sus gracias y quita su colorete al pasar de la pista a las tablas. Pero Mr. Dunn, no podía negar, por más que quisiese, su parentesco estrecho con el perilustre Tony. He aquí lo que hoy sucede en la Gran Bretaña a la feerie del gran Will: los inventos exportables y productivos de los Brandom Thomas, Paulton y Compañía.
El argumento de la obra es ya conocido de los lectores de La Nación. Sin diálogo, y al son de una música más o menos sugestiva, sería la obra una agradable pantomima.
Han dado los actores que en esta comedia se han presentado, muestra de innegable talento, pues se esforzaron por contener la clownería en momentos en que lo bufo llegaba al colmo.
Niobe, por otra parte, no ofreció toda la beldad que cuentan la leyenda y los carteles.
De lamentar es que se haya elegido para obra de estreno, en Buenos Aires, la pieza de que nos ocupamos.
Se ha reído, ciertamente. Pudiera ser que si no los seiscientos llenos del Strand, alcanzase unos cuantos el Victoria. Pero no juzgamos a propósito para la presentación de una artista que se tiene como tal, en grado más que común, una producción en que el arte no aparece, y la alteza estética está substituida por la burda fabricación de productivos enredos, cuya ficelle, por lo gastada, llega a causar impresión de novedad. ¡Ese sueño de Dunn, Dios mío! ¡Y esas reminiscencias de Bellanis y de Mark Twain, cuando la ridícula Niobe mira con sus ojos antiguos las cosas modernas!
Un tiempo se acostumbraba, después de los tres o cuatro actos de la obra seria de la noche, el acto del sainete en que el buen público reía después de las emociones anteriores. Anoche se vio trocado todo esto.
El fino acto de Cavalloti dio una ligera sensación artística, y el sainetón inglés vino luego, con sus tres actos.
Pero Niobe está de moda: y eso basta.
13 junio, 1896.
Temporada Vitaliani
1.-«Il viaggio dei Berluron»
2.-Reprise de «La Signora
delle Camelie»
NO de los grandes sucesos de los teatros de Francia e Italia, y repetido por 312 noches seguidas en el teatro Des Varietés, en París, así rezaba el cartel.
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